jueves, 25 de febrero de 2016

Historietas que pasaron en el Río que no pasa

Las  sandías de la Noche de Ramos (Carrascal de Velambélez)

Para comprender y aceptar el siguiente episodio, se recomienda un saltito de lejano medio siglo en el pasado y compartir con el medieval poeta de Las Coplas el nostálgico verso de… “¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!” Y una vez metidos en harina, el lector bloguero coincidirá también conmigo en que “Fiestas y Pasado se celebran también recordándolos”.
  
Tal perogrullada viene a cuento al rememorar y revivir la época de los “Melonares”. Aquellos tiempos en los que las orondas sandías y los ovalados melones, en forma de ídem, alegraban las marchitas y ocres campiñas castellanas, adornando con su verdor humedales y frescos “bajos” de barbechos y besanas. Y, una más de las paradojas de la vida y de la toponimia, invención de hablantes y lingüistas, nominábanse antaño melonares a ese terrenito familiar que con frecuencia solo ofrecía sandías y calabazas. ¡Otro ejemplo más de machismo en el lenguaje!
 
Lo que sí es cierto es que el “melonar” era en los pueblos castellanos, terruño de presunción. Cuanto más potente el terrateniente, más grande era el melonar. Y más las oportunidades que tenía el dueño de alardear de amigos, caseros y foráneos, al invitarlos a “calar” y degustar las sandías que fueran necesarias. Palmira recuerda, todavía con agrado, el paseo e invitación veraniega al melonar de una amiga  de Palacinos como una solemnidad y un acto social honorífico por parte de los anfitriones.

También era frecuente en noches de ronda o corroblas veraniegas, el asalto de los mozos a melonares propicios al jolgorio. Precisamente una de esas aventurillas juveniles fue la siguiente odisea con las sandías como protagonistas:

Fecha de actos: la víspera de la Fiesta Grande de Carrascal. La fiesta de la Virgen de Septiembre, Nuestra Señora del Castillo, primer domingo de dicho mes. El río, una vez más, escenario y plataforma de nuestra juerga juvenil.

Bien conocida es por mis inolvidados y queridos lectores de pueblo - mejor incluso por mis jóvenes lectoras - la tradicional “puesta de ramos” a las mozas en la madrugada del día de las grandes fiestas. Las rejas de la ventana de novias, amigas o vecinas, amanecían engalanadas con ramas - apodadas ramos - del árbol más común en la zona, el clásico chopo: “el galgo solitario” de la meseta, que diría Marañón. Con frecuencia,  dicha corta solía acabar con polémica. Los enamorados no solían ser expertos taladores y convertían en vandálica la ancestral tradición provocando el enfado de dueños de choperas no muy contemporizadores.

Los mozos de Carrascal no solíamos tener obstáculo ninguno en este sentido. El único problema era la distancia. Había que caminar una media horita hasta alcanzar la chopera de La Narra, en la margen izquierda del Tormes. Esta chopera, repetidas veces coprotagonista en “Mi Río…” era una arboleda excepcional. Los centenares de chopos, algunos de gigantescas copas, de robustos, enhiestos y esbeltos troncos, pertenecían al dueño de la finca. Un tal Gabino Martín, solterón, tranquilote y bonachón, el pariente rico de los Martines del pueblo, quien no ponía reparos a nuestras barbaries.

Una vez realizada la salvaje e inexperta tala de los ramos entre cánticos y algarabías, y con incesantes “pases de la bota”, se le encendió una lucecita a uno de los concurrentes: si mal no recuerdo, autor de tan feliz idea fue Nicolás, o su hermano Isaac, conocedores del otro lado del río por circunstancias que desconozco.

Ilustración de Andrés Martín, nieto del octogenario bloguero
-¿Por qué no vamos a por unas sandías a un melonar de “Juzbao” que yo conozco? - insinuó uno de ellos.
La genial propuesta fue aprobada entusiásticamente por unanimidad. Surgió, sin embargo, una muralla difícil de expugnar: ¡La mayoría de los rondadores no sabía nadar! ¡Para alcanzar el melonar, ubicado en la otra orilla del río, en la fértil vega de Juzbado, era preciso cruzar una estrecha franja de río reservada para nadadores: aguas remansadas y profundas de la orilla de la chopera. Un quinteto de ellos - el cuarteto de la joven generación nadadora -: Manolo, Juanito, Oni y Toño Torres - tal vez también el todavía imberbe Francisco - secundados por los principiantes Fili y Nicolás como vigilantes, realizamos la proeza sin problema alguno.

A la pálida y tenue lucecita de la luna menguante descollaban tentadoras, sobre el oscuro verdor del emparrado, las orondas sandías. ¡De todos los tamaños! ¡Y de todas las tonalidades!: Verdosas y amarillentas según la variedad. El saqueo fue prudencial: rápido y limitado, sin pataleos ni destrozos. Cada nadador disponía solamente de sus remos como vehículo de transporte: ¡las manos y los brazos! Una piececita por barba era la cifra permitida, pues un brazo tenía que servir de remo.

Con gran alborozo, y no menor alboroto, se recibió a los heroicos exploradores. Pero como “el miedo guarda viñas”, no quisimos ver repetida la conocida tragicomedia de los “Melocotones del Taponero” y veloces pusimos los pies en polvorosa.

Cargados de ramos y sandías, alcanzado el monte, hicimos un alto en el camino para tomar un respiro y degustar unas rajitas de las frescas, jugosas y coloraditas sandías. He olvidado señalar que el grupito de rondadores no sobrepasaba la docena, con lo cual el banquete fue regio al tocar a media sandía por barba. También hay que reseñar que el episodio de las sandías y el festejo de los Ramos, terminó felizmente, cuando “la del alba sería!”…

Rompiendo el silencio de la noche con desafinadas voces y algarabía resonaban las canciones populares- entre las que no podía faltar la conocidísima ronda:

Levántate morenita, levántate resalada.
Levántate morenita 
que ya viene la mañana, levántate.
¡ Qué ya es de día, que ya se ve!
¡Qué ya es la hora de venirte a ver!

Arrastrando los polvorientos ramos y a trompicones, provocados por el excesivo empinar la bota, adornamos rejas de ventanas y puertas de soñadoras dulcineas. Y cuando el lucero del alba anunciaba el nuevo día, los intrépidos y fatigados rondadores se dispersaron en busca de la almohada para descansar lo poquito habitual en esos festejos.

Afortunadamente ha tardado mucho - ¡muchiiií…simo tiempo! - ¡como que ya no existe el melonar y el delito ha prescrito! - en salir a luz pública la juvenil y festiva aventurilla de “Las sandías de la Noche de Ramos”, con lo cual, supervivientes y herederos pueden dormir tranquilos para placidez y regocijo de unos y otros.

miércoles, 17 de febrero de 2016

DE PROFESIÓN… Profesor multidisciplinar II

Disculpe el lector que este capítulo, más que académico o academicista, sea en las “postrimerías de mi carrera” especie de rendición de cuentas y nómina de agradecimientos. Melodía académica. Reandar el camino, recreándome en lo más valioso aprendido y enseñado en las orillas: ¡el cultivo de la Amistad!, ayuda magistral para capear el temporal en situaciones borrascosas y conllevar con sabiduría y serenidad Pasado y Presente.
“Felices quienes han encontrado en su vida al menos la sombra de un amigo” (Anónimo)

Fueron muchas, -¡muchísimas!- las nuevas amistades de este conquistador de la Amistad, españolas y extranjeras, a lo largo y ancho de mi silencioso recorrido Complutense. Colegas de toda talla y colorido de universidades alemanas, austriacas y españolas: Munich, Berlín, Frankfurt, Münster, Leipzig, Viena, Innsbruck, Graz, Salamanca, Sevilla, Valencia. Pero la Amistad, asignatura optativa, precisa también de pericia, celo y cuidados serios. Y de atenciones especiales. Mimos y cariños.

Numerosos fueron las y los colegas que transitaron por la” calle” de San Isidro en Majadahonda, disfrutaron  del retiro de La Colina en Palacios del Arzobispo y “gozaron de la apacibilidad de los días” (Lcdo. Vidriera) de Salamanca. Relaciones que la jubilación, la distancia y el tiempo han ido enfriando y apagando. ¡Cuántas de ellas han desparecido del cofre de mi memoria! Mas ¡algunas quedan! Las bien guarnecidas y mimadas ni mueren ni se olvidan.

Homenaje a D. Emilio Lorenzo
Para esa nómina bastan  los dedos de una mano. En su catalogación figura a la cabeza Mª Luisa Schilling, la sinceridad y sencillez personificadas, sosiego y paz entrelazados, Verdad y Cariño sin tapujos ni cortapisas. ¡Santa Clara bendita! A ella debo - ¡sin que ella lo sepa ni se lo imagine! - el continuar disfrutando todavía del ejercicio de la escritura. Suya es la  primera felicitación en cumpleaños y efemérides importantes. Y “the last but not…” las delicias de su cocina de “master chef”. Sin ella no sería lo que es mi querido y admirado Nano. Nada tiene que ver con docencias ni germanísticas, aunque chapurrea el alemán, pero es doctor honoris causa en la asignatura que estoy desarrollando. Noble y noblote si los hay. La bondad hecha dulce palabra. Sin ellos tampoco disfrutaríamos, tanto Palmira como yo, de los besos y abrazos supercariñosos de sus hijas Clara y Berta. En suma, se trata de un cuarteto que por méritos propios ha ascendido del círculo de amistades al grupo de familiares.

Pisándoles los talones sigue Mª Jesús Gil capitaneando la lista de alumnado fiel y posteriormente como joven profesora compañera: dulce, angelical y trascendente sonrisa. Sufridora de nostalgias. Luchadora ejemplar contra adversidades inmerecidas, ha encontrado al final el premio justo y justipreciado (¡válgame San Rafael - en lo mejor de mi sueño me despierta tu querer!) y nunca le falta tiempo para recordar a quienes la queremos. A su recuerdo hay que añadir el de su cariñosa madre - la actriz Mª Jesús Valdés - en veladas inolvidables y en la simpática e histórica celebración de final de carrera de su hija, con compañeras de curso y profesores seleccionados, en su casa de La Moraleja, donde me cupo el gran honor  de actuar como paellero mayor.

Los viajes matinales a la Facultad, turnándonos en la conducción, con Mª Teresa Zurdo y Ramón, aunque ya muy lejanos, sirvieron para fraguar amistad, que no se puede, ni debe, pasar por alto. Prueba testimonial son esos encuentros, escasos pero cordiales, en la Gran Vía majariega: besos y abrazos en los que se alegra el alma y el corazón se ensancha.

A otros niveles y especímenes merece figurar el donjuanesco trotamundos - finalizó su carrera docente de catedrático en Alicante - Miguel Ángel Vega, quien me superaba en todo: jovial, elegante, barítono seductor, culto, erudito - no se le resistía biblioteca o museo europeos. Las malas y maliciosas lenguas nos apodaban “la l y la i”, siempre que formábamos pareja en las numerosas actividades académicas y deportivas conjuntas: encuentros, congresos y excursiones con alumnas/os o compañeros a Ronda, Salamanca, Austria, Alemania… etc., etc.

Y por último, cerrando el quinteto, Manolo Montesinos, el fidelísimo compañero de la universidad de Salamanca, quien todos los veranos, en compañía de su Helena - amiga con h y con mayúscula - cumplen con la devoción, y celebración, de merienda y reencuentro en Palacios o Cabrerizos.

Gracias a todos vosotros que, con vuestro cariño, habéis sido los culpables de este breve capítulo en los finales de mi “carrera”.


NOTA aclaratoria: En la foto - Homenaje a D. Emilio -, Antje y Quique reconocerán a varios profesores de los Departamentos de Alemán e Inglés. También Blancaluz puede localizar a algunos de las compañeras/os del Opa. Por orden de primacía - ¡a localizarlos tocan!: Mª Luisa Schilling y Nano, a quienes va dedicada la foto, (¡qué pinta Nano ahí escondido!), Cerrolaza, Mª Teresa Zurdo y Ramón, Miguel Ángel Vega, Rosa Piñel (compañera de tenis), Barjau, etc., etc.