jueves, 22 de marzo de 2012

E S T U D I O S IV: Licenciatura en “Modernas” para andar por casa

“La vida sólo se entiende hacia atrás”

Con los títulos de Magisterio y Bachiller Superior en mi mochila podía empezar a convertir en realidad el sueño, durante años acallado y secreto: matricularme en la universidad. Pero, antes de enamorarme de “ANAYA”, quizás a algún lector curiosón se le ocurra preguntar: ¿a qué se debió o cuál fue el motivo o motivación principal que me arrastró a estudiar en la Universidad?

Palacio de Anaya (Salamanca) 
"Antigua Facultad de Letras y Ciencias"
Con 22 años y una novia – podré notificarlo ahora, después de tantos años y sin sonrojarme - la“guapa” de Palacios y entorno ledesmino, había situaciones y alusiones que lastimaban mi amor propio juvenil. Todavía erosionan mi torpe oído senil los burlones ademanes como: “¡Hola maestrillo!, “Ahí viene el maestrillo”, entre otras socarronerías despectivas. Retintineo y altivez manifiesta por parte de estudiantillos y ricachuelos presuntuosos de tres al cuarto, que alardeaban de dinero y superioridad por estudiar medicina, derecho o veterinaria, carreras superiores, más lucrativas y pragmáticas, codiciadas por la neo-burguesía de entonces. Esa manifiesta prepotencia fue provocando en mi complejo de inferioridad una reacción de autoestima y superación (aunque me costó vencer la obsesiva preocupación de ser carga económica para mi padre y hermano).


Además de a mi novia- ella habría estudiado gustosa Ciencias en la universidad - fueron tres las personas a quienes debo el impulso y empujón definitivos. Las tres relacionadas con Vegas de Matute y con mi primera, soñada y ensoñadora escuela oficial, en este pueblecito segoviano escondido entre el Caloco y las primeras estribaciones de la Mujer Muerta. A la cabeza de este singular trío, Francisco Brandli y su esposa Mercedes Matesanz. Don Paco, el médico del pueblo, madrileño de padres suizos, profesional integuérrimo, culto, leído y de mente universal, educado y correcto, de exquisitos modales tradicionales - ¡siempre me trató de usted! - fue el animador y promotor principal en mi decisión de estudiar Letras, carrera minusvalorada en tiempos de crisis económica de postguerras. Tanto él como su mujer, también maestra, “amigos de sus amigos”, fueron mis mentores y consejeros. Me acogieron como hermano pequeño y en todo momento me sirvieron de ayuda y acicate. Ellos fueron quienes definitivamente me convencieron de que valía para algo más que “maestrillo de pueblo”. En las largas veladas invernales, al amor de la camilla de su casa, íbamos entretejiendo ensueños y planes de estudios con los temas preferidos de tertulia: el arte, la literatura, la filosofía, la teología, la historia, la política - sin olvidar el fútbol, pues como buen madrileño, su corazoncito latía madridista.

Encomiable e inestimable fue también la participación del Inspector provincial de primera Enseñanza de Segovia, en su visita protocolaria a las escuelas de Vegas. Admirado del espíritu reinante en mi escuela, su informe protocolario en mi Hoja de Servicios fue un elogio desproporcionado. No olvidaré jamás su amigable consejo de despedida - palabras para enmarcar - antes de subir en Guijasalbas (topónimo que sigue enamorándome) al coche de línea que le devolvería a Segovia: “No pierda usted más tiempo en un pueblo de mala muerte. Siga usted estudiando para no fosilizarse.”

Después de algunos años vi, alborozado y todavía agradecido, su nombre, como escritor, en la prensa nacional. Supe entonces que Manrique era mucho más que el rutinario funcionario de turno.

Como obras son amores, dicho y hecho. Al estar vigente en la normativa académica de aquel entonces la posibilidad de matricularse de libre,” matrícula no oficial” que te eximía de asistencia a clase, finalizadas las vacaciones estivales y antes de reincorporarme a mi escuela segoviana, me matriculé de “1º de Comunes libre” en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad salmantina.

Según plan decimonónico - los estudios de Letras se dividían en dos ciclos: dos años de Comunes y tres de Especialidad. El primer curso, sin profesor, libros y apuntes, me resultó coser y cantar, gracias a la herencia almacenada del seminario y la inestimable ayuda, antes mencionada de mis amigos de Vegas. Los exámenes para libres tenían lugar una vez finalizados los oficiales. Exámenes atropellados y descabellados. ¡Todas las asignaturas en un par de días! Como las asignaturas troncales eran en primero de Comunes las tradicionales Latín, Griego, Literatura y Lengua españolas, entre otras, superé el primer asalto sin dificultad alguna.
El 2º Curso, al matricularme de oficial y abandondar Segovia, se presentaba más despejado y esperanzador, aunque su duración no pasó del primer cuatrimestre, como revelaré más adelante. En el programa figuraban asignaturas en las que el autodidactismo era insuficiente: Historia del Arte, Historia de España, Geografía, Fonética y Fonología, entre las principales. De ésta última conservo, como único patrimonio y oro en paño, el libro de texto: Manual de Pronunciación española de Navarro Tomás. El ejercicio práctico de transcripción fonética fue una verdadera pesadilla.

Cuando más lo necesitaba económicamente, la fortuna se convirtió en mi aliada. La Universidad de Salamanca convocaba dos becas por oposición para Estudios de Filosofía y Letras. Ni corto ni perezoso, me presenté al obligatorio examen escrito. La suerte me sonrió al anunciar el tema de redacción: ” La épica grecolatina”. Casualmente en las últimas vacaciones de verano la Odisea y la Eneida – Homero y Virgilio- habían sido mis compañeros de lectura. El presidente del jurado, D. Martín Ruipérez me felicitó, cordial y cercano, al comunicarme el resultado positivo de la prueba. ¡Felicidad y orgullo me acercaban mensualmente al Rectorado a cobrar las 400 pesetillas de la beca! Con Ruipérez se iniciaba un contacto y una amistad que perduraría toda una vida profesional. Además de presidente del tribunal de mi tesis doctoral en Salamanca, presidió mi oposición a la plaza de Filología alemana de la Complutense, donde coincidimos posteriormente como compañeros.

Muchos años después, me tocó formar parte del Tribunal de una plaza de Profesor de Filología alemana de la UNED madrileña a la que opositaba un hijo de Ruipérez. Por fortuna, y para tranquilizar mi conciencia, Germán –éste era su nombre- no tuvo rivales y obtuvo la plaza por unanimidad.

Retornando a mis estudios, dada la excesiva prolongación del noviazgo y la avanzada edad del estudiante, para ir ganando tiempo al tiempo, solicité como maestro cumplir los seis meses de prácticas obligatorias como Alférez de Complemento. El 1 de marzo de 1952, cuando en Plasencia florecían ya las mimosas - perfume y flor hasta entonces desconocidos - me trasladé a la acogedora ciudad del Jerte para cumplir mis deberes patrios, pero entre junio y septiembre logré la heroicidad de acabar con los Comunes.

Pero no fue orégano todo el monte. Tropecé en Geografía, una de de mis favoritas, teniendo que negociar el aprobado con el Prof. Maluquer de Motes, prestigioso arqueólogo catalán, presentando, a posteriori, un trabajo sobre “El Rio Jerte”. Río extremeño que desde entonces, además de por sus cerezas, pasaría a ocupar lugar preeminente en mis intereses geográfico - turísticos - por el aprobado y por mi Alferezazgo.
(continuará)

1 comentario:

Teresa dijo...

Saber, en parte, el final de la historia hace que alguna nieta, metida en estudios "minusvalorados en tiempos de crisis económica" continúe con gran entusiamo y ganas de seguir adelante! :)
Además de impaciente por leer la continuación de la historia.