martes, 12 de febrero de 2013

Mis simpáticas amigas las Moscas

 (Capítulo irritante y provocador)

Si usted, querido lector, odia las moscas como el novecientos noventa y nueve por mil de los mortales y le horrorizan las arañas como a un porcentaje aún mayor de los humanos, le ruego lea pausadamente estas rarezas, imperdonables, del que esto escribe, con el propósito de superar prejuicios infundados, o al menos, muestren ligerísima comprensión y compasión de este anormal simpatizante de bichitos tan menospreciados. Se recomienda salpimentar la lectura con ciertas dosis de humor, no exenta de ironía.

No me cabe en la mollera (quizás motivado por su estrechez) cómo puedan existir tantos humanos, mejor diría inhumanos, que no pierden ocasión ni momento alguno para zaherir, escarnecer, aplastar, envenenar y exterminar a estos fieles e inocentes voladores, apodados moscas.

Son tildadas, me estoy siempre refiriendo a las mosca caseras o domésticas que gustan de convivir con el hombre, son acusadas de transmitir enfermedades contagiosas, de contaminar aguas y alimentos, de provocar con sus picaduras, infecciones contagiosas, etc., etc.

Pónganme un ejemplo o cítenme un caso de tales improperios, y díganme si han visto en su vida una mosquita casera que haya mordisqueado una nariz o una oreja, o haya perforado una frente o una calva. Es cierto que ellas son tercas como una mula. No ha observado usted que si las aleja con un despiadado manotazo ellas tornan a posarse una y otra vez en sus lugares predilectos, en las zonas siempre aireadas y desvestidas.

Mosca disfrutando  al sol de  una  sesión de esmaltado
de Raku  con la ayudante del autor 
La mayoría de los humanos las odia. Las amas de casa sostienen con ellas una feroz y despiadada lucha. Cual si fueran la peste cierran puertas y ventanas en obsesiva insistencia por mantener la casa en oscuridad permanente, porque las moscas prefieren el reino de la luz al de las tinieblas. La batalla aniquiladora llega a su cenit a comienzos del otoño, cuando el enjambre de mosquitas busca refugio al calorcito de chimeneas y ventanas y son expulsadas a escobazos y mandilazos, a golpetazo limpio por puertas y ventanas. Se posan una y otra vez en la mano, en la calva o en la nariz. No se ha percatado usted que si las aleja con un despiadado manotazo ellas tornan a posarse una y otra vez en la misma superficie como signo de fidelidad y querencia inseparables. Haga usted la prueba con un perro, un gato o un pájaro. Si los ahuyentamos con una palabrota, un palo o una piedra no vuelven a acercarse jamás al desalmado fustigador. La mosca, sin embargo, prosigue erre que erre pegadita a su humana y carnal naturaleza ¡No hay derecho a trato tan inhumano!

Aún recuerdo con tanta repugnancia como pena aquellos pegajosos matamoscas, morgue de insectos, consistentes en largas cintas amarillentas venenosas, colgadas del techo en cocinas y portales, atiborradas de miles de moscas moribundas o fenecidas, auténticas necrópolis mosquiteras de tiempos primitivos. Y qué decir de esa invención moderna, esa paleta con rejilla de plástico verde, utilizada en la mayoría de los hogares rurales, por la mater o el paterfamilias para despachurrar a las inocentes criaturitas en mesas y camillas. Y el colmo del desatino son los “matamoscas” industriales: azúcares envenenados, “sprays” químicos perfumados -paradojas de la vida- macabro espectáculo otoñal cuando al refugiarse en el hogar para protegerse del frío invernal e hibernar al amor del fuego o la calefacción, caen como lo que son envenenadas y hacinadas. ¿No te conmueve, caritativo lector, el triste final de estos inocentes animalitos, fieles acompañantes del hombre, tratados a manotazos y sombrerazos como malignos malhechores?

Trato diferente merecen otras familias de moscas mucho más pesadas y agresivas; vengativas, acosadoras y torturadoras de personas y animales. 

Algunos ejemplos: 
Existe una mosquita campestre solitaria, la “pijotera”, más pequeña que la doméstica descrita, grisácea, con ligeras motitas negras que, en su ataque traicionero, perfora con su afilado aguijón vestimentas y tejidos, agriando las plácidas siestas al aire libre a la sombra de árboles o sombrillas. 

Hay otra clase de mosca, vulgarmente denominada "jamonera", porque su afán es colarse hasta la oscura despensa en busca de los codiciados jamones, donde depositar sus malignas huevas, futuras larvas; visible principalmente en los días bochornosos de verano y fácilmente catalogable: es grande, zumbona y esquiva y busca en los interiores frescor y presa.

En el mes de junio, especialmente en dehesas y praderas, abunda una mosca especializada en équidos y bovinos, conocida como “borriquera”, malvada fierecilla que, simplemente con su zumbido siembra el pánico en bovinos y caballerías que huyen en desbocadas carreras para escapar del malévolo enemigo.

Pero con cariño y simpatía recuerdo una juguetona y enigmática voladora que en homenaje a mi hija Antje la he bautizado de “bolillera”, pues convierte pasillos, antesalas, portales frescos y sombríos en escenario de sus entrenamientos y exhibicionismos. En grupitos reducidos, estas graciosas bailadoras se divierten horas y horas, volando incesantemente como los vencejos jugando a perseguirse zigzagueando, cruzándose y entrecruzándose en constante revoloteo, a veces en solitario, divirtiéndose flirteando en un mágico subir y bajar, ir y venir, compitiendo en auténtico juego de encaje y bolillos.

Solo hay una mosca que molesta e intranquiliza sobremanera: la mosquita “tempranera” o despertador indeseado. Cuando más plácido y placentero es el sueño, cuando la claridad irrumpe en la oscuridad de la noche, un zumbido agudo próximo al oído, un cosquilleo en la frente o la nariz nos despierta y enfurece sobresaltados. Manotazo va y espantadita viene, pero la picaruela, risueña, atrevida y pertinaz mosca que vuelve y se revuelve. Rara vez pica o muerde. Su insistencia y testarudez tiene por objetivo el obligarte a despertar, anunciando el comienzo de la jornada y pregonando insistentemente la irresponsabilidad de continuar obscenamente en brazos de Morfeo.

A pesar de todo y por todo… ¡qué vivan las moscas caseras! Pero sin pasarse de raya. Y para unos y otras, para defensores y detractores un consejo a este respecto:

“no te hagas miel porque… te pueden comer las moscas”

                       ... y para evitar menores males camina y corre “con la boca cerrada” 
                           (es práctica aconsejable para que no se metan donde no deben).

1 comentario:

Anabel dijo...

Jajajajaja, esta entrada se la tenías que haber dedicado al abuelito Clemente ¿Os acordais de su pericia matando moscas con el periódico cuando, aparentemente, dormía plácidamente la siesta en su sillón orejero? ¡Zas! y a continuación: ris,ris, risss... (para arrastrar el cadáver hasta el borde de la mesa)