jueves, 4 de mayo de 2017

¡EL MEJOR REGALO UN ÁRBOL!

Homenaje a la Encina y al Cedro en “El Día del Bosque”

"Recordándolos vuelven a brotar los árboles que dieron vida a mil ilusiones". MJG

En el Día del Bosque del presente año (un servidor ignoraba que existiera tal celebración institucionalizada por la ONU en 2013 y fijada para el 21 de marzo, llegada del equinoccio de primavera). Este Bloguero, asociándolo a mi Fiesta del Árbol y acompañado de El Árbol (poema de R. Tagore), emprendió vuelo sentimental de retorno a los argénteos años de la Infancia y se posó en la Encina del Pozo*, árbol centenario y significativo, a tiro de piedra del pueblo, en la ladera del teso de El Palomar y a un paso del pozo que le prestó apodo. 

Foto de Adela Burgos
Pues, este arbolito, con la competidora compañera, nuestra Encina de Rudi en La colina de Valmiguel, servirán de columnas jónicas de pórtico a los dos capítulos siguientes dedicados a la Historia de mis relaciones con el Árbol. Comenzaré, a ritmo de cuento, con el primero de ellos. 

“Un amigo mío”- así suelen comenzar muchos de los relatos de los humanos de a pie- uno de esos viejos y verdaderos amigos, nacido allende los Pirineos, y residente actualmente en las Islas Afortunadas, nos hizo, a mí y a mi familia, uno de los regalos más descabellados y sorprendentes: nos regaló una encina. Pero no una encina cualquiera. Sino ¡una encina centenaria!, compitiendo con la Encina del Pozo de mi Infancia. Centenario significa en este contexto, según la RAE, “una o más centenas de años”. (En relación con “mis encinas” significa “varias”). Lo mismo pueden ser  tres que cinco.

Pues, la “Encina de Rudi”, así apodada por el nombre del donante, es uno de los más preciados regalos de los que presume la familia González en La Colina de Valmiguel. Regalo de gigantesco tamaño y de valor incalculable como sus años. Tras una costosa limpieza generalizada (las zarzas trepaban ramas arriba metros y metros y la maleza dificultaba el acceso y no permitía ni ver el tronco), la Encina de Rudi es la joya y monumento de La Colina. Ideal préstamo de sombra y alegría para la vista y el paseíto.

Foto de Adela Burgos
Otro regalo arbóreo histórico es el Cedro del Líbano. Puedo presumir de haber disfrutado, muchos años ha en un viaje a Israel, del conocimiento in situ de la histórica cuna del legendario árbol bíblico. Tres fueron los enhiestos y esbeltos cedros que con su copa piramidal, atalaya y escenario de cantos de paseriformes y columbáceas. Además, con sus horizontales brazos, expanden sombra y frescor al solárium de la piscina. Posiblemente rondando la treintena (uno de ellos ya pasó a mejor vida) fue un regalo especialísimo. Especial por su procedencia y las características del donante: Facultad de Letras de la Complutense madrileña y bedel de la planta de mi despacho. Sabida es mi devoción y pasión por plantas, flores y árboles. También debo confesar que en mi ámbito profesional tanto montaban los de abajo como los de arriba, y entre mis relaciones y amistades figuraba el jardinero de la Facultad, aldeano emigrante de un pueblecito abulense, con quien solía compartir charla y compañía. Pues éste amigo fue quien un día me regaló, bien envuelto en un saco, con cepellón y todo, uno de los cedritos que crecían alrededor de un hermoso ejemplar del jardín que cuidaba con ejemplar esmero. Hoy convertidos en el dúo de esbeltos cedros de la foto, compitiendo en frondosidad con el dueto de piñoneros guardianes de una de las entradas de la colina. 

Hay además otros árboles-regalo, menos vistosos, compañeros de viaje en mi deambular por el bosque de la vida, que nacieron, crecieron y murieron. Sin alcanzar, por tanto, talla ni valor de los homenajeados. En el recuerdo perviven ailantos, acacias y prunos obsequio de los abuelitos, Palmira, la Tante Lola y el Onkel Pepe, el año que el Bloguero celebraba el medio siglo. 

La plantación en La Colina resultó tan exitosa y nuestra relación con el paisaje y el árbol ha sido tan íntima, que además de “refugio amable de los pájaros” y “sombra bienhechora que nos cobija”, parece como si Tagore hubiera puesto en sus acículas las cariñosas palabras dirigidas a quienes los queremos y mimamos: 

Tú que me plantaste con tu mano
y puedes llamarme hijo, 
o que me has contemplado tantas veces, 
mírame bien, pero… 
no me hagas daño.

Y “quiéreme mucho” añade el Bloguero.

(Sigue  un nuevo capítulo dedicado a los árboles).
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* Redactado el capítulo y solicitando de mi amigo carrascalino Feli - hijo de mi querido e inolvidable vecino y compañero Fili - una foto de la Encina del Pozo, éste me comunicó que dicha encina había ya desaparecido. Lo que aumentó mi nostalgia y melancolía.