jueves, 26 de abril de 2012

ALEMANIA EN EL HORIZONTE: Heidelberg en primer plano


Heidelberg

“Ich hab mein Herz in Heidelberg verloren” (He perdido mi corazón en Heidelberg)

Prohibido interpretar literalmente el subtítulo del primer capítulo de una larga serie en la que Alemania figura como life motiv. Para evitar celos y recelos debo aclarar que se trata del primer verso de una popularísima canción estudiantil alemana. La primera que aprendían los estudiantes extranjeros que llegaban a Heidelberg. El enamoramiento solía ser recíproco. Heidelberg ofrecía a mediados del siglo pasado el don  del hechizo, de la conquista y seducción "bis über beiden Ohren" (hasta las dos orejas, cont. la canción), de quienes de sus "apacibles" noches de verano "habían gozado". En su haber, a demás de ser el primer lugar donde pisé tierra alemana, figuraban la fascinación y exotismo de las piedras bermejas de su castillo, su universidad y su río: el cálido y cordial ambiente, el embrujo estudiantil , los paseos románticos por el "Filosophenweg" y los sombríos senderos de sus verdes colinas. Todos ellos, y mucho más, fueron repentinamente cautivando mi entusiasmo e inclinación hacia una cultura, una historia, una música, una lengua y un país que fue para el provinciano charro como el descubrimiento de las Américas para los primeros conquistadores.

La venturosa Heidelberg conservaba privilegiadamente la secular pátina del tiempo, lo que realzaba su hechizo y valor histórico. Heidelberg fue la única ciudad alemana que se liberó de la cruel devastación de los aliados en la segunda guerra mundial, merced a la venia del general americano que capitaneaba las tropas de ocupación, cuyos antepasados procedían de la afamada ciudad universitaria.

En torno a su universidad se fraguó la amistad de quienes convirtieron  la poesía, la literatura y la filosofía alemanas en foco cultural romántico europeo: los  HH Brentano (Bettina y Clemens), sus   amigos Achim von Arnim, Caroline Günderode, Kreuzer y Görres, como nombres más sobresalientes.   Eichendorff, uno de los grandes poetas de la época, prendado de la naturaleza y  belleza de la “cuna del romanticismo” exclamaba : "Como en sueño  te me apareciste y una segunda patria me donaste".                                                                                       

La importancia y trascendencia de Heidelberg, en el caso de nuestro “semblancista”, trascendían del simple objetivo de progresar en  los incipientes estudios de Germanística. Una mañana plácida del agosto alemán de hace más de medio siglo (¡de l954!), el neo- romántico  proveniente de las hispanias  se sumaba a la interminable nómina de  estudiantes extranjeros que acudían en verano a la ciudad del Neckar a refrescar o ampliar sus conocimientos de idiomas. Tras un maratoniano y azaroso viaje desde Barcelona, sin parada ni fonda, cual sardinas en banasta, una modesta furgoneta aparcaba a las puertas de la “Universitas Heidelbergensis” con una docena de estudiantes españoles de la más diversa procedencia.

Nuestro "self made man", el hoy afortunado octogenario a perpetuidad, llegaba a Alemania, su futura "Zweite Heimat", para asistir como becado a uno de los cursos de Lengua Alemana para Extranjeros.  Mas, no fueron ni aulas ni enseñanzas y aprendizajes lingüísticos lo verdaderamente recordable de mi primera estancia en Alemania, sino el ambiente estudiantil internacional imperante. En un chalet del Schlossweg (camino del Castillo), todavía con recordaciones de la guerra, convivíamos  un francés y dos italianas, en tertulia permanente con un mejicano y unas nórdicas de la vecindad. El deambular por las  estrechas calles y callejuelas del recinto histórico, los paseos por la rivera izquierda del Neckar, en las barquichuelas con remos de sus aguas o por la histórica y romántica Senda de los Filósofos, las invitaciones, bailes y reuniones en los típicos y tradicionales locales de las asociaciones estudiantiles (Studentenverbindungen) harían interminable la crónica de mi breve pero emotiva estancia en Alemania. Conténtese el lector con la narración  de unas ingenuas anécdotas, recreación  nostálgica de tiempos tan lejanos.

¡¡¡Mensch Máaaanulo!!! – La verdadera Amistad nunca muere      
Transcurridos varios años, Heidelberg ya lejano y semiolvidado, casados y residentes en Frankfurt, un domingo soleado de primavera, salíamos Palmira y yo, pausada y solemnemente de la misa de la catedral, cuando en plena explanada del “Dom”(catedral) se nos enfrenta exultante, con los brazos abiertos, un individuo gritando ¡ Mensch Máaanulo…!. Confieso que ha sido uno de los abrazos más efusivos, cariñosos y cálidos que conservo. Era el reencuentro de dos amigos de Heidelberg -de Manolo y Erhardt, mi inseparable lazarillo y compañero- que volvían a reencontrarse y… separarse para siempre. Hoy, al recordar  y revivir tan enternecedora escena, puedo testimoniar que con el corazón también se ve cuando la amistad es verdadera.

Sprechen wir Lateinisch!
Retornemos de nuevo a la salmántica alemana. También Heidelberg, como la universidad charra, era en el mes de agosto hervidero de estudiantes extranjeros en los cursos de verano. Pero, a diferencia de España, en Alemania eran numerosos los estudiantes alemanes de diferentes confesiones y asociaciones que acudían a prestar información y ayuda a los indefensos extranjeros. Nuestro parvulillo Manolo figuraba en esa lista. Un estudiante de Derecho, el bueno de Erhardt, se me acercó tímido brindándome ayuda a la hora de matriculación. Ante la imposibilidad de comprensión, al preguntarme qué estudiaba,  y no atreverme, avergonzado, a confesar que estudiaba Germanística, contesté que estudiaba Clásicas. ¡Tierra trágame! "Macht nichts. Sprechen wir Lateinisch" fue su lacónica respuesta. Sin comentario. Únicamente debo aclarar que sabía mas latín que yo pues, en aquel entonces, existía en Alemania el Instituto de Humanidades (Humanistisches Gymnasium), donde estudiaba latín y griego como lenguas vivas la élite de los futuros médicos, juristas y farmacéuticos alemanes.

Primera excursión a los Alpes.  Fortuito alojamiento en Nesselwang.
Nesselwang
(imagen tomada de meinestadt.de)

En el diario de mi memoria figura en rojo y subrayado mi primera relación directa con Los Alpes. Entre los amiguetes del curso se encontraba el mejicano Rodolfo, mulato apuesto y elegante, cordial y campechano. Hijo de familia adinerada vinculada a los carburantes, disponía de VW gratis y depósito libre en todas las gasolineras. Al proponerme en cierta ocasión un fin de semana a los Alpes, acepté sin titubeos. Lo que no recuerdo es cómo y por qué se nos anexionaron dos catalanes ajenos al curso, a quienes estuvimos a punto de apear en plena autopista ante la descortesía de parlar entre sí exclusivamente en catalán. La majestuosa y embriagadora grandeza de los Alpes nevados, sobrevolándolos en vuelo inolvidable de Praga a Madrid proveniente del Berlín de la antigua DDR (Rep. Democr. Alemana), es una de las imágenes perdurables. Los Alpes alemanes, austriacos o suizos aparecerán más de una vez en estas Memorias.  Inmortalizada continúa "Una tormenta en los Alpes", precisamente en el pueblecito que muestra la fotografía adjunta, lugar donde pernoctamos los dos amigos de Heidelberg, y de donde, con el paso de los años, aparecerían en Algorta como vecinos, Ingrid y Rudi, amigos inseparables para siempre. Gracias a su amistad perdono al reloj de la monumental iglesia de Nesselwang la serenata nocturna de sus campanadas que me impidieron pegar el ojo en toda la noche.

"Eine kleine Nacht Musik" (Mozart)
La música, Mozart y el Castillo contribuyeron conjuntamente a mi enamoramiento de Heidelberg  y de Alemania. La imponente fortaleza del castillo, vigilante secular  en lo alto de la ciudad, además de la atracción turística de la cuba de su sótano, más de 200 mil litros de capacidad, era, y continuará siéndolo, su patio, escenario insuperable para conciertos estivales nocturnos  al aire libre. Inolvidable fue el organizado por la Universidad para los estudiantes extranjeros de los cursos de verano. Wolfgang Amadeus Mozart en primera línea del repertorio. Las dulces, románticas y armoniosas  notas de su "Kleine Nachtmusik" continúan alegrando mis oídos. Desde entonces el maestro de Salzburg   ocupa lugar preeminente en la nómina de compositores universales.

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