domingo, 20 de abril de 2014

VEGAS DE MATUTE:

con el rumbo del viento a mi favor

Mapa de situación de Vegas de Matute
La historia alada de mi vida profesional, orientada a la enseñanza oficial, hoy apodada pública, comenzaba donde nunca hubiera soñado y menos imaginado. Ignoro si solicitado. El caso fue que, a la instancia-solicitud de interinidades, siguió, con inesperada prontitud, el nombramiento de maestro interino en la escuela de niños del remoto, y absolutamente desconocido, Vegas de Matute. Apartado e incomunicado pueblecito segoviano en las estribaciones meridionales del Guadarrama, a la caída de la Mujer Muerta y a los pies de los montes conocidos como Calocos. ¿Quién iba a predecir al llegar a este perdido rincón castellano que, este rinconcito sureño segoviano, de pobre agricultura y ganadería, decadentes caleras con sus hornos semiapagados y acusando ya la seductora atracción migratoria de Madrid en el horizonte, iba a ser providencial en mi futuro profesional?

Esta primera escuela sería punto de partida de mi camino profesoral, cimentado en el retiro de mi Carrascal bajo el lema de “aprender enseñando y enseñar aprendiendo” y que discurriendo por Alemania y Bilbao finalizaría en la Complutense madrileña. El reducidísimo horizonte de campanario de aldea charra se ampliaba y ensanchaba de la noche a la mañana a límites insospechados. Aprendí a ver la vida con otros ojos. Comencé a disfrutar de independencia y libertad económicas, 600 pesetas mensuales eran en aquellos tiempos un fortunón para el jovenzuelo veinteañero, a vencer miedos, superar timideces y sobreponerme a las lógicas dificultades. Especialmente las del alojamiento en una reducida, oscura, fría e inhóspita habitación con un minúsculo ventanuco. Eso sí, en el corazón de la plaza y de exclusiva propiedad, pues, era sala de la primitiva casa secular del maestro, alquilada, por la módica renta de asistencia y manutención, por consejo del alcalde a su sobrino, humilde trabajador y buena persona, casado y con un bebecito.

Vegas de Matute
VEGAS DE MATUTE
(del libro "La arquitectura gótica en la Tierra de Segovia")
Sin embargo, cuando se guarda un grato recuerdo de las cosas, es porque han valido la pena. O que se ha aprendido a ver el pasado desde el ángulo más bello de la vida: el del optimismo y la ilusión. El nuevo escenario que brindaba Vegas era, ligeramente retocado, muy similar al de Carrascal, y el ritmo de vida, el habitual en una aldea castellana. Los primeros pasos profesionales fueron lisos, llanos, y fugaces. En momento alguno escuché en el pueblo alusión o referencias a mi antecesor o antecesores en la escuela de niños, lo que hacía sospechar que no fueron mirlos blancos. La compañera en la contigua escuela de niñas,cerca ya de su jubilación, estaba acomodada al lento y aletargado discurrir del vivir pueblerino.

Para el joven principiante llegado de la remota charrería, cargado de ilusiones y ganas de buen hacer, le resultó coser y cantar ganarse el corazoncito de sus niños y la estima de padres y mayores. Incluso la de los jóvenes, al organizar las clases nocturnas, o escuela de adultos, sirviéndome de las prácticas adquiridas en Carrascal y San Pedro. En la escuela de día enseñaba a la veintena larga de rapazuelos algo más que las simples y tradicionales cuatro reglas (sumar, restar, multiplicar y dividir), rudimentos de lectura y escritura y cuatro generalidades de la enciclopedia Álvarez. Yo incluía en los recreos y tardes libres de los jueves (¿podrás imaginarte, querido lector, que en aquellos tiempos también se trabajaba los sábados?) mis “lecciones de cosas”: amor a los animales (perros, pájaros, vacas…), a la naturaleza (río, arroyo, montaña, árboles, arbustos, flores y plantas…), a los deportes (fútbol, pelota…), todas ellas con las consiguientes prácticas en la dehesa, en la plaza y plazoletas, en el frontón, en el río (inolvidable el espectáculo en una oscura covachuela poblada con centenares y hasta millares de murciélagos arracimados formando una ingente piña colgada de la roca).

Sirva el siguiente ejemplo de testimonio de una feliz experiencia que marcaría de verde ilusionador mis primeros pasos docentes  (todavía resuena en mis oídos la algarabía y alboroto en un recreo de ese día):  un grupito manteaba, cual si fuera un “sanchico”, lanzando a lo alto la chaqueta de un pequeñajo y regordete, por nombre Crescenciano, herencia de los ilustres emperadores romanos que nacieron o merodearon por estas tierras. Nuestro héroe, luchador y poseedor de una férrea voluntad, peleaba tenaz con la prueba de restar y multiplicar, mordiéndose los labios y derramando gruesos lagrimones cuando ésta se le resistía tercamente. -“¡ Bravo Crescen!¡ Qué grande eres!”- le felicité el día que consiguió el pleno. -“Cuando salgas a recreo, tiras la chaqueta por alto.” -Y el bonachón escolar y sus compinches cumplieron al pie de la letra la extrañísima felicitación de su maestro.

Foto de grupo
Después de más de una vida (¡ sesenta y pico de años!), siento todavía una inmensa gratitud hacia tres personas, que fueron quienes marcaron el nuevo y definitivo rumbo de mi vida y quienes me prepararon para vadear por libre el río de mi futuro. Lugar preeminente ocupan los médicos del lugar, D. Francisco Brandli y su esposa Dª Mercedes Matesanz (mamá con bebé en brazos en la foto). Don Paco no encajaba en el molde de “médico de aldea”.  Su exótico apellido denota su ascendencia suiza, aunque era nacido madrileño. Atendía a otros dos anejos, Valdeprado y Guijasalbas. Profesional íntegro y bien estimado, culto, leído y supereducado. Distante como buen germano. Nunca utilizaba el tuteo. Para él, como para todo el pueblo, fui siempre D. Manuel, lo que me sentaba como un tiro. A él y a su mujer, y a su hospitalidad debo las largas y animadas veladas invernales, en las que privaban la historia, la literatura y el arte. Y en las que, como buen madridista, no podía faltar el fútbol. Los fríos, apuros y amarguras eran aliviados con las continuas muestras de afecto y amistad. Ellos contribuyeron a encauzar mi vida, a preparar temas y materias para los primeros exámenes libres en la Facultas de Letras de Salamanca. El contacto pervivió durante muchos años como testimonian recíprocas visitas: la nuestra a Vegas, Palmira y tres hijas, ya a puertas de la jubilación él, en la nueva casa del médico en la afueras del pueblo, y la recíproca de la pareja a Palacios, acompañados de su hijo pequeño.

Hay una tercera persona con nombre de poeta de coplas históricas, es decir Manrique, a quien no puedo silenciar si escribo sobre Vegas de Matute. Era a primeros de mayo, cuando la florida primavera tocada de luz y color, cuando el curso declinaba y arreciaba el calor, cuando en la escuela aparece el siempre temido inspector. Mis muchachos se portaron como jabatos y pasaron la prueba con sobresaliente. Así constaba en la felicitación-informe escrito del inspector segoviano. Persona amable y afable, cordial y paternal. Sus palabras de despedida en Guijasalbas, hasta donde le acompañé para tomar el autobús de vuelta Ávila-Segovia, merecen público agradecimiento: “Siga usted estudiando. No se entierre en un pueblecillo de mala muerte”. Palabras halagadoras y estimulantes. En mi destino o en mi suerte influyeron personas cuyo nombre no recuerdo. Recuerdos vagos y desordenados en las ruinas de mi memoria. Actividades, preocupaciones juveniles y profesionales, decisiones y actuaciones, celebraciones que rebrotan al revivirlas. Vaya donde vaya y sople el viento de donde venga, al cruzar la cordillera de Guadarrama por los túneles o por los Altos de Los Leones o Navacerrada, siempre me acompañan y saludan amigables el Caloco, el Montón de Trigo, el Minguete, el Pasapán y el Pico del Oso, representantes orgullosos de la montañosa cuerda de la Mujer Muerta, sin olvidar la ermita de San Antonio del Alto del altozano en los confines de Las Navas, Vegas y Zarzuela del Monte.

Como buen romántico, llevo el paisaje escrito en la memoria y grabado en el corazón. De aquel breve espacio de tiempo -un curso completo y un cuatrimestre- rememoro: excursión a El Escorial con el curso de nocturnos, adolescentes y mozos (1ª visita al célebre monasterio). Excursión a las faldas de la Mujer Muerta con un trío de matrimonios jóvenes (padres de alumnos). Incomparable belleza la de la montaña tocada en el mes de junio de hermosa capa amarilla de aliagas y …ascensión primera a Navacerrada con un exalumno, (v. foto del impresentable alpinista en el Pico del Noruego).
Fiestas y festejos populares, debilidad insuperable del bloguero: la jota final del baile dominical de dulzaina segoviana y tambor en la plaza. Viva en mi retina la imagen de uno de mis nocturnos, hijo de un panadero, pequeño artista bailarín, saltando, brincando, irradiando con movimientos y gestos de brazos y piernas alegría y entusiasmo. Invitaciones a la fiesta del Cristo del Caloco en El Espinar y a la romería más popular y celebrada de la comarca, a la primera convidado por los padres de un alumno de la alquería de La Losa y a la segunda por la hija pequeña del alcalde.

No puedo dejar el apartado viajes históricos: Los primeros jueves de mes, viaje a la capital para cobrar. El viaje mas rentable y gastronómico. Los funcionarios -todavía no existía el ¡gran invento! de las cajas de ahorro- tenían que ir a la ciudad a recibir su soldada en metálico de manos del habilitado, tipo arrogante y distante (por algo estaba capacitado para distribuir fondos del estado). ¡Allá él con sus cuentas! El caso es que los funcionarios de pueblo disfrutábamos, una vez al mes, de la posibilidad de una visita, si no a Casa Cándido, sí a alguno de los restaurantes de Juan Bravo o la Plaza Mayor segoviana.

Y para poner fin a esta crónica, unas líneas negras sobre blanco en página gris: los viajes vacacionales de Navas a Salamanca sabíamos cómo comenzaban, con la maleta al hombro desde Vegas a Navas de San Antonio para tomar el Auto-Res Madrid-Salamanca, pero no sabíamos como acabarían. Pues, el autobús tenía la maldita costumbre de no parar en Navas cuando venía completo. Y este fue el caso en que el autobús de una tarde prenavideña pasó de largo dejando al pobre viajero con tres palmos de narices y teniendo que pernoctar en una fonda de carretera. Operación que repitió el autobusero de la mañana siguiente. Y para llegar a Salamanca no le quedó otro remedio al pobre maestro de Navas que cargar la maleta de madera al hombro y caminar varios kilómetros hasta Villacastín, para allí tomar el coche de línea Segovia-Ávila y empalmar con el tren-burra Madrid-Salamanca.

Y… colorín colorado. Para aventuras y cuentos, basta hurgar en el pasado!