jueves, 28 de mayo de 2015

De ALGORTA a MAJADAHONDA y de DEUSTO a la COMPLUTENSE... ¡penúltimo traslado!

La hoja de ruta, como se dice ahora, o la trayectoria profesional y migratoria - como se ha dicho siempre - va llegando a su fin: rumbo meridional y salto definitivo. Finalmente el penúltimo tras media docena de tentativas. Punto final a la serie o retahíla de cambios y traslados que, según proverbio alemán, son peores que un fuego: "Lieber ein Feuer als ein Umzug". ¡Una brizna de andaluz tienen también los germanos!

Pues, aunque sea cierto que todo cambio conlleva riesgo y aventura, "¡no es tan fiero el león como lo pintan". Es verdad que la incertidumbre y alteración de costumbres y rutinas acarrean siempre rupturas. No se sabe si para bien o para mal. Si será ventajoso o perjudicial. Generalmente la esperanza y la ilusión superan esfuerzos e incomodidades.

Los jefes ya en su nuevo salón
Nuestro nuevo salto, el penúltimo (el último será el definitivo, para siempre, en solitario y sin retorno, en simple caja de madera) fue salto atlético: del Norte húmedo, verde y lluvioso al Centro, seco y continental. De la Algorta señorial y marítima a la Majadahonda, todavía entonces con herencias de poblado rural y campesino, transformado en ciudad dormitorio madrileño. De ser humilde población de 5.000 habitantes ha pasado a ser moderna urbe burguesa de 50.000, compitiendo con las vecinas residenciales de Pozuelo y Las Rozas.

El cambio fue brusco: cambio de clima, de paisaje, de vecindad, de trabajo… de circunstancias variadísimas. Supuso para padres e hijas cambio de aulas, de compañeros(as), de ritmo de vida y de trabajo: Palmira se reincorporaría a la docencia oficial – hoy apodada pública - pasando del Colegio Americano, privado, familiar e íntimo a propietaria definitiva y fija en Hoyo de Manzanares, tras un ligero paréntesis en Madrid y Villaviciosa de Odón. El cambio de aires siempre es sano. Y más todavía si, como en el caso de Palmira, su colegio estaba ubicado en las estribaciones del Guadarrama.

Olímpico fue el salto del "jefe": saltar de Deusto a la Complutense fue como pasar del día a la noche. De universidad privada, limitada y familiar, al campus universitario probablemente más amplio y multitudinario de Europa, rebasando ya entonces los cien mil estudiantes, con diversidad y variedad ingente de Facultades y Escuelas Superiores, multitud de colegios mayores, amplias zonas deportivas y ajardinadas… y una Facultad de Filosofía y Letras con múltiples especialidades, sus correspondientes departamentos y cuantiosa dotación profesoral.

La elección de lugar de residencia y cambio de piso fue proceso lento y laborioso. Pero bien planificado. Primeramente había que vender el piso de Kasune, dosificar ahorros y sopesar presupuestos, compaginar la venta en Algorta y la compra en Madrid. El primer capítulo debió resultar fácil y satisfactorio, pues en el desván de mi memoria no aparece referencia alguna financiera al caso. La segunda parte fue más lenta y costosa en el doble sentido de este adjetivo último. Se trataba de traslado diferente y definitivo de una pequeña población residencial a la metrópoli del país, con distancias, tráfico y costes endiablados. 


Una vez alojado y asentado en un colegio mayor del campus, próximo a la Facultad de Filosofía y Letras, y familiarizado con el trabajo en la Universidad, inicié mis correrías inmobiliarias. Acostumbrado a vivir siempre distanciado de la urbe, tanto en Frankfurt como en Bilbao, Madrid capital quedó descartada desde un principio. Asesorado por compañeros residentes en Majadahonda y conocedores de la problemática, tras visita a numerosas urbanizaciones del norte y noroeste madrileños este pequeño pueblo del NO fue el predestinado. A su favor contaba su ubicación. La cercanía y fácil acceso a la A6, carretera de La Coruña, propiciaba el cómodo desplazamiento diario a la Complutense – exenta todavía de los torturadores atascos matinales de hoy día- y acortaba y facilitaba las soñadas idas y venidas a la patria chica, a la “Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella” y vacacionar y sestear en la Colina de Valmiguel.

Y pronto logré conquistarme amistad y afecto
de alumnas y compañeros
La partida fue espaciada y bien programada, por Palmira en un ala y yo en la otra. Aunque el primer paso en lo profesional fue duro y costoso. Había que redoblar esfuerzos, horas de estudio y dedicación. Más de medio curso, de enero a junio, compaginando y alternando Complutense y Deusto. Convaleciente todavía de una larga estancia hospitalaria en Basurto, debutaba en enero en la Complutense, residiendo parte de la semana en Madrid y regresando en tren a Bilbao los viernes por la tarde para impartir los sábados un curso de doctorado en Deusto. La convivencia diaria plena con estudiantes rejuveneció y suavizó mi programa. Inolvidables los paseos nocturnos tras la cena con jóvenes amigos filosofando y polemizando, y los campeonatos de tenis en las canchas del colegio. 

Cena familiar con el abuelito presidiendo
En este episodio familiar resta un capítulo por reseñar, el del nuevo rumbo y despedida de Algorta de nuestras hijas, ambos muy tomados en consideración por tratarse de decisión trascendental: Lucila, la pequeñita, no planteaba problema alguno, ligada como estaba todavía al regazo materno continuaba acompañando a su la mama en su nuevo colegio. Pero nuestras hijas mayores, comenzaban a enraizar y encariñarse con pandillas de amigas(os) del Puerto Viejo de Algorta.

Antje, al no estar reconocida de pleno la universidad de Deusto, tuvo que convalidar y repetir algunas de las asignaturas de 1º de Filosofía y Letras aprobado en Bilbao. Emma preparaba el ingreso en Bellas Artes. Eso sí, en Madrid disponía de más academias privadas especializadas para preparación del examen… y Blancaluz remataba bachillerato en Pozuelo, el único Instituto de Enseñanza Secundaria de la zona por aquellos años. Todas tuvieron la felicísima fortuna de disponer de este Bloguero como chófer particular y compañero de viaje, sincronizando viajes e itinerarios de estudios con mi ruta al trabajo en Complutense, añadiendo idas y venidas a Pozuelo o Moncloa.

Mi Deusto y nuestra Algorta, y mi Complutense, proseguirán siendo míos en el recuerdo y en la infinidad de fotos que los mantiene nítidos y próximos. Esto de los recuerdos es un regalo con el que disfrutamos al resucitarlos. 

Pero también pueden reabrir heridas que considerábamos restañadas. Recién asentados en Majadahonda y antes de estrenar curso, a principios de septiembre de 1976 moría la abuela María, la madre de Palmira, sin ver - ¡aplazando el viaje por su enfermedad!- cumplido el sueño de venir a Majadahonda a conocer el nuevo piso de sus hijos, de los que tanto presumía.

Y para terminar, y puestos a filosofar, debo anunciaros que mi último traslado, como narrador de este blog, no tendré energía para escribirlo. Y también informar que el blog cambiará en menos de un año de título, ya que al octogenario le restan meses para cambiar de década y de octogenario pasará a… ¡nonagenario! Eso sí, igual de romántico y de afortunado.

1 comentario:

Teresa dijo...

No dejo de sonreir y de emocionarme al leerte opa! cada capitulo que leo, es como si fuera el primero! :)