jueves, 11 de febrero de 2021

SERENA SENECTUD

La Lectura como pasión y pasatiempo y el Bolígrafo como deporte favorito

“He buscado en todas partes el sosiego y no lo he encontrado sino en lugar apartado (en Palacios y en mi despacho) con un libro en la mano”, (plagiando a Kempis).

Mi afición a la lectura y mi pasión por el libro fueron tardías y lentas. Tan tardías como lentas por las especiales circunstancias vitales y profesionales. Pues, tanto mi infancia como la adolescencia y juventud fueron etapas sin libros. Por desgracia, o fortuna, mi destino no estuvo entre los afortunados humanos que menciona Edmundo de Amicis: “El destino de muchos hombres depende de haber o no haber biblioteca en la casa paterna”.

El libro fue compañero inexistente en mi casa paterna. Avis rara en la escuela de aldea de mi infancia, artículo de lujo en un bachillerato de infarto. Y amigo novato y tímido de lectura obligatoria en mi paso, a saltos, por la universidad. En la didáctica de aquellos tiempos de guerras y posguerras, imperaban el memorismo y el historicismo a ultranza : “apuntes” para aprobar y “trabajillos” para “nota”. Tardía y obligatoriamente “mandones” se fueron infiltrando en mi arribo a la universidad, después de un Magisterio por libre (¡dos cursos de una tacada!). Vaguísimo es el recuerdo y mínima la aportación de los libros en mi formación e inicios profesionales.

Sin embargo, debo testimoniar orgulloso que en esos dos años de aislamiento, preparación, sustitución y prácticas obligatorias en la escuela de mi pueblo, gracias a la asesoría y las revistas pedagógicas de mi maestra Dª Hortensia, nació el descubrimiento y mi devoción a la enseñanza ... ¡y a la poesía ! Y como la práctica hace al maestro, con l@s alumn@s aventajad@s recitábamos y disfrutábamos con los poemas de Bécquer, Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez, Rosalía de Castro, Gabriel y Galán ... en nuestras fiestas de fin de curso.

En mi memoria permanecen y perviven “Los chopos de las márgenes del Duero”, “Volverán las oscuras Golondrinas”, “A las cinco de la tarde”, “Las campanas”... ¡Si por siempre enmudecieran…! ... y “La montaraza”. (En Mis viejos amigos los libros viejos).

Los libros tardaron en incorporarse de pleno al círculo de mis amistades y continuaban siendo escasos. Costosos y exclusivos. Lejos del alcance de hijos de relegados y pobres aldeanos de Castilla la Vieja.

Sin embargo tengo que confesar, humildemente, que a la Universidad Salmantina y a su Facultad de Filología, antaño denominada Facultad de Filosofía y Letras, debo el aperturismo, la modernización y mi interés por las lenguas. Tanto clásicas como modernas. Y consiguientemente su cultura y literatura. Y sus libros. Afortunado, continúo presumiendo todavía, de ser del trío de estrenadores de la Licenciatura en Filología Moderna (alemán como primera e inglés como segunda lengua) y de lucir la medalla del cincuentenario de la especialidad impuesta nada más y nada menos que por el Vicerrector Quintanilla, estimado vecino y amigo de Palacios. Y sería la germanística, concretamente la comparatística, y la investigación filológica los que me llevarían a Alemania, meine zweite Heimat (mi segunda patria), donde tras largos años de investigación (lenta y por libre) concluiría mi doctorado sobre picaresca.

Alemania me abrió de par en par sus puertas y el libro y la docencia se convertirían en compañeros inseparables de profesión. Y conquistador de amistades y saberes en mis correrías como intérprete, traductor y periodista. Primeramente, asesor y autor en editoriales de Diesterweg (Frankfurt) y Lensing (Dortmund), y más tarde, al regresar a España, Cátedra en Madrid y Anaya en Salamanca.

Pero memorable, y trascendental, en la historia de mis relaciones con el libro fue el papel de La Feria Internacional del Libro de Frankfurt, heredera de la famosísima de Leipzig, antes de la gran guerra universal. Frankfurt se convirtió en vivero anual de nuestra incipiente biblioteca. Sirva de ejemplo a cuanto antecede mi asistencia anual, y mi visita diaria a dicha feria como corresponsal de revista comercial española e intérprete de expositores españoles.

Nuestra biblioteca presume orgullosa de baldas completas de premios Nadal y premios Planeta, capitaneada por los inauguradores de las series Laforet, con su Nada y mi adorado Delibes con “La sombra del ciprés es alargada”. Gran parte de ellos donación editorial, dedicatoria del propio autor incluida.

De reseñar es, igualmente, mi humilde aportación a la germanística española con mi doctorado en comparatística. Aunque lentísimo, y prácticamente por libre, pero sin pausas, inició y amplió mi aportación a la historia del Libro con la traducción y edición del Werther, número 1 e inauguración de la exitosa serie de Anaya “Letras universales” (al alimón con las Tragedias completas de Esquilo), y el Simplicissimus, edición primera completa en español de la obra más representativa de la picaresca alemana.

Además de la mencionada edición del Werther (premiada con edición especial y entre los cien ejemplares más vendidos, en solemne acto de celebración en la Biblioteca Nacional), y la del Simplicissimus, premiada por el gobierno alemán, tengo que agradecer a la generosidad de Gustavo Domínguez, las ediciones y traducciones de Las afinidades electivas de Goethe, La Pícara Coraje de Grimmelshausen y la Historia de la literatura alemana. Mi afición filológica y libreril se se ha visto también premiada con la presentación de ediciones de literatura alemana en el Instituto Goethe madrileño.

Pero ha llegado el momento de testimoniar que “nuestra” Biblioteca no habría pasado de corriente y normalita sin la Amistad, con mayúscula, de dos grandes editores: Herr F. C. Lorson de la Editorial Lensing (Dortmund) y Gustavo Domínguez de Cátedra (Madrid).

A Herr Lorson tendría que levantarle un monumento en el templo de la Amistad y en mi mundo del Libro. Sin su asesoría y su generosidad, y sin su revista pedagógica "PRAXIS des neusprachlichen Unterrichts" (publicación señera en el campo de la didáctica de lenguas modernas), sin la cual este maestrillo trasplantado a Alemania, y en la docencia del español, no hubiera dado el salto a la devoción, la pluma y a la relación íntima con el libro.

Casualmente una carta del lector Manuel José González fue el aldabonazo que sirvió de llamada al editor de Praxis, quien se presentó inesperadamente en Frankfurt, brindándome la entrada en el consejo de redacción de Praxis, como director de la sección de español. La lírica española desde comienzos del siglo hasta nuestros días, fue una de mis primeras colaboraciones, y al entrañable Herr Lorson debo la aparición, nada más y nada menos, con dos libritos ilustrados para la enseñanza del español en Alemania: España Sol y Sombra, Viva el Turismo.

La amistad con Her Lorson pervivió después de nuestro regreso a España, con una visita a Algorta. No será preciso puntualizar que nuestra biblioteca se vió ostensiblemente incrementada con los libros de Lensing y allegados.

“Muchas gracias por la ayuda que nos prestas y la amistad que nos brindas”. Estas palabras, entresacadas de una de sus últimas felicitaciones navideñas, son expresión de una relación que sobrepasaba lo profesional. Son a la par recuerdo de mi otro gran amigo, editor, Gustavo Domínguez, agradeciendo mi colaboración y amistad como responsable de literatura alemana de la serie de Cátedra Letras Universales. Amistad sincera y cordial aderezada con modestas y animadas tertulias de mesa en el comedor de la editorial y visitas en Majadahonda con partidita de tenis y subsiguiente aperitivo rehabilitador. Sirvan también de testimonio elocuente, imborrable y generoso, las dos exitosas series populares de Cátedra ( Letras Universales y Letras Hispánicas), que pueblan, algunos ejemplares por duplicado, estanterías de mi biblioteca, entre ambas superando con creces el millar.

Su jubilación voluntaria y su traslado definitivo a una aldea para disfrutar de la paz y clima mediterráneas no mermaron mis relaciones con Cátedra. Con Josune García, actual directora de Ediciones Cátedra, festejamos en Salamanca, en la Facultad de Letras, y en compañía del amigo Manolo Montesinos y de Feliciano Pérez Varas, la presentación de su edición española de los Aforismos de Lichtenberg.

Pero con el alejamiento de unos y otros y con la llegada de la jubilación, la biblioteca vió mermado su crecimiento. Pero no así el Libro, la Lectura y la Amistad del Bolígrafo. Sirva de testimonio la siguiente fotografía de mi mesita de trabajo y el cuarteto de ejemplares que la presiden: la simpar y superpremiada Irene Vallejo que “escribe como los ángeles”, según atinada crítica. Y según propia "el deleite de su lectura arrastra hasta el Infinito". A la zaga le sigue el placer de la “Lluvia ligera”. Luis Landero arrastró torrencialmente con la prosa de su lluvia a batir records de lectura a este nonagenario, que se la devoró en menos de una semana. No puedo marginar la figura de los dos clásicos modernos (Clarín y Valle-Inclán), escoltados por los dos modernísimos, Vallejo - Landero. La vaquita Cordera de Clarín y Las Sonatas de Valle-Inclán continúan armonizando las lecturas de mi Serena Senectud. Y hablando de modernismos, que me perdone por no figurar en la orla de mi fotografía mi admirado Padura y su "Como polvo en el viento". Solamente por su título, merecería figurar en mi cuadro de honor.
 
Estoy convencido de que los buenos Libros como los buenos Amigos alargan la vida. Y continúan uniéndonos y armonizándonos. Los libros son camino de afectos y amistades. El Libro (lectura y bolígrafo) como animadores y deporte recomendables.