lunes, 28 de octubre de 2013

EL ALEMÁN NO ES DIFÍCIL

Repertorio de curiosidades, dichos y decires


La familia González-Herrero (y vástagos) influenciada por suerte y gracia del destino por la lengua y cultura germanas, muestra frecuentemente influencias y herencias de hábitos y costumbres, modismos y ocurrencias relacionados con el alemán y los alemanes. Compartimos experiencias inolvidables, durante nuestra estadía en las Germanias, con los españoles que huyeron en desbandada de la primera “gran crisis”, la masiva emigración del plan Ullastres de estabilización económica de hace medio siglo. El presente capítulo, por Antje sugerido y solicitado, va a ella dedicado como terapia. Con la ferviente esperanza de endulzar y acelerar su total recuperación postoperatoria. En él se ofrece una breve recapitulación de "teorías" lingüísticas, dichos y hechos, invenciones y creación de palabras y palabrejas, con el fin también de regocijar o refocijar, que diría Cervantes, a los hispanos germano-parlantes y a los afortunados alemanes conocedores del castellano.

Aconteció en los albores de la década de los sesenta del siglo pasado, cuando la Alemania del resurgimiento era el Dorado de trabajadores huéspedes españoles e italianos, ( traducción literal de Gastarbeiter… ¡qué finamente hilaban ya en aquel entonces los políticos alemanes!). A las oficinas de la Karitasverband de Frankfurt, donde voluntariamente cooperaba en algunas de mis tardes libres como asesor polivalente, acudía ese día uno de tantos compatriotas desorientados, quien, para más Inri, procedía de la universitaria ciudad del Tormes, según demostraría más tarde como genial gramático, siguiendo las huella de su inmortal paisano Antonio Nebrija.

A la consabida y obligatoria pregunta: -¿Qué tal te defiendes con el alemán?- contestó categóricamente y sin titubeos: -¡Muy bien! No tengo problemas. Porque, bien sabrá usted que todas las lenguas son iguales. Lo que pasa es que, como los humanos somos tan tontos, en cada país cambiamos el nombre de las cosas.

Ante mi colosal extrañeza, apaciguó mis dudas con los siguientes ejemplos aclaratorios y con el consejo ineludible de que “había que aguzar bien el oído”. Soy consciente de que no sabía escribir ninguno de los términos de su vocabulario alemán, ni jamás los había visto escritos, ni por supuesto lo de homonimia era chino para sus alcances. Pero hete aquí su razonamiento y sus conclusiones:


Acepciones no contempladas aún por la RAE.
“Ellos llaman Messer (cuchillo) a lo que nosotros llamamos mesa. Y a nuestro broche, ese artilugio, a veces de oro, que suelen lucir las mujeres en el pecho o la solapa, ellos lo llaman Brötchen (bollo o panecillo). Kutscher (cochero) es para nosotros la cuchara. Al maldito sello de la policía, que tantos quebraderos de cabeza nos origina, ellos lo apodan Stempel, que en realidad son nuestras estampas, y eso de que a la mantequilla (Butter en alemán) la apoden como a esas de la profesión más antigua de la humanidad, ¡clama al cielo!

En relación con la afamada mantequilla alemana no puedo pasar por alto una anécdota graciosísima relacionada con la andalucita Lola: nuestra Lola, “empleada del hogar”(tampoco los políticos españoles se quedan cortos a la hora de crear palabras) en casa de unos amigos alemanes, esperaba paciente su vez en la cola de una tienda de ultramarinos con la lista de recados de la señora en la mano. De repente, escandalizada, comienza a santiguarse al oír que su antecesora de fila llama “puta” a la dependienta de la tienda. Horrorizada, cuenta lo acaecido a su señora, quien la tranquiliza aclarándole que la clienta no insultaba a la vendedora, si no que simplemente le pedía mantequilla (Butter).

Sin entender de lingüísticas ni idiomas, ni apenas leer y escribir, aplicaba teoría similar a la de su paisano, otro consultante de Los Pizarrales salmantinos, quien indignado se presenta quejumbroso en el consultorio de Caritas, al recibir en su primera paga cantidad de marcos muy inferior a lo convenido. El pobre desconocía el término impuestos e ignoraba que, ya entonces, a los solteros en Alemania el fisco les retenía un 25%. Pero, mayor sería mi sorpresa al contestar él a la pregunta de ritual que dónde trabajaba, que lo hacía en la Ortiz. “¿Ortiz?" Extrañado contesté que en Frankfurt no existía empresa alguna con ese nombre español. "¿Y qué es lo que haces?” - insistí. “Echar betún (Beton en alemán) y mortero (Mörtel) en una carretera. Es una empresa muy grande”- puntualizó. Al fin logré deducir que, efectivamente trabajaba en Hochtief, una de las multinacionales de la construcción, en la que desde hace unos años figura como gran accionista el madridista Florentino Pérez.

Otro compatriota andaluz, también “trabajador invitado”, compartía opinión con el lingüista salmantino, y no comprendía como los alemanes podían ser tan torpes, pues no le entendían cuando él hablaba alemán. Su ejemplo era elocuente: me contaba que, cuando volvía en tren del trabajo de Frankfurt a Wiesbaden, pedía al revisor un billete a “vizbadén” y el tonto del controlador no le entendía. Sin comentarios.

Pero más ingeniosa y pragmática era la interpretación lingüística de un estudiante (?) español que vagabundeaba por la metrópoli del Main sin dar golpe, sableando cigarrillos, cervezas y Würstchen y viviendo del cuento. Practicaba tesis opuesta a la de los anteriores intérpretes: "Los alemanes son tan inteligentes que entienden perfectamente el español. Por tanto, yo no me esfuerzo por aprender el tedesco". Y demostraba su filosofía con hechos: “Yo entro en un restaurante –decía- y llamo al camarero “Joroba” y el “Herr Ober” acude solícito cual tierno corderillo. Me despido a la salida con un “aféitense” y con un leve cabezazo me responde cortésmente “Aufwiedersehen”.

En este muestrario anecdótico de la creatividad lingüística popular y del enrevesado artilugio de las lenguas tienen también cabida este bloguero y su distinguida esposa. Entre sus variopintas actividades en Alemania, figuraba el de traductores, intérpretes y locutores en el estudio radiofónico paraestatal Internationes. Yo grababa, traduciendo directamente al micro de un hermoso magnetófono Telefunken, los guiones que posteriormente ambos solíamos grabar en español en el estudio para ser enviados a emisoras de radio de España e Hispanoamérica. Palmira era la encargada de pasarlos a máquina en papel, que nos proporcionaban en el estudio. En cierta ocasión, a Palmira se le había agotado el material y fue al despacho del jefe a solicitarlo. –“ Herr Antes"- tal era su curioso apellido alemán. "Ich habe keine Matratzen”- “Du armes Kind” (pobrecita mi niña!) –respondió compasivo el jefe. “Und wo willst Du denn schlafen?" (¿y dónde vas a dormir?). Palmira había confundido Matratzen (colchón) con Matritzen (papel para fotocopiadora).

Al que esto redacta le costó Dios y ayuda la pronunciación de algunas palabras, por ejemplo el adverbio “ahora” (jetzt). En la última de mis estancias de soltero en Frankfurt, en mi círculo de amigos –Peter Fromm a la cabeza- se encontraba un turco. Como todos los orientales, con habilidad y destreza en el aprendizaje de lenguas. Pero, nuestro charrito de marras no sabía todavía que en alemán no te puedes comer ninguna consonante. Yo, sin embargo me limitaba en el caso del adverbio temporal a decir “yes”, a lo que el turco burlón me respondía “nein”.

Meteduras de pata también cometía el joven profesor recién instalado en Frankfurt, muy verde todavía en la lengua de Goethe. Un anochecer lluvioso viajando con su joven esposa en su primer flamante VW (Volkswagen) por una de las principales vías del centro de la ciudad, giró a la izquierda, de buenas a primeras, por una estrecha calle de dirección prohibida. No había transitado ni 20 metros cuando un tranvía que venía de frente y una pareja de tráfico con el brazo levantado, me echaron el alto. Furioso, uno de ellos soltó tal retahíla de ininteligibles improperios, que solamente le faltó echarme la mano al cuello. El angelito del emigrante no supo sino contestar con la locución aprendida tal vez la noche anterior:” Na, und...”. A punto estuvo de coger mi “escarabajo” y a sus ocupantes y estamparlos contra la pared. El idiomatismo alemán traducido más o menos libremente equivaldría al chulesco: "Bueno, ¿ y qué?” -“Verschwinde”(desaparece)-gritó. Y gesticulando la marcha atrás, con el tranvía ya esperando como testigo, me liberó compasivo del merecido multazo. Innumerables, y a cual más graciosas, serían también las anécdotas, historietas y chascarrillos almacenados en nuestro bregar con nuestros alumnos de español y amigos hispanoparlantes.

Pero para no convertir el capítulo en interminable y peligroso ladrillo, nos despedimos de nuestros lectores varones con un aféitense y de todos ustedes con el consabido Aufwiedersehen.