sábado, 22 de octubre de 2011

MIS AUTORES FAVORITOS I

L A  L I T E R A T U R A  como Profesión, Obligación y Devoción 

Un objetivo más de estas Memorias, silenciado en el Preámbulo obligatorio, es ofrecer auto de fe de mi profesión, reservando un espacio - aunque mínimo - a la Literatura. El lector sagaz habrá observado como, acá y allá y de vez en cuando, hay ciertas páginas salpicadas con pensamientos, citas o alusiones proverbiales a literatos célebres: Borges, Delibes, Juan Ramón Jiménez entre otros. Pretendo con ello que también el Lector disfrute del Arte de la Palabra como el autor disfruta escribiendo. 

Si leyendo se aprende, escribiendo se trasciende y transmite. Algún curioso y avispado se estará ya preguntando al leer el enunciado quienes serán los seleccionados. 

Si incluimos la literatura universal, la lista sería exagerada e interminable. Y si mencionásemos obras, el capítulo sería una tediosa pseudo-lección de literatura. Confórmese por tanto con una breve alusión a los más allegados y afines de las letras europeas.

Si nos retrotraemos a la infancia del protagonista de estas Semblanzas, nos tropezamos con un lector atípico. Éste no puede presumir, como tantos otros, de niño precoz, de Manolito Gafotas devoralibros. Por la simple razón de que no los tenía. En el Carrascal de mi niñez el consumo editorial era nulo. Y de la escuela de mi pueblo solo recuerdo una raquítica vitrina con varios ejemplares del “Amicis- Corazón”, con el que me distraje leyendo horas, semanas y cursos enteros. Apasionante, inolvidable y embaucador el cuento mensual “De los Apeninos a los Andes”, resucitado recientemente con la llegada de la televisión y los dibujos animados. 

¡El mundo es como un pañuelo! El nostálgico recuerdo y la curiosidad me llevaron hasta una librería de Majadahonda preguntando por este libro. Y cual no sería mi agradabilísima sorpresa al encontrar una edición moderna, actualizada de Espasa Calpe, y percatarme de que la palabreja Amicis era el apellido del insigne escritor italiano Edmundo de Amicis, de quien, casualmente, guardo en mi biblioteca una edición de los tres tomos de su obra AMIGOS (perdón por tan abusivo inciso).

Mi afición a la lectura fue muy tardía. Mi contacto con el libro y mi conciencia de lector nacieron ya de joven hecho y derecho en mi encuentro con la Generación del 98 en la Facultad. Algunos de los integrantes de esa pléyade irrepetible de sublimes poetas, prosistas y pensadores fueron quienes despertaron en mi primitiva y pueblerina alma - tanquam tabula rasa - la inquietud, afición y pasión por la literatura: la seductora prosa genial, por su sencillez, “primores de lo cotidiano”, de Azorín (hoy relegado), los versos apasionantes de Antonio Machado y del maestro y revolucionario Juan Ramón Jiménez, las tan bellas como seductoras novelas de Valle Inclán y Unamuno fueron mis lecturas preferidas en los primeros años de estudiante universitario. Sería injusto pasar aquí por alto, en este contexto, el nombre de mi maestro y mentor, introductor y animador en el campo de la Filología, en el amor a la palabra, D. Fernando Lázaro Carreter, recién vinculado a la Universidad salmantina.

Codeándose con estos grandes maestros aparecieron en el horizonte de la letras los gongoristas hijos del 27. Los poetas de esta generación calaron aun más hondo en este ansioso descubridor de tesoros literarios. Por citar algunos, fueron, y continúan siendo, por mí admirados y releídos, Lorca, Alberti y Gerardo Diego. El santanderino, de gratísimo recuerdo. De él conservo, como oro en paño, poemarios dedicados en la Universidad de Deusto, donde él estudió y yo enseñé.

Un paso hacia adelante y llegaron los contemporáneos. Algunos ya coetáneos o mas jóvenes. Cela, Delibes y Torrente Ballester a la cabeza. Y las tres Cármenes - las últimas serán las primeras - a la altura y categoría de sus amigos generacionales: Martín Gaite, Laforet y Conde. Las dos últimas vivieron, al igual que yo, en Majadahonda, donde fallecieron, y la salmantina-madrileña descansa en la sierra madrileña, en su querido Boalo.

Los Nadal de los años sesenta y setenta del pasado siglo ocupan lugar escogido en nuestra biblioteca. No sería justo silenciar a algunos de ellos, por consiguiente omito nombres. Continúo leyendo con fruición “La muerte le sienta bien a Villalobos”, primavera de una sola golondrina.

En la algarabía  presente, desmotivado por la edad y el distanciamiento,  me encuentro perdido y desorientado. La poesía como cenicienta y la novela histórica como producto multinacional y comercial importado - novela “dineraria más que literaria”, han perdido la seducción que años atrás me dominaba. Sin embargo, hay en la actualidad eminentes periodistas, críticos y novelistas que continúan manteniendo vivo mi interés literario. El denostado Umbral, por ejemplo, como insuperable articulista a la cabeza. 

Pero, ¿dónde se esconden relegados los fascinadores, aunque tardíos, románticos tan en candelero en nuestra neoromántica juventud, los Bécquer, Rosalía de Castro y Larra, por citar solamente el trío de los sobresalientes?
La Pardo Bazán y su admirado y adorado Galdós, continúan figurando entre mis novelistas preferidos.                                         

Sería imperdonable que un profesor de Literatura Alemana y con la Comparatística o Literatura Comparada como una de sus especialidades, se dejase en el tintero a los grandes maestros de la Literatura Universal. En realidad, ellos me sirvieron de comparsa imprescindible en los años de docencia en las universidades de Deusto y la Complutense madrileña.

No pretenden estas Memorias ser Manual de literaturas extranjeras. Conformémonos con andar por casa y dejemos descansar en las biblotecas la por mí tan manoseada obra de los universales GOETHE y Schiller, entre los clásicos alemanes, HEINE  y Hölderlin  entre los románticos y Hermann Hesse y HEINRICH BÖLL entre los modernos (los marcados con mayúscula figuran destacados entre los favoritos). Los suizos Max Frisch y Dürrenmatt amenizaron muchas de mis horas de lecturas profesionales.

Para evitar discriminaciones omito nombres de los grandes narradores en lengua francesa, inglesa y rusa y los modernistas poetas franceses, aunque de justicia es revelar los nombres del gran terceto de la narrativa europea,  “Los Tres Maestros” para Stefan Zweig : Dickens, Balzac y Dostoiewski.

Merecerían por si solos un capítulo monográfico los premios nobeles hispanoamericanos y otros ilustres que tuve el placer de conocer personalmente como Borges, Miguel Ángel Asturias o Ciro Alegría, para los que hice de intérprete en Berlín y Frankfurt. Con Asturias y su encantadora esposa Blanca viví otro rencuentro inolvidable en Salamanca. Y en primer capítulo de calendario, con mi adorado RULFO y su Pedro Páramo en primera línea, no pueden faltar los “Nobel” Vargas Llosa y García Márquez.

Un juicio definitivo y particular sería injusto y subjetivo. Los gustos y las ideas cambian con los años como las modas. Los grandes clásicos españoles como Lope de Vega, Calderón, Góngora, Quevedo  etc, relegados en mi juventud, volvieron más tarde a ocupar el lugar que les corresponde. 

Y, ¿dónde quedan los Lazarillos, Estebanillos, Guzmanes, Buscones y Rinconetes? ¿Y sus compinches y comadres picaronas, las Justinas, Celestinas, Garduñas entre otras? Ellas y ellos, cracks de la picaresca universal, fueron colegas y compinches íntimos e inseparables en los años de mi Doctorado, en Congresos de germanistas y en mis tareas investigadoras y editoriales. En la camarilla de los grandes pícaros europeos ocupa lugar preeminente el alemán  SIMPLICIUS SIMPLICISSIMUS, de quien rastreé huellas y aventuras por pueblos, ciudades y bibliotecas alemanas, y de cuya novela tuve el honor y contento de editar en Cátedra la primera versión completa en español.

Y por fin, los últimos serán los primeros. ¿Dónde se esconde mi querido D.Miguel? ¿DON MIGUEL DE CERVANTES SAAVEDRA? Bástele al lector saber que los libros más valiosos y queridos de nuestra biblioteca son una edición de lujo para bibliófilos en cuatro tomos de EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA, regalo de Palmira e hijas en mi 50º Aniversario. Y para que así conste, hago saber que, como en aquellos tiempos, entregado en cuerpo y alma a la literatura alemana,  no disponía de tiempo para otras lecturas de mi devoción, me planteé como objetivo primero de mi jubilación la lectura reposada de mi Don Quijote. Promesa que cumplí a rajatabla, siendo la lectura más placentera y deleitosa en mi “profesión” de lector. Como anécdota curiosa y demostración de mi entusiasmo por el Quijote, en 2005, quinto centenario del Quijote, y siendo director de la tertulia literaria del Centro de Mayores de Majadahonda, organicé una Semana dedicada a la inmortal novela con conferencias y lectura - en la que participaron también niños de colegios - coronada con una entrañable excursión de colaboradores, autoridades y amigos a los lugares cervantinos de La Mancha.

Soy consciente de que me dejo en el tintero y en esta reducida nómina nombres y prohombres imperdonables- por ej. Platón (¡majestuosos sus Diálogos!). Agradecimiento explícito merecen los grandes épicos clásicos Homero y Virgilio (a su lectura y consiguiente redacción, debo la beca que me permitió concluir mis estudios en la Facultad de Letras de Salamanca).
     
La brevedad se impone. ”Bien es que perdón merezca“. Y concluyo el presente capítulo con una anécdota grotesca del sarcástico Cela. La suscribo asumiéndola como propia: preguntado Cela en cierta ocasión, y en una época en la que había “indignados” noveles que presumían de no haber leído el Quijote, respondió al entrevistador con uno de sus habituales ex abruptos: “No me j…. No me ofendas. Yo leo todo. Hasta el Quijote. No hay escritor tan malo del que no se pueda aprender algo".

Pero de quien yo más he aprendido , como escritor y como hombre, es de otro “idolatrado” Miguel : DON MIGUEL DELIBES, qué mal le sienta el Don - quien tiene bien merecido título y capítulo especiales, y además en verso, testimonio evidente de cariño y admiración. Porque la poesía sale del alma, aunque no sea en este caso y con estas libres y atrevidas estrofas, la quintaesencia de la palabra.


P.S. Después de redactado el capítulo, cayeron en mis manos, por recomendación de mi librero, las dos novelas del joven escritor alemán David Safier “Maldito Karma” y “Jesús me quiere”. Ellas son de lo más bello e impactante que he leído últimamente. 

sábado, 15 de octubre de 2011

El niño que soñaba con nidos y… quería aprender a volar

"Los sueños son tan necesarios como el aire"
Los pájaros 1 han ocupado siempre un lugar preeminente a lo largo y ancho de mi dilatado caminar. Desde la infancia a la senectud, siempre fueron centro de atracción y seducción. Motivo de observación y admiración. Compañeros de viaje y de reposo. Objeto de devoción preferida en mis cuentos, sueños y canciones infantiles.

Pájaro que vas volando
   Y en el pico llevas hilo, 
Dámelo para coser
   Tu corazón con el mío

rezaba una canción popular amorosa de aquellos tiempos, en los que el corazón del niño estaba prendido al del pajarillo.

En mi Carrascal -o doquiera que fuera, estuviera o estoy- los pájaros eran, y continúan siendo, mis huéspedes e invitados. Amigos inseparables e insustituibles. Si uno de los sentidos más desarrollados en las aves es la vista (pensemos en las rapaces y paseriformes), mirándolas y observándolas aprendí a conocerlas y quererlas. No se quiere lo que no se conoce.

Imitarlas en su vuelo era mi obsesión y deporte favorito. Al saltar arroyuelos, peñascales y paredes, al ejercitar carreras en eras y prados, batiendo los brazos, extendiéndolos como alas remeras,   mi apasionante entretenimiento era aprender a volar como los pájaros.

Desde muy niño aprendí a leer e interpretar el mensaje de sus cantos y trinos, a comprender el significado de sus movimientos y comportamientos, a identificarlos por el plumaje, por la configuración de la cola, del pico o de las alas. De los pájaros aprendí a soñar con la cabeza escondida bajo la almohada, a la par que ahuyentaba los miedos. Para mi fantasía infantil, cuando un pajarito duerme con la cabeza escondida bajo las alas, es que está soñando. Yo, sin embargo, soñaba con ellos hasta despierto.

El nido era entonces para mí la casita de los pájaros. Después aprendería que las aves, seres errantes en su mayoría, utilizan, por lo general, el nido como residencia veraniega temporal, para la puesta de huevos y la cría de sus polluelos.

Pero antes de presentaros “Algunos nidos que hicieron historia”, una doble pregunta con respuesta puede que servir de orientación a algún curioso lector interesado en la materia: ¿Quién me enseñó a conocer y amar a los pájaros? ¿Quién me convirtió en “el pajarero”, el niño que más nidos “sabía” del pueblo?2

Cada primavera, los gorriones se alojan en su casita junto a la nuestra.
¡La escuela de la vida! ¡Leyendo en el libro siempre abierto de la Naturaleza! Trepando por los árboles de la curiosidad, con las antenas siempre puestas, y los sentidos afilados. Agazapado tras paredes, árboles y escondrijos. O con cara descubierta, al aire libre, sin cristales de aumento, ni anteojos. Con el sol, la lluvia y el viento, despiadados a veces, acariciadores otras, como únicos guías y acompañantes. Acechando siempre la “ribalba”3. Sabría decir de carrerilla cuál era el hábitat particular de cada uno de ellos: dónde anidaban las golondrinas, los gorriones, los jilgueros, los ruiseñores, las alondras, las trigueras, las tórtolas, las palomas, las perdices, las abubillas y … muchísimos etcéteras. Yéndolos siguiendo, con sólo una mirada, localizaba el hueco o la rama del árbol preferido, las grietas o agujeros de muros o paredes, los zarzales, rastrojeras o tomillares, praderas, eriales o pedregales, dormitorios y dominios habituales.

En suma, la explicación y respuesta única pudiera ser: una sensibilidad innata hacia los secretos misteriosos y seductores de los voladores. Ante todo, quizás, la atracción de su belleza, su inteligencia o instinto, su lenguaje (el canto), su comportamiento y movimientos, la maravilla de la nidificación: el proceso de construcción de sus nidos, la cría y adiestramiento de sus hijuelos.

Este capítulo de ornitología podría abarcar páginas y páginas de estas Memorias. Pero como mi hija primogénita, heredera de esta gratificante curiosidad, sabe ya “casi” tanto como yo de la materia, ¡orgullo exculpable de padre y maestro!, me voy a limitar a algunas vivencias memorables con nidos y pájaros, recopiladas en el epigrafiado siguiente: “Nidos que hicieron historia”.(El nido del Ruiseñor, el de la Urraca, el del Abejaruco, el del “Chichipán”o Herrerillo y los de la Golondrina). El lector que no soporte la pesadez del tema, que “pinche” otro capítulo.

Soy consciente -por experiencia propia- como Cervantes o Don Quijote, tanto monta, de que “en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, y que el soñador podrá envejecer, pero no los sueños. 

Y que el memorialista precisa de los pájaros como el aire y los sueños. Y si no que lo testifique trinando nuestro canario Pikín, comparsa imprescindible e insustituible en nuestro salón de Algorta a Majadahonda. Quien siempre, a nuestra llegada, nos recibe con un concierto, saltarín y jubiloso.

1 En mi infancia, y hasta que la lectura fue introduciéndome en la ornitología, todas las aves eran pájaros.
2 En argot popular infantil, “me sé un nido” significaba saber el lugar donde estaba el nido.

viernes, 7 de octubre de 2011

3. Carrascal de Velambélez

Escenario primero de estas MEMORIAS,
idealizado y engrandecido desde la distancia

Buscando etimologías y raíces históricas, este minúsculo pueblecillo -uno de los más insignificantes en la “piel de toro”-, podría ser diseñado -ateniéndonos a su toponimia- como un perdido oasis de carrascas, repoblado -y señorío por tanto- del conde aragonés VELEZ1, a comienzos del s. XII, según mandato de Alfonso VI, conquistador de las tierras del Duero, con todos sus afluentes, Tormes incluido. A aquellos remotos tiempos puede pertenecer la primera piedra - románica, por supuesto de la capilla-iglesia, centro geométrico del pueblo y único, pero memorable, monumento histórico reseñable.

En las décadas centrales del s. XX -época en la que se desarrolla nuestra historia- Carrascal malvivía humilde, calladamente. Languideciendo, estancado y escondido entre altozanos, recostado sobre una leve ladera, descansando reclinado sobre un estrecho valle, cordón umbilical que une San Pedro con su anejo.

Casa de Carrascal, donde vivió el autor de estas memorias
Una veintena de casas achaparradas, de rústica piedra, argamasa o adobes, alternando con ruinas de años, formaban la calle principal. La única. denominada La Larga. Paradojas del callejero rural: porque dicha rúa no pasaría de los doscientos metros que cruzaban el pueblo de norte a sur o viceversa: sin aceras, ni asfaltados, tapizada de cantos rodados, por donde el agua corría desbordada, a sus anchas, en tormentas y borrascas.

Sus habitantes a duras penas rebasaban el centenar, hoy reducidos a la media docena. Los Martín en su mayoría. Más de la mitad de las familias. Los González en solitario.

Tan agazapado y escondido en su humildad que el forastero desorientado no se percata de su existencia, hasta tropezarse con la torre de la Iglesia. Y es que, exceptuado el camino de San Pedro que discurre paralelo al valle que los une, bordeando el regato, los demás, -caminos de carros- son incógnitas que conducen a ninguna parte.

Viniendo del sur (Zarapicos), del este (Almenara - Santibánez) o del norte (Torrecilla - La Narra), el viajero no percibe señales de vida hasta vislumbrar y percibir el humo de las chimeneas de las primeras viviendas. El único camino sin barreras es el del viento, el de las nieves, el del sol y de la luna. El cielo con sus alturas es el único rasero, espacio igualatorio con los demás mortales: el reino de los sueños y los ensueños del protagonista de estas Memorias. La torre de la Iglesia servía de pararrayos o atalaya de comunicación y vigilancia. 
 
Fue el mío -durante tantos años- un microcosmos. Un horizonte de campanario, marcado por el Teso del Palomar, los montículos de encinares y leves altozanos, de barbechos o trigales.

Un minúsculo poblado bajo mínimos: una infancia y adolescencia sin luz eléctrica, sin agua corriente, sin teléfono, sin motores, sin comerciantes, ni artesanos -exceptuado mi padre, el herrero- sin funcionarios, un cura y un maestro casi siempre de prestado.

Un mundo en un puño. Autosuficiente. Impensable en el s. XX. Con estadísticas unas y únicas: una Iglesia, una Escuela, un Puente, una Fuente, una Poza, una Taberna… La Charca Grande y la Charca Chica, el Río, el Monte, el Teso del Palomar, el Valle, el Regato, el Pozo, el Chopo del cementerio, el Carcabón y un largo etcétera. Excepción única la “mozarrá” del pueblo: una veintena de mozos, fornidos y hermosos, que eran la atracción, cuando la bandada aterrizaba en pueblos y fiestas de las cercanías. Entre otros: La Vega de Tirados, Golpejas, Villamayor y La Mata de Ledesma, donde varios de ellos -entre éstos mi hermano y Juanito- fueron a encontrar su media naranja.

Esta realidad de unidades comunitarias con visos de leyenda constituían este pequeño mundo. Un mundo feliz que no podría imaginárselo ni el propio Huxley. Siempre con la Naturaleza como “eterna y fiel compañera”. Un mundo natural. Un pobre paraíso idílico en el que el niño y adolescente vivía en armonía plena. En ciega complejidad con el mundo circundante.

Desde una óptica socio-política actual puede resultar ofensiva alguna de mis interrogantes: ¿Se puede ser feliz en tan reducido oasis de mediocridad? ¿ En este pedregal en el que los rollos o cantos figuraban como la cosecha más abundante? ¿En un receptáculo medieval, de hábitos y costumbre milenarias, de necesidades y apetencias mínimas, de carencias y limitaciones máximas? Pedagogos, sociólogos y psicólogos han demostrado que la influencia ambiental sobre la niñez configuran decisivamente la existencia del ser humano. El aire de la ciudad hace libre”, rezaba una máxima medieval. Y ya en el s. XX Unamuno anatematizaba: “El pueblo embrutece, envilece y empobrece2”. Soy de la opinión de que ambas sentencias resultan hoy día anacrónicas y obsoletas, mientras que sigue teniendo validez la filosofía rousseauiana: “El niño nace bueno, la sociedad lo corrompe”.

La Escuela de Carrascal
Quien esto escribe se sintió de niño feliz y libre. El encanto del campo y el contacto inmediato y directo con la naturaleza -escuela abierta de día y de noche- anulaban carencias en la pequeñez, en la sencillez, en las privaciones. Convertían en poesía lo prosaico; lo vulgar y cotidiano lo transformaban en insólito y extraordinario. No es de extrañar por tanto que para la retina del observador infantil el arroyo fuese río, el montículo montaña, el campanario catedral, la escuela de dos pisos rascacielos, las charcas lagunas, el Tormes Amazonas, el cura obispo, el maestro catedrático.

Pero no todo el monte fue orégano. Ni poesía fue toda la Enciclopedia Álvarez de mi niñez. Ese niño, gozando de la libertad del pueblo, correteando por calles, eras, arroyos y montes, solo o con su amigo Juanito, o sus compinches Oni y Toño Torres, sin la permanente custodia de los padres, sin la vigilancia de personas mayores, incluso yendo a pescar al río solo, tendría que cargar durante muchos, muchísimos años de su vida, con un torturador complejo de inferioridad, producto de las primitivas circunstancias de su infancia y juventud y de la cobardía del pobre. (Complejo superado tras muchos años de titánica lucha consigo mismo. Alemania como paliativo).

Este era mi pueblo: mi mundo, mi universo, hoy resucitado de las reliquias de la memoria, rescatado del peso de la herencia medieval . Embellecido y enriquecido por el desarrollo y el paso del tiempo. Esa isla espiritual, caída del cielo, para quien mi idolatrado Juan Ramón Jiménez parece haber escrito esta dedicatoria final: Isla de gracia, de frescura, de dicha, edad de oro de los niños, siempre te halle yo en mi vida… y que tu brisa me dé su lira… igual al trino de la alondra en el sol blanco del amanecer”.
1 VÉLEZ, hijo de Vela. Por deducción… Velambélez*
2 Esta sentencia atribuida a Unamuno la he encontrado en la Pardo Bazán (Los Pazos de Ulloa), anterior a la de Unamuno.