viernes, 21 de diciembre de 2012

POSTGUERRA II

Veraneos en Montelareina, campamento de Milicias Universitarias:
Alférez provisional de complemento

Tan campanudo y ostentoso título de alferezazgo de complemento – porque tres eran tres las estrellas para el lucimiento, una en la gorra y otra en cada una de las solapas de la manga – fue invención de guerra. Ante la penuria de oficiales en los batallones de combate, se creó este nuevo cuerpo militar como complemento ilusorio. Lo de la provisionalidad fue un acierto pleno. Lo testimoniaba el dicho popular: “Alférez provisional, cadáver efectivo”. Tenía su explicación lógica: todo estudiante, dada su formación académica (la inteligencia como el valor se le suponía), era automáticamente ascendido a alférez, creyéndolo ya capacitado para el arte de la guerra. Bisoñez e inexperiencia, auténticas armas mortales en los frentes de batalla, donde finalizaban, pardillos ellos, convertidas en auténtica carne de cañón completando de este modo las estadísticas de “caídos por Dios y por España”.

Hito patriotico -Jura de bandera
No exagero al otorgar este atributo a los recién llegados alféreces en prácticas, héroes defensores de la villa placentina. El deslumbrante uniforme de oficial – en la mayoría de los casos heredado a precio de outlet – ejercía un efecto seductor e hipnotizador en las jovencitas placentinas durante nuestros marciales paseos por la Plaza Mayor, los Jardines del Parque próximos a los cuarteles, y sobre manera, en los bailes del Casino. Los futuros juristas e imberbes galenos, los químicos, filósofos y poetas en ciernes, catalogados todos ellos por el distintivo color de los cordones del uniforme, eran piezas cotizadas y codiciadas de ingente valor matrimonial.

Pero las estrellas había que ganárselas a pulso. Dos veranos íntegros, consecutivos, de formación en el Campamento de Milicias Universitarias de Monte la Reina, a orillas del Duero en las cercanías de Toro. Aprobado el primer curso se salía ya luciendo galones de Sargento y con la estrella de Alférez, concluido con éxito el segundo.

En ningún momento destaqué en espíritu militar. Ni en entusiasmo por las teorías de la guerra ni en técnicas y prácticas militares. El salto del potro se me atragantaba con frecuencia en las clases de gimnasia, y en cuanto podía me “escaqueaba” (término campamental) en las prácticas de tiro.

Para los enclenques “señoritos” de ciudad, la incomodidad de la vida espartana, la precariedad de servicios, el rancho cuartelero y las primitivas y penosas estrecheces de habitabilidad, eran auténtico suplicio diario. Apiñados en tiendas de campaña circulares con capacidad para doce colchonetas extendidas, teníamos que convivir, dormir y roncar trece individuos. El fatídico 13º, el menos espabilado, tenía que dormir sentado a los pies de los caballos. Sin embargo para los “milicianos” pueblerinos, acostumbrados como estábamos a privaciones e incomodidades de la vida rural, horarios y actividades soldadescas eran más o menos tolerables, exceptuados algunos días de tórrido calor castellano. Lo insufrible para mi humana naturaleza - dadas mis facultades de sabueso perdiguero - eran las letrinas, “El departamento de servicios sanitarios” al aire libre, según el calco latino” lugar donde verter (directamente) los excrementos. Para evitar imprecisiones descriptivas, y sobre todo nauseabundas recordaciones, será aconsejable “no meneallo” parafraseando al bueno de Sancho Panza.

Seis “triunfales” meses de Alférez en Plasencia

No todo iban a ser penas, pesares y penurias. Tras la Semana de Pasión llegaría el Domingo de Pascua. El premio a tan acendrado y patriótico espíritu militar no se hizo esperar. Como mi objetivo primordial consistía en ir eliminando barreras y acortando distancias para la meta soñada de la boda, solicité inmediatamente cumplir con los seis meses de prácticas obligatorias como Alférez. Para mayor satisfacción, y una vez más en detrimento de los estudios, me concedieron una plaza de Alférez en el Regimiento Órdenes Militares nº 28 de Plasencia. Cercenado el curso 2º de carrera a primeros de marzo, llegaba a la ciudad del Jerte, cuando en los Jardines del Parque, en frente de la Residencia de Oficiales, las florecidas mimosas amarilleaban en todo su esplendor. El exotismo del árbol, para mí hasta entonces desconocido, su belleza y perfume, heraldo de la primavera, presagiaban una feliz experiencia y disfrute, como “mando” militar, conquistador de la capital del norte de Extremadura.

Conquistador de Plasencia
Dejaré en la papelera historietas íntimas, escenas curiosas, a veces ridículas, de mi breve servicio a los ejércitos de Franco. Recordaré solamente dos como botones de muestra:

Entre los nuevos amigos del regimiento figuraba Santiago Jiménez de Salamanca, cuya pista perdí ya hace tiempo, compañero de Residencia y de Compañía, persona seria, muy disciplinada y religiosa, pero que pasaba olímpicamente de todo lo que fuese ejército y milicia. Estando de guardia una hermosa mañana del mes de junio, a primeras horas de la jornada entra nervioso y alarmado en el Cuerpo de Guardia, el cabo Rosas, un vallecano listejo y conquistador, gritando a mi aletargado amigo: “¡ mi alférez, mi alférez , que vuelan el polvorín!”. El único conocimiento que teníamos del polvorín es que existía una garita de guardia con esta denominación. Casualmente este día hacía su primera guardia un recluta en la susodicha “garita del polvorín”. El pobre neófito, con tanto miedo como vergüenza, cumplió a rajatabla las instrucciones del cabo Rosas: “Si alguien desconocido o sospechoso se acerca a la garita mas de X pasos, se le da el “alto”. Si no obedece, repite la orden otras dos veces, y si no obedece a la tercera, dispare”. Pues, dicho y hecho. Nuestro recluta apunta y dispara a una gitanilla que, pasando de todo, llevaba a su niña pequeña al colegio. El ruido del disparo provocó la alarma de Rosas quien, sin pensárselo tres veces, transmitió la reglamentaria orden al oficial de guardia. Nuestro Santiago, cumplidor a ultranza, siguió el ejemplo del subordinado, y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo, descuelga el teléfono y transmite el mensaje al Comandante del batallón que vivía en el ático del cuartel con mujer y cuatro hijos: - “ Mi Comandante, mi comandante, ¡qué vuelan el polvorín!”. Cualquier humano podrá meterse en la piel de un militar en situaciones tan dramáticas... y más todavía sabiendo que el polvorín estaba ubicado en los sótanos del cuartel. La reacción inmediata, una vez recobrada la calma, al ver, con sus propios ojos, que en el polvorín y alrededores reinaba calma chicha, fue convocar a una reunión de urgencia a todos los Alféreces Provisionales. Por fortuna la borrascosa bronca no pasó de las palabras a los hechos. El insulto más liviano fue: “son ustedes unos impresentables. Oprobio y vergüenza de la patria”.

El alférez Jiménez, gracias a su irreprochable expediente, se libró del esperado castigo disciplinario. No así el artista cabo Rosas que tuvo que disfrutar unos días en las tenebrosidades del calabozo.

De mencionar es también el espíritu de ahorro que reinaba en la Residencia de Oficiales, conocida por el pomposo apodo de “El Imperio”. De la inteligente política económica, llevada a cabo por el “emperador” de turno, durante el mes de mandato, dependía nuestra cuota mensual, y a ella fue debido que este narrador no pudiera ni oír hablar de “huevos fritos” durante muchos años. Aspiración de todo emperador era pasar a la historia como mejor administrador de intendencia, consiguiendo la mensualidad más baja. El emperador del mes de mayo no tuvo que realizar heroicas epopeyas para prenderse la medalla. Como el mes de mayo es época alta de las gallináceas ponedoras, el encargado de cocina nos obsequiaba diariamente con un par de huevos fritos, que algunos días se convertían en cuatro: dos para comer y dos para cenar. Comprenderá y disculpará el sensato lector esta mi aversión temporal al producto de mis simpáticas gallinitas.

No quiero concluir, sin embargo, esta gloriosa etapa de mi experiencia militar, sin aclarar un punto oscuro en la historieta del “polvorín”. Más de uno se habrá preguntado: ¿y dónde fue a parar el tiro del recluta de marras? Increíble pero cierto: milagrosamente la bala del recluta agrandó el agujerito de la cuerda de la pizarra que llevaba colgando la niña gitana. Y no puedo menos de revelar que, a partir de ese día las hijas del Comandante, dos lindas adolescentes, huían de los flirteos de los oficiales como almas que lleva el diablo, no volviendo a dirigirnos la palabra durante nuestra estancia placentina. Cruel castigo paternal que afectó a ambas partes. Como compensación, la hija del coronel, una gordita, simpática y bonachona como su padre, nos invitó, a los dos oficiales de la compañía a la popular romería de la Virgen del Puerto, patrona de Plasencia. En la ermita de la virgen, ubicada en un bello paisaje de montaña, disfrutamos de una deliciosa merienda y concurridísima compañía al aire libre, cantando y bailando y aprendiendo una hermosa canción regional, de la que transcribo, como punto final, su letra al no poder hacer lo mismo con la deliciosa melodía que placentera y nostálgica, acude a mi memoria todavía de vez en cuando, sin previo aviso.

¡Ya viene San Lucas, el pijotero,
a llenarnos la casa de forasteros!

Estribillo:      El pájaro ya voló, el pájaro…
 

lunes, 19 de noviembre de 2012

LA POSGUERRA I

Un falangista y un militar de pacotilla: instructor elemental y alférez de complemento   


"La única batalla que se gana es la que se sabe evitar."

Preámbulo: Aun cuando en el índice de nuestro blog figuran dos capítulos sobre "La guerra desde la óptica de un niño", he preferido dar prioridad a estas historietas autobiográficas y trascendentales en esa triste década de los 40, archiconvencido con mi Heinrich Böll, premio Nobel alemán, quien me enseñó que no hay mayor sinrazón e insensatez que la guerra: “Der Unsinn des Krieges”.


Si los tres años de guerra fueron trágicos y duros, los de posguerra fueron también duros y sobre todo largos. En la zona nacional que no sufrió directamente las heridas y desastres de la contienda, los primeros años después de La Victoria estuvieron marcados por la hambruna, la miseria y la escasez. La única abundancia era la de los odios y venganzas. La inactividad industrial, la paralización económica durante casi tres años, intentaron suplirla y solucionarla con medidas, instituciones y disposiciones totalitarias de tristísimo recuerdo. Inolvidables continúan: las cartillas de racionamiento (aceite, azúcar, pan, tabaco y otras materias primas racionadas o requisadas), lunes sin postre, silos (servicio nacional del trigo), auxilio social, contrabando, estraperlo,… 

Sin embargo la tragedia política de posguerra, la de los procesos y juicios sumarísimos, la de las represiones, venganzas de los vencedores, penalidades de los vencidos y otros excesos del franquismo, pasó desapercibida en aquellos años de censura feroz, imperceptible para un adolescente que vivía en el aislamiento de la aldea, o en el enclaustramiento del seminario, sin prensa, radio ni información alguna del exterior.

El frío, mi mayor enemigo en el internado, las menguadas y pésimas comidas a principios de los cuarenta, son los recuerdos más amargos. Las cenas de guisantes, duros como piedras, de la abuela Meregilda, durante las vacaciones en Carrascal o el pan de maíz sin corteza, sucedáneo de las hogazas de candeal, son recuerdos para olvidar.

Sin embargo, continuábamos cantando y jugando, soñando y creyendo que los militares eran los salvadores y defensores  de la patria, y los mandamases de uniforme azul, los falangistas de partido único, los redentores y artífices de la España “una, grande y libre”. Su himno, el “Cara al sol con la camisa nueva”, las “Montañas nevadas, banderas al viento”, y el nacional “Viva España, alzad los brazos hijos del pueblo español”, eran el catecismo político que había que aprenderse de memoria, para concluir con ellos la jornada escolar y todo los actos oficiales y públicos.

La mayoría de los niños de la ciudad, alevines del partido, pertenecían a los Flechas o Pelayos o al Frente de Juventudes y las chicas a la Sección Femenina. Casual y afortunadamente me liberé de ese adiestramiento. Nunca simpaticé ni porté una camisa azul, ni presumí de boina roja, pero no me liberé de pasar por las horcas caudinas del partido, aunque en realidad no pasé de ser un simple falangista de número, como todo hijo de vecino: falangista de pacotilla, poseedor del rimbombante título de “Instructor elemental del Frente de Juventudes”.  Tuve que convivir con el régimen y someterme en tres ocasiones que no pasaron de anecdóticas, y que conviene recordar para amenizar esta autobiografía y desdramatizar los capítulos oscuros de la España de guerra.


Primera vivencia: falangista de pacotilla, instructor elemental del Frente de Juventudes 
File:Palacio duques alba piedrahita.jpg
Palacio de Piedrahita de los duques de Alba
Para poder optar a una plaza de interino u opositar a  plazas de Magisterio era requisito, “sine qua non”, poseer el título de “Instructor elemental del Frente de Juventudes”. No me libré, por consiguiente, de un cursillo de un mes en el palacio ducal de  Piedrahita. Para la mayoría de los veinteañeros, jóvenes maestros de Salamanca y Ávila, fue ocasión pintiparada para cambiar de ambiente, ampliar horizontes, viajar y hacer turismo al “extranjero”, en coche de línea y con la maleta de madera al hombro, y disfrutar de unas semanas vacacionales en la sierra, al abrigo de la Peña Negra, en las estribaciones de Gredos.
 





De formación del espíritu nacional… “rien de rien”. La “elemental instrucción” se reducía a una tabla diaria de gimnasia, y a aprender de memoria el 1º de los 24 puntos de la falange joseantoniana: "Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo”. Curiosa y paradójicamente, incluso ni los jóvenes mandos falangistas se lo creían y, para los flamantes y aguerridos futuros “Instructores elementales”, más serio que ser español eran las excursiones a la sierra, las amistades y los “donjuanescos” paseos con las jovencitas lugareñas por la plaza, el parque o el río del pueblo.

Peña Negra, Sierra de Gredos
Con el glorioso título de “Instructor elemental” convertido ya en maestro “integral”, solicité interinidades en Segovia y afortunadamente me concedieron la escuela de niños de Vegas de Matute, pueblecito del Guadarrama segoviano, en las inmediaciones  de la Mujer Muerta. Pero esa experiencia feliz y enriquecedora bien merecerá  a su tiempo capítulo propio. Pues, en primer lugar de la  lista de espera reclama su entrada la 2ª aventura como “servidor” de la patria, alférez provisional de complemento.

jueves, 8 de noviembre de 2012

LAS NUBES : ¡Ese mundo mágico y maravilloso!...

J´ aime les nuages… les nuages que passent…
Là bas…là bass.. les merveilleux nuages! ( Charles Baudelaire)

(Para Palmira y nuestras hijas, exploradoras y cazadoras de nubes. Siempre admirándolas y fotografiándolas)

Volando sobre las nubes
Más de un lector se preguntará maliciosamente -¿qué diablos pueden pintar las nubes en unas Semblanzas? Algún listejo contestaría: -Pues… que el susodicho protagonista, con frecuencia estará en las idem. ¡Caliente, caliente! Lo que sí es muy cierto es, que “volar” sobre las nubes, cruzar volando mares, montañas y continentes, con las nubes como alfombra y escenario y compañeras de viaje, es uno de mis mayores deleites al viajar en avión. Mas, no se precisa ni estar en las nubes, ni sobrevolarlas, para disfrutar de la magia y maravillas de tal espectáculo.

Las nubes me marcaron desde la infancia. Pero mi interpretación de entonces, infantil, muy limitada y primitiva discurría en consonancia con el ritmo de las estaciones: en invierno eran éstas el abominable enemigo del sol, con el que jugaban frecuentemente a guardias y ladrones. En la estación del frío, cuando nublaban el sol, esperaba ansioso, con alma de niño, su desaparición para que el calefactor astro del día pudiese reconfortarme con sus benéficos rayos. Sin embargo, en verano, soñaba con que los gigantescos e imponentes cúmulos portadores de sombra y frescor se transformasen en la ansiada tormenta ensombreciendo el sol y regando la tierra.

Amenaza tormenta en la Bandera
Mi fascinación por la Naturaleza y la seducción del campo, del cielo azul o nublado, alfombrado de nubes o tachonado de estrellas, fue creciendo con la edad, la formación y las lecturas. Pero esta curiosidad y admiración alcanzaban el máximo cuando se trataba de la maravillosa, polifacética y misteriosa belleza de las nubes. Ya con diez años, aburrido y somnoliento rapazuelo en el trillo de las eras, no perdía de vista la evolución de los belloncicos blancos que se levantaban en el horizonte, ilusionado y esperanzador al verlos agrandarse y cabizbajo y entristecido cuando se desvanecían. Siempre expectante a que se desencadenase la anhelada tormenta con el vendaval como preludio de la orquestada fiesta de truenos, relámpagos y aguaceros. Y al ansiado toque final de “sálvese quien pueda”, se producía la general desbanda de pequeños y mayores a buscar refugio debajo de los carros o esconderse en los protectores escondites de cabañuelas de haces.

Pero esta positivista interpretación fue cambiando con la edad y la experiencia. Aprendí muy pronto rudimentos de meteorología, hasta llegar a catalogarlas en el cuarteto más elemental: cirros, cúmulos, estratos y nimbos. Incluso basándome en un par de leyes de física barata y con un libro de poemas en la mano constaté que las nubes como “las hojas del árbol caídas, juguete del viento son”. Progresivamente también fue in crescendo la fascinación por los fenómenos atmosféricos. He aprendido a recrearme con su seguimiento, tumbado en una hamaca, descansando y sesteando a la sombra de un pino o de unas moreras. Deleitándome con su retrato a la orilla de una charca, de un lago o de un río. Casi siempre tranquilizadoras y apacibles, a veces desapacibles e inquietantes. Siempre tentación irresistible para fotógrafos amantes del arte por la belleza e inagotable variedad de sus formas y formaciones.

Las nubes han marcado la senda y planificación de mis días y mis noches. A pesar de los años persiste ineludible, imperativa en Palacios, Majadahonda o Algorta, - por citar algunos de mis observatorios favoritos - inveterada costumbre mañanera de levantar persianas o abrir puertas de porches y terrazas, y dirigiendo la mirada a lo alto o a la lejanía, a levante o a poniente, a la sierra de Guadarrama a la meseta castellana o al Cantábrico, interrogar a las nubes e interpretar sus engorrosos mensajes sobre el tiempo que nos deparan para poder contestar, como meteorólogo en ciernes, a la pregunta maliciosilla de mi prole: “Opa, ¿qué hace el tiempo?” o “¿Qué tiempo tendremos hoy?”, “¿Va a llover hoy o helará esta noche?”

También a través de la literatura, fue acrecentándose mi interés por las nubes, hasta tal punto que acabaron formando parte de mi erario poético. Y no solo los románticos como Campoamor, Bécquer o Rosalía de Castro, incluso hasta los surrealistas como Cernuda con su ciclo “ Las Nubes” y los prosistas acabarían siendo mis maestros del tema: Cela, por ejemplo, con “Esas nubes que pasan” y Azorín, el primero en el tiempo con sus cuentos “Blanco en Azul” o “Las nubes”. Ellos fueron culpables de que uno de mis primeros pinitos literarios se titulase “El ratón que voló sobre las nubes.” Cuentecillo redactado en Munich durante un curso para germanistas, y dedicado por carta a Palmira y nuestras tres primeras hijas Antje, Emma y Blancaluz.

Dulce amanecer
A lo largo de la historia del arte y la cultura, las nubes han ejercido seductora atracción y han servido de fuente de inspiración para artistas de todos los tiempos y tendencias. Las nubes rojas del impresionista Emil Nolde figuran en la lista de mis pinturas predilectas. Y ya el gran dramaturgo griego Aristófanes titulaba “Las Nubes” una de sus famosas comedias sobre la educación. Desde mi acercamiento a los clásicos siempre me intrigó el rol que las nubes podían representar en escena. Me permito aclarar que las Nubes eran deidades de los sofistas.
                
Aunque, el Azorín de mi juventud haya pasado a la trastienda de los clásicos, no puedo resistirme a transcribir un fragmento, entresacado de su libro “Castilla”, y del relato antes mencionado. Para ambientar al lector y que pueda degustar a sus anchas la prosa azoriniana, trasladémonos a Salamanca, al idílico huerto de Calisto y Melibea (Calisto y Melibea se casaron- como sabrá el lector si ha leído “La Celestina”).

“Calisto está en el solejar (solana), sentado junto a uno de los balcones. Tiene el codo puesto en el brazo del sillón …y puesta la mano en la mejilla, mira justo a lo lejos, sobre el cielo azul, las nubes …”
Puesta de sol desde la Colina
“Las nubes nos dan sensación de inestabilidad y de eternidad. Las nubes son, como el mar, siempre varias y siempre las mismas. Sentimos mirándolas como nuestro ser y todas las cosas corren hacia la nada, en tanto que ellas- tan fugitivas- permanecen eternas…” 
…”Las nubes son siempre distintas, en todo momento, todos los días, van caminando por el cielo. Hay nubes redondas, henchidas, de un blanco brillante, que destacan en las mañanas de primavera sobre los cielos translúcidas. Las hay como cendales tenues que se perfilan en un fondo lechoso. Las hay grises sobre una lejanía gris. Las hay de carmín y de oro en los ocasos inacabables, profundamente melancólicos, de las llanuras…”

Si la poesía, con Baudelaire y la prosa, con Azorín nos han servido de lazarillo por esta fantástica excursión por las alturas cósmicas, no puedo, ni debo olvidar el papel que los refranes -¡la paramiología!- han desempeñado en el campo de mis relaciones con el tiempo y la meteorología. Esa filosofía popular, basada en la experiencia y en la observación del cielo y los fenómenos atmosféricos, y exteriorizada en los refranes, es la enciclopedia más fidedigna –con el Calendario zaragozano- de campesinos y hombres del tiempo.

¿Quién no se atreve a predecir el tiempo si :
el cielo está empedrao…, o
si la luna tiene cerco y estrellas dentro… o 
si el grajo vuela bajo…, o
cuando el sol mucho calienta… etc,

Y un último relacionado con las nubes y con nuestra tierra  y aprendido de un amigo de la Moraña (zona abulense de tierras de Árevalo y Madrigal de las Altas Torres), que traigo a colación porque es desconocido en la provincia salmantina:
 “Cuando la nube asoma por Ledesma, desuñe la yunta y vete a la taberna”.
Si abríamos el capítulo con el consejo de Baudelaire: “(Mirad) allá abajo.-……el mundo maravilloso de las nubes”, quiero cerrarlo con uno propio:
¡ Mira al cielo al menos una vez al día. Te darás cuenta de la majestuosidad que nos rodea! …

Disfrútala


PS:  Una vez leído, recréate con las fotos del capítulo.  Y si te ha gustado, no te pierdas una 2ª parte : NUBES QUE HICIERON HISTORIA  Tormenta en Los Alpes y otras memorables en La Colina

sábado, 27 de octubre de 2012

ESTUDIOS VI : DOCTORADO en solitario…

Veraniego y con secretaria

El Doctorado fue también auténtica epopeya. Más bien tragicomedia cómica con ribetes de odisea clásica y comienzo el capítulo con un prolegómeno informativo, obligatorio para los inexpertos en tales lides. Debo aclarar, que previo a la matriculación de la tesis, había que seguir una serie de trámites académicos y burocráticos. Primeramente se imponía un riguroso examen global de Licenciatura (ver capítulo Estudios V); a continuación, el futuro doctorando tenía que acertar con un tema sugestivo y novedoso no tratado ni registrado con anterioridad y, seguidamente encontrar y contar con la complacencia de un benévolo catedrático dispuesto a aceptar y aprobar el tema propuesto y asumir la dirección de la tesis, afectiva y eufemísticamente denominado en alemán ”Doktorsvater”. Recuerdo el termino germano porque la romántica ocurrencia, sin saber a quién debida o por qué motivada, surgió en Alemania. Explicación simple pudiera ser que, después de varios años de estancia en el extranjero, sintiendo cada vez con más intensidad el tirón del terruño y, sopesando los pros y contras lingüísticos de la educación de nuestras hijas, el doctorado allanaba el camino de retorno a la madre patria.

Nuevo doctor en picaros

Otra vez más, y va la enésima, la suerte o los hados se convirtieron en aliados. En uno de los frecuentes y largos duermevelas se me encendió una lucecita. Mis ríos, mis lugares comunes, mis lecturas favoritas, concretamente mis amigos los pícaros se encargaron del resto. Acababa de renacer en la historiografía literaria la comparatística. ¿Por qué no rastrear parentescos entre dos ilustres paisanos queridos, dos personajes literarios de ficción que, por su singular ascendencia y curriculum, gozaban de mi simpatía y predilección? Ambos, cada cual a su aire y a su estilo, vinculados a dos corrientes fluviales que marcaron hitos en mi vida : el Tormes y el Main. Las dos figuras literarias a las que me estoy refiriendo son Lázaro González Pérez (apodado “Lazarillo de Tormes”), venido al mundo en la ribereña aceña salmantina de Tejares y, Simplex o “Simplicius Simplicissimus”, emparentado, por línea paterna y correrías, con mi adoptivo Frankfurt, Hoechst y comarcas del Main. Los dos, figuras máximas de la picaresca europea, española y alemana respectivamente.

En mis primeros buceos investigatorios tropecé fortuitamente con otro curioso y sorprendente descubrimiento: GRIMMELSHAUSEN (Hans Jakob Christofer von), autor del Simplicissimus, no solamente había ido a abrevar a las fuentes del Lazarillo, sino que también conocía la obra máxima de Antonio de Guevara, concretamente su “Menosprecio de corte y alabanza de aldea ”, la obra político-moralizante más traducida y leída en la Alemania del XVII.
Con todo este bagaje en mi cartera, no me resultó difícil, en una de las vacaciones veraniegas encontrar en Salamanca director de tesis. Don César Real de la Riva, catedrático de literatura española en la universidad salmantina, profesional afable y cercano, aceptó cortesmente el reto, reconociendo humildemente desconocer el alemán, aunque dispuesto a orientarme en la vertiente española a todo lo concerniente a Guevara y la picaresca.

Dicho y hecho. Seguidamente matriculé mi tesis doctoral en la Facultad de Letras salmantina bajo el título, recomendado por mi director: ANTONIO DE GUEVARA EN ALEMANIA Y SU INFLUENCIA EN EL SIMPLICIUS SIMPLICISSIMUS. Investigación gratificante que llenó mis ratos de ocio y mis vacaciones durante varios años en Frankfurt y en Palacios. Perdura todavía viva en mi memoria la estampa del estudioso investigador, reclinado sobre la camillita atiborrada de libros y papeles, junto a la ventana de nuestro dormitorio-estudio “palaciego”, con vistas al fresco brocal del pozo del corral. Allí discurrían mis plácidas mañanas veraniegas, disfrutando de las correrías de mis picaros por el seductor universo de las letras... siempre acompañados por la sin par compañía de nuestra sufridora secretaria Palmira, encargada de descifrar mis manuscritos y de poner en negro sobre blanco mis hallazgos e investigaciones.

Al fin, después de muchas idas y venidas, de vueltas y revueltas, un día de San Mateo, colofón de ferias salmantinas, un 21 de Septiembre de 1964, recibía el premio a mi tesón y terquedad con un Sobresaliente cum Laude. Como testimonio de honestidad debo revelar que el benévolo tribunal estaba formado por cinco miembros afines a mi causa: presidente: Lázaro Carreter, vocales: Martín Ruipérez, Michelena y César Real de la Riva, y como secretario el compañero de estudios y amigo, Feliciano Pérez Varas.
La heroicidad fue celebrada a bombo y platillo, finalizando el festejo en el Casino Mercantil, sala de fiestas de la naciente burguesía salmantina, invitados por mi hermana Aurora y mi cuñado Delfín.

Como el avispado lector podrá entrever, no todo fueron penalidades y malos tragos. Al contrario: en el largo proceso de elaboración hubo también luces que iluminaron espacios habitualmente en sombra. Recordare con especial cariño a tres personajes, sin cuya ayuda no hubiera visto coronados mis esfuerzos.

En primer lugar quiero destacar a mi director de tesis: Don César, siempre afable y atento, paternal y comprensivo. Caballero castellano a la antigua usanza, me invitó varias veces a almuerzos de trabajo en su casa, una de ellas acompañado de Palmira, y siempre de la cordialidad de su joven esposa. Lección y trato que posteriormente puse en práctica en mi vida profesional en la relación con mis doctorandos. Y siguiendo el sabio refrán que reza:” haz bien y no mires a quien”, muchos años después, pude corresponder a su gentileza formando parte, del tribunal de doctorado de un hijo suyo, catedrático de Instituto. Desgraciadamente, él no pudo acompañarnos.

Tambien merece especial mención el Dr. Günther Weydt, profesor de la Universidad de Münster, reputado especialista en Grimmelshausen y en la picaresca. Al enterarse que un español de Frankfurt trabajaba en el pícaro alemán Simplizissimus me invitó a una entrevista en su casa de Münster. Fue éste uno de los premios más valorados en mi carrera. El viejo profesor, a punto ya de jubilarse, me recibió con inmensa cordialidad. Su esposa nos obsequió con una comida típica germana y él me obsequió con todas las publicaciones propias relacionadas con mi tesis.

También me es muy grato el recuerdo del viejo “Bürgermeister” (alcalde) de Gelnhausen, ciudad natal de Grimmelshausen. El burgomaestre de la histórica villa, famosa ya en la Guerra de los Treinta Años, por haber sido asentamiento de la guarnición española del capitán Espínola, me recibió con grata afabilidad y simpatía, orgulloso de poder contar entre los investigadores del hijo predilecto y más ilustre de la villa con un español de Salamanca. Me mostró el humilde museo del que fuera hijo del panadero del pueblo, y como premio y agradecimiento me regaló un ejemplar de las diversas publicaciones relacionadas con el Simplizissimus y Grimmelshausen.

Como colofón de capítulo quiero dejar constancia de que tan flamante título y esforzado trabajo tuvo como resultado y recompensa la primera edición completa y comentada del Simplicissimus en español. Edición de Cátedra subvencionada muy dignamente con 6.000 marcos, por el gobierno alemán.

Tampoco puedo pasar por alto la repercusión social que suponía tal titulación. Al regresar a Alemania con el DOKTOR en el bolsillo, nuestro status social y mi prestigio profesional crecieron como la espuma. De la noche a la mañana Herr González se transformó en DOKTOR GONZÁLEZ. E incluso la sufridora secretaria Palmira, vio recompensada tan noble colaboración con el título de FRAU Dr. GONZALEZ.

Pero lo más insolito y pintoresco de aquesta fazaña es la inmortalización de la solemne ceremonia de imposición del birrete doctoral por obra y arte, genio e ingenio, de nuestra insuperable Irene, quien no se olvidó de mostrar, muy ingeniosamente, el Victor del exultante nuevo Doctor y la foto merecidísima de la secretaria colaboradora.

lunes, 22 de octubre de 2012

ALEMANIA EN EL HORIZONTE II

“ Frankfurt über Alles”

                                             Mi nacimiento no me ha vinculado a un único rincón,
                                             el mundo entero es mi patria (Séneca)

Mi segunda visita a Alemania superaría en importancia y trascendencia a mi breve deambular por las pintorescas callejuelas de Heidelberg. El próximo salto me llevaría de la ciudad universitaria del Neckar a la industrial, comercial  e imperial metrópoli del Main: FRANKFURT/MAIN.  Horizontes que se ensanchan y panorámicas que se agrandan. Mi rinconcito charro, parangonando a Séneca, me abría sus puertas al europeísmo y a  la universalidad. El destino me sonreía  y comenzaba a perfilarse mi futuro profesional. Esa es la interpretación correcta del “Frankfurt sobre todo”. Ni por asomo connotaciones nacionalistas del tristísimo himno nazi “Deutschland über Alles”. Esto que quede bien claro.

La historia comenzó, como otras tantas. Del modo más fortuito e inesperado. Al rectorado de la universidad de Salamanca llegaba la carta menos académica que pueda uno imaginarse. Remitente “Das literarische Büro”  de la multinacional AEG  de Frankfurt solicitando corrector de español para el Manual de Instrucciones de la empresa. El joven rector D. Antonio Tovar, eminente  indoeuropeista,  antiguo profesor de la Universidad de Tübingen, germanófilo, políglota y fundador de la Filología Moderna en la Universidad salmantina me eligió  como alumno de 5º curso de  alemán-inglés y becario que era de la universidad. Ante mis titubeos iniciales - pues, objetivo prioritario era terminar cuanto antes la carrera ' opté finalmente lanzarme a la conquista de nuevos mundos.

Un l9 de marzo, festividad importante en el calendario español  y laborable en Alemania, entraba en agujas de la estación de Frankfurt el expreso de París con un españolito perdido y desorientado. Alboreaba una mañana invernal de frío y nieve. La Hauptbahnhof ofrecía el desolador espectro del paso de una guerra mundial. La guerra de las grandes potencias mundiales unidas para acabar con Hitler y sus SS, borrar a Alemania del mapa de Europa. Dejes y lastres de guerra por doquier. Escombros, angares con tejados desvencijados, amasijo de vigas metálicas y hierros oxidados colgantes. Viejos vagones jubilados en vías muertas. Olor a carbonilla y suciedad. Humedades y abandono por todas partes.  Película surrealista a la napolitana.

Der Roemer - Plaza Mayor de Frankfurt
La primera imagen de la ciudad fue foto de reciente postguerra. En la que fuera plaza símbolo de rica ciudad comercial  el  emblemático hotel Carlton  con su fachada agujereada por los impactos de las balas y  la metralla de las bombas. La  Kaiserstrasse, vía principal de la ciudad imperial, calle triste y  deshabitada. Años más tarde interesándome por la historia de Frankfurt averigüé que por aquellas fechas  se cumplía el undécimo aniversario del apocalíptico bombardeo de la ciudad en el que las víctimas se contaban por millares. Un historiador, testigo de la tragedia, recoge algunos de los momentos siniestros de aquella  noche infernal: “ Mientras  el museo se convertía, de abajo  arriba, en verdadera hoguera, la casa de Goethe se derrumbaba pasto de las llamas”.
         
Pero no era mi propósito contaros trágicas  historias de postguerra. ni entristeceros con negros cuadros goyescos, archisabidos desastres de sangre y muerte. Pretendía informaros de mi segunda visita a Alemania, de mi llegada a Frankfurt, del descubrimiento de un nuevo mundo, de otra civilización y de una nueva cultura, del aprendizaje de una enrevesada lengua. Todo este tinglado, laborioso conglomerado, marcaría mi futuro y el de mi futura familia.

Sede de la AEG con el Friedensbruecke
Desorientado y sin meta a la vista, sin experiencia laboral ni viajera  me encaminé con el equipaje al hombro a las oficinas de la AEG, al gigantesco edificio que aparece en la foto, hoy desaparecido por exigencias de tráfico y reveses de la economía. Las siglas AEG (Allgemeine  Elektrizität Gesellschaft) no significaban nada en mi horizonte de campanario. La AEG fue una de las primeras empresas mundiales de electricidad, fundada a finales del siglo XIX. Pues, esta AEG me sirvió de trampolín de contactos y conocimientos, experiencias  y amistades valiosísimas perdurables.

La acogida en la oficina de tan pomposo calificativo, ¡“Literarisches Büro”!fue de agridulces sinsabores. Corramos el telón sobre el triste recibimiento del futuro jefe, un ingeniero andaluz entrado en años,  exiliado durante la guerra civil, con concentrado odio a la España de Franco, a donde no pensaba volver. Me recibió con la cariñosa salutación en el andalú que continuaba siendo su lengua materna:” No ze ha que ha venío uzté aquí. Yo ni lo he pedío ni lo nesesito”. Palabras indicativas de su relación con el jefe del departamento, un mister inglés, educado, afable y cortés quien tras la lógica bienvenida me fue presentando a los colaboradores de las diferente lenguas.
           
En el departamento de español la recepción fue cordial y tranquilizadora. Allí se forjaron amistades y fraguaron dulces recuerdos que me acompañan hasta hoy día. En aquel escenario apareció un estudiante valenciano de económicas, Hans Peter Fromm, arquetipo de amistad y fidelidad, deportista consumado y aficionado polifacético, entusiasta español en Alemania y alemán como Dios manda en España (seguramente aparecerá más adelante en alguna de mis correrías por Alemania). Inolvidables las constantes atenciones de dos compañeras del departamento: Gisela Burandt y Ruth Lohse, además de verdaderas amigas, fueron ejemplares hermanitas de la caridad siempre pendientes de ayudar al recién necesitado. La primera estuvo con Palmira en Salamanca y Palacios meses antes de nuestra boda, y Ruth resultó ser la mejor agente inmobiliaria de Frankfurt: a ella le debemos nuestros dos primeros niditos de casados.

Sin embargo fue un joven ingeniero, también recién llegado a la empresa quien me brindó generoso compartir provisionalmente habitación en la inhóspita e inhabitable Bahhofstrasse, antigua colonia ferroviaria de la era hitleriana, contigua a la estación del ferrocarril. El amigo W. Siever huyó antes que yo de aquel receptáculo sin calefacción y de las desatenciones de una  joven patrona con un bebé llorón y una madre encarnación de la sosería y la vagancia. Allí aprendí el significado del término “siberiano”. Me acostaba vestido, embozado en una manta y me levantaba congelado tiritando de frío.
           
No fue fortuna mi aliada en asuntos de habitabilidad durante mi largo año de soltería en Alemania... Dos ejemplos más confirman la regla. El Wohlstand (bienestar) no se había implantado todavía en la Alemania de la “Wiederaufbau” (reconstrucción) y era frecuente el alquiler de habitaciones para aliviar la supervivencia tras la gran guerra. Esta vez mi asentamiento no superó las cuarenta y ocho horas, aunque la habitación estaba ubicada en zona burguesa de la ciudad y la arrendataria era dama con aires de alcurnia y grandeza. En consecuencia  puso como condición primera descalzarse antes de pisar la alfombra del asfixiante pasillo. El españolito, orgulloso de aldea, interpretó como humillación la norma de los zapatos y optó por tomar las de Villadiego a las primeras de cambio.

Polo opuesto a las anteriores vivencias, fue la experiencia de un mes justo, previo acuerdo, en casa de un joven pastor presbiteriano con esposa y dos niños, ejemplo de cordialidad y amabilidad. Culpable único, sin embargo, del nuevo fracaso fue la parada de un autobús bajo la ventana de mi habitación y el inhumano horario germano de las cinco de la madrugada comienzo de jornada de recorrido. Ejemplar y edificante, la paz y armonías reinantes en aquel hogar. De vez en cuando era invitado a la mesa en comunidad. Impactante para un español de creencias anquilosadas era la ceremonia de acción de gracias, previa al acto, los comensales cogiditos de la mano.Pero tampoco era mi propósito en esta primera crónica frankfurtense narrar batallitas con patronas y alquileres.
         
Debo puntualizar que mi primera relación y mis conocimientos primeros sobre Frankfurt y Alemania eran versión de libros y lecturas para principiantes. La realidad y primeros pasos cambiaron panorámica y perspectivas. Por obra y gracia del destino, cierta “transmutación de valores”(Nietzsche) y sistema nuevo de valoraciones, Alemania acabaría  convirtiéndose en “meine zweite Heimat”(mi segunda patria). Finalizado el breve contrato con la AEG regresé a Salamanca para rematar curso y alcanzar la consiguiente Licenciatura en Lenguas Modernas. Colofón sin pena ni gloria. Cuando todavía no había nacido el moderno Erasmus y no existían  ni tutorías ni consejeros el autodidactismo no fue lo provechoso que se esperaba. No obstante desde aquel verano de adiós a la universidad y último de soltería en Alemania a donde regresaría el curso siguiente, los “mejores deseos” me han acompañando permanentemente como ejemplo y recuerdo. Testimonio de ello es el primer libro de literatura alemana contemporánea que conservo como oro en paño en mis estanterías. La dedicatoria es el regalo más valioso y la expresión más elocuente de amistad d aquellos primeros meses en Alemania:

                           Mit den besten Wünschen für Deinen weiteren Lebensweg zur
                           Erinnerung an einer Zeit aufrichtiger Freundschaft. Ffm, August l955

Frankfurt, desde aquella experiencia primera, significaría nueva llamada, nuevo rumbo, nuevos paisajes, personas y personajes.A comienzos del otoño del 1955 el Goethe y el Ziehen Gymnasium ( Instituto de Enseñanza Secundaria) me recibían con afecto y simpatía como primer profesor asistente de español. Categoría ínfima en España pero muy digna y encomiable, y sobre todo altisonante e intraducible en alemán: ¡ Nebenamtliche Lehrkraft!

Estos serían mis primeros pasos en la docencia oficial. Vía, ancha a veces estrecha otra, que finalizaría en la actual jubilación. Y hasta ahora, el ondulado y cercano horizonte de las colinas del Taunus y sus bellos poblados residenciales, la navegable corriente del Main con sus multiformes puentes y ajardinados paseos, las torres de sus iglesias con la majestuosa de su catedral, los prineros rascacielos de bancos y grandes empresas industriales, continúan emblemáticos, evocadores de mis agridulces andares por la geografía sentimental alemana.

miércoles, 17 de octubre de 2012

LUNA DE MIEL HISTORICA, insólita y excéntrica

De Sequeros a Frankfurt am Main

Aunque la luna prosiga impertérrita en su girar y en sus fases, sus clases y géneros han sufrido alteraciones y cambios importantes. Una de las mutaciones más significativas y llamativas es la operada en la popularmente conocida como "Luna de miel".

No voy a detenerme a estudiar su evolución histórica. Tampoco voy a perder el tiempo analizando sus cambios semánticos y sociales. Voy a centrarme únicamente -sin entrar en minuciosas intimidades- en una luna de miel ciertamente llamativa por su singularidad espacial y personal. Con pelos y señales  cronológicas y espaciales debo señalar que esta Luna de Miel comenzó el 2 de Agosto de 1956 en el idílico rincón perdido de la sierra salmantina, conocido por Sequeros y que se prolongó hasta Alemania, hasta  la histórica ciudad de nacimiento de Goethe, que medio mundo sabe que fue Frankfurt del Main.

He olvidado en qué fase se hallaba la testigo nocturna de los enamorados. Solo puedo testimoniar que esta Luna de Miel fue uno de los sucesos más rocambolescos, insólitos y descabellados que acaecieron en la ciudad del Tormes:

"¡Novios salmantinos pasarán su luna de miel en el serrano pueblito salmantino de Sequeros!"

El comunicado periodístico es ficticio. Pero bien pudiera haber sido uno de los habituales titulares en las Crónicas de Sociedad de la provinciana prensa charra La Gaceta Regional o El Adelanto. El simple enunciado hubiera provocado hilaridad y carcajadas. Lo habitual y sonado en la creciente burguesía de entonces, según notición en la prensa local, con foto incluida, era que la feliz pareja salía en viaje de  novios para Mallorca, Madrid, Barcelona, Andalucía, París o el extranjero.

Nuestra pareja de protagonistas -Palmira y Manolo- en el taxi de un portugués, amigo del cuñado Delfín, después de finalizar el obligatorio baile de bodas que cerraba el festejo nupcial  (véase capítulo correspondiente) partieron dirección a Sequeros como dos potentados en diligencia imperial.

Todo estaba organizado con meticulosidad por el recordado cuñado Ignacio. Un amigo, veterinario de Sequeros, antiguo compañero de estudios en Zaragoza, nos había reservado habitación, con pensión completa, en la fonda del pueblo, jardín y terraza incluidos. La diligente posadera nos recibió con  exquisita amabilidad, lo que nos hizo concebir ilusas expectativas. Mas el cielo se nos vino abajo al anunciarnos que estaba al completo. Ante el inminente desvanecimiento de la novia, la diligente fondista nos tranquilizó anunciándonos que: "simplemente para dormir nos había agenciado un apartamento a estrenar, en la plaza del pueblo, cercano a la iglesia. Desayuno y comidas caseras en la fonda."

Acabábamos de tomar posesión de la "suite", una minúscula buhardilla "lujosamente amueblada" con una simple cama "moderna" niquelada y una rudimentaria silla haciendo juego, cuando el veterinario Maxi se presentó con su novia para invitarnos a un "picnic" en un pinar de los alrededores. 

Foto de la novia con amigos y perro
La cordialidad nos resultó desorbitada ya que los recién desposados preferían la soledad a la merienda, pues, según receta del poeta, la soledad más hermosa es la soledad de dos en compañía. Ésta llegó al fin y una espléndida luna llena se enseñoreó de los dominios de la noche. Mas, ésta se tornó "toledana" y no por lo  que suposiciones  fantásticas puedan  imaginar. Causantes aguafiestas de la velada fueron el reloj de la torre de la iglesia, que no se dejó ni un solo cuarto en el badajo, y una parejita de envidiosos gatitos encelados encargados de organizar la serenata en el tejado (la censura no permite detalles pormenorizados, simplemente aclararé que el novio, como pésimo durmiente que es, apenas pegó ojo en toda la noche). Fue una noche de luna meliflua, como el propio juego de palabras indica, fue el dulce sueño de una noche de verano.

Entre  los numerosos  documentos del evento archivados en la papelera de la memoria figuran las comidas en la Fonda. Recuerdo todavía con fruición y regusto la fuente de porcelana blanca a rebosar de filetes de ternera serrana: ¡los filetes más ricos, tiernos y sabrosos de mi retentiva culinaria! Y si algo les faltaba… ¡servicio a discreción!

De reseñar es también una excursioncita al riachuelo de Casas del Conde. Memorable el descenso, romántico y dificultoso, cogiditos de la mano, por un sendero entre peñascales, zarzales y majuelos. El pueblecito guardaba gran valor sentimental para el novio que, de estudiante había ido a comprar las famosas cerezas de las Casas con el cuñado Delfín.

Igualmente es de recordar y resaltar la curiosidad que la pareja de tortolitos despertó entre los veraneantes de la fonda. Matrimonios mayores y mamás jóvenes, veraneantes con niños,  no nos quitaban ojo, intrigados por la procedencia y actividad de aquella parejita solo visible a las horas de comedor. Averiguada nuestra  identidad se mostraron en todo momento, cordiales y afectuosos. Orgullosos de la compañía de tan distinguidos y singulares huéspedes.

El primer capítulo de tan excéntrica luna de miel tuvo la escasa duración de una semana. Todo tiene su explicación: el novio, profesor asistente en Frankfurt, sólo disponía de un mes de vacaciones, plazo que hubo que distribuir racional y equitativamente entre preparativos de boda, luna de miel, visiteos y cumplidos familiares en los correspondientes pueblos.

La Luna de Miel acababa de comenzar. Empezaba ahora la segunda  parte, la odisea del "Viaje de Novios al Extranjero"… a Alemania. Éstas fueron, en verdad,  auténticas noches toledanas. La anunciada función comenzó ya en el punto de partida, estación de tren de Salamanca. En la ventanilla del exprés Lisboa-París un cartel rezaba: NO HAY BILLETES. Se rogaba esperar la llegada del tren y se confiaba en que quedasen plazas libres. Ilusiones frustradas. La negación continuó impertérrita. Gracias al tío Valentín, padre de los primos Benjamín y Antonio, que prestaba su servicio en la estación como guardia de seguridad, conseguimos subir al tren con baúl, maletón y bolsos. Asientos libres, un sueño. En el pasillo atiborrado de viajeros y equipaje, como sardinas en banasta, malsentados encima de las maletas y equipaje, transcurrió esta interminable noche de viaje de novios al extranjero. Antes de la llegada a Irún, el revisor, mediante un sello en el pasaporte, nos concedió el visado que nos otorgara entrada en Francia. Previamente había que cambiar de tren, pues la España de Franco seguía anclada en los trenes de vía ancha. El joven novio llegó hecho unos zorros. Mas que joven enamorado parecía viejo decrépito incapacitado para continuar el viaje. La feliz pareja tuvo la más descabellada idea que humano pueda imaginar: bajarse del tren, hacer noche en Irún y continuar viaje al día siguiente: así conseguirían mal dormir en una pensioncilla barata de estaciones de ferrocarril.

A la mañana siguiente, pasados los engorrosos trámites de la aduana, cómodamente  asentados en el tren de París, el revisor no acepta el visado de entrada con fecha del día anterior. El ilustre novio deberá iniciar veloz carrera con los pasaportes a la aduana en busca del nuevo visado requerido. Pero como las desgracias nunca llegan solas, una vez de vuelta en el tren, Palmira se percata de la falta del bolso azul con el reglamentario jamón, regalo de los abuelos de Palacios, y…¡otra carrera más! Contrarreloj casi suicida, pues el silbato de salida del tren ya había sonado. Con el jamón a cuestas, pude  tomar el tren  en marcha con el revisor hecho un basilisco jurando en hebreo y en gabacho… y nuevamente la joven dulcinea al borde del infarto.

Al cómodo viaje Irún-París Austerlitz seguía siempre la hora de suspense y nerviosismo en París, en la que el viajero dependía de la pericia del taxista y de la longitud de las interminables colas para conseguir tan preciado servicio, para poder tomar en la estación de  L’Est, el tren que le llevaría al anhelado paraíso de Frankfurt. Esta vez los hados nos fueron propicios. Aunque nos esperaba otra larga dulce noche de viaje de novios en tren. Nuestro compartimento y el coche-cama también al completo. Afortunadamente, entre súplicas y suspiros,  el revisor al ver nuestro aspecto de pardillos enamorados se apiadó de nosotros y nos acomodó -propinilla al margen- en un modesto apartadito con dos asientos extensibles, todo ello en consonancia con la categoría y anhelo de los novios de incógnito. El largo viaje transcurrió plácida y  dulcemente, como en el mejor coche cama del Orient Express. Nuestra llegada a la estación de Frankfurt no tuvo recibimiento oficial: ni banda de música, ni cohetes y volteo de campanas. No fueron ni esperados, ni necesarios. Nos bastó con haber llegado sanos y salvos, y despiertos, después de tan inusitado comienzo y tan azarosa continuación de nuestro viaje de novios al Frankfurt de nuestros amores.

La feliz pareja en 2012
En el antiguo barrio residencial judío del Westend, en una habitación sin derecho a cocina los fines de semana, construimos en la Unterlindaustrasse el primero de los tres niditos alemanes. Después de 56 añazos, dejemos a nuestros aventureros protagonistas disfrutando merecida y plácidamente, con el recuerdo, de aquella luna, que aunque en fase menguante, continúa resplandeciente. De ello da fe el adjunto testimonio gráfico de nuestra queridísima y admirada nieta Irene.

Muy  pronto aparecerán nuevos y apasionantes capítulos de nuestra feliz y fructífera estancia en el extranjero. En la palestra de estas Semblanzas aparecerán pronto tres de sus protagonistas estelares: Antje, Emma y Blancaluz tan vinculadas y encariñadas con nuestro Frankfurt.