jueves, 28 de febrero de 2019

El DICCIONARIO de la RAE está triste,


La ENCINA DE RUDI en Palacios está triste y …
… el BLOGUERO que este anuncio pregona también está triste

Y no sin razón alguna, pues... después de infame e interminable mes y medio en coma en un hospital canario, y sin opción de despedida, se nos marchaba para siempre, en este aciago final del 2018, “otro amigo del alma tan querido”, RUDI REIDINGER. Amigo de los de pura cepa. Amistad de profundas raíces germanas plantadas en Nesselwang (bello pueblo bávaro en las estribaciones de los Alpes, donde pasamos vacaciones inolvidables), que germinaron, brotaron y florecieron, hace de ello más de medio siglo, en la sin par villa marina vizcaína de Algorta.

Concretamente en la calle Kasune, donde llegó el matrimonio Ingrid-Rudi. Él para trabajar como profesor en el colegio alemán de Bilbao y ella modelo de simpatía, alegría y amistad. Se fraguó una amistad que pervive hasta nuestros días.

Tras varias estancias de Rudi en colegios alemanes, la última en Tenerife, su enamoramiento de España ascendió a tal grado que, agotadas las posibilidades reglamentarias de continuidad en colegios alemanes en el extranjero, optó por la jubilación anticipada sin sueldo y retirarse a su Tacoronte, acompañado de Antonia, nuestra siempre querida amiga y su vital apoyo en los últimos años. Siguiendo con él el consejo monacal frayluisiano: “¡Qué descansada vida la que huye del mundanal ruido!“

Fiel siempre a sus principios: “si quieres vivir en paz con todos, vive en paz contigo mismo”, transcurrió el último tercio de su vida: tranquilo, sereno, conformista. De palabra, hábitos y formas sencillas y clásicas.

La imagen polifacética del Rudi auténtico, verdadero, cumplidor (la primera llamada telefónica de felicitación en santos y cumpleaños procedía de Canarias) permanecerá imborrable para siempre en nuestro internacional álbum de recuerdos.

En primera página, inmortalizada destaca la imagen de nuestro Rudi “homo humilis”, tumbado en su hamaca al sol de los Alpes, del Cantábrico, de las Islas Afortunadas o de Palacios (nuestro y su pueblo español), en sus primeros años acompañado de Ingrid y de los diablejos Eugen y Wolfi, viendo pasar las nubes, acompañado de buena música - clásica por supuesto - en la que con Ini eráis nuestro dúo dinámico favorito. Inolvidable en el recuerdo del viaje a Nesselwang ese concierto privado en vuestra casa acompañados de vuestros hijos al violín, Ingrid, como siempre, al piano. Tampoco olvidaré la pesca de truchas en un riachuelo de cristalinas aguas, deporte para mí desconocido. Junto con el horror de mi pituitaria al pescado, vi cómo mi amigo se deleitaba terminada la faena del anzuelo, limpiando habilidosamente las presas, convirtiéndolas en suculento manjar.

Y siempre con un vasito de “buen vino” al lado, tinto, Duero, Rioja o de Palacios, auténtico, sin falsificaciones, sabía paladear hasta la añada. Muestra dio de ello como catador en una bodega en Haro. En el yantar era experto en la materia. Empezando por la compra diaria familiar en la tienda o el mercado. Conocido cliente en el Mercado de Bilbao, en aquellos tiempos reserva exclusiva de mujeres, la presencia de un hombre en la cola de la carnicería, provocaba tal compasión en la clientela femenina que, gentilmente todas a una le cedían la vez.

Tampoco podía faltar la compañía de un buen libro abierto y un diccionario de consulta. El de la RAE (Real Academia Española) siempre a mano. Especialmente en nuestras tertulias y largas sobremesas, con frecuencia animadas con el infantil, aunque academicista “juego de palabras”: búsqueda de parentescos y raíces, significados y etimologías hispano-germánicas o greco-latinas a las que ambos éramos aficionadillos lingüistas.

No me olvidaré un 19 de marzo, un San José invernal, entre granizadas y gélido polar burgalés, plantamos algunos de los alcornoques y robles que acompañan hoy a “tu” encina, en lo que antaño fue erial castellano. Tu amor a la naturaleza y al campo me lo diste a conocer en ese viaje a los Pirineos al inicio de nuestra amistad. Además de enseñarme a pasar a Francia sin frontera por medio, me descubriste las bellezas de la España desconocida en aquel entonces, el hayedo de Irati y toda su fauna y flora.

El Diccionario de la RAE, empolvado y en desuso, no llorará - licencia lírica del bloguero - como tampoco lo hará tu encina. La Encina de Rudi, la reina de La Colina de Valmiguel entre las numerosas de su especie, regalo de valor sentimental incalculable. De ahí su apodo. Pero pervivirá, cual libro abierto, como ejemplo de tu amor a la Naturaleza y de tu cariño a nuestro pueblo y a nuestra tierra.

¡Servus, Rudi!

Palmira, Manolo y sus hijas, Palacios y La Colina de Valmiguel y Tu Encina te recordaremos y honraremos siempre como te mereces.