domingo, 22 de diciembre de 2013

CARRASCAL (de Velambélez) REDIVIVO

Cabizbajo, alicaído, con el alma a los pies y el corazón en un puño, retornábamos al coche en la penúltima visita a mi Carrascal. Un día cualquiera del otoño de 2012 se repetía la tradicional visita y recorrido: de la escuela a la iglesia y viceversa. Ante nosotros un pueblo semi-abandonado. Despoblado. Deshabitado. Ni una sola persona. Ni un único animal. Sin pájaros ni flores. Puertas y ventanas cerradas. Como si todos sus habitantes hubieran sido evacuados ante el riesgo peligroso de inminente catástrofe.

Cambio de fecha y decorado. El mismo escenario, redivivo como por arte de magia, en el penúltimo día del verano de 2013, vísperas de la Fiesta. Los paisajes y los lugares se transforman y permanecen vivos con nuevos ropaje de seductores colores. Éste era el Carrascal rescatado, el de tan dulces recuerdos de mi infancia, adolescencia y primera juventud. Con Palmira y nuestra hija Blancaluz como guía-organizadora, acompañados por algunos de los primos Pedraz (¡Antonio te recordamos!), tan encariñados con Zarapicos-Carrascal, y con Paloma como acompañante coorganizadora, nos encontramos con un pueblo nuevo, poblado de nuevas generaciones alegres y juveniles, tocado de fiesta, radiante de animación y vida, con tertulias y entretenidas partidas de cartas y edificios históricos impecablemente restaurados.

Pero la mayor sorpresa e inesperada alegría fue el conocer al nuevo alcalde del Ayuntamiento de San Pedro del Valle - creo que el primer “carrascaleño” de la historia - Alberto Torres, nieto de mis inolvidables y queridos Felicitas y Toño. Joven dinámico, entusiasta, emprendedor y con geniales ideas como la creación de un Aviario propio. Dos estupendas y extraordinarias realidades que bien merecen ser plasmadas en versos libres, testimonio de mi vínculo y afecto a raíces profundas, alimentadas por nobles recuerdos y sentimientos.



SUEÑO DE UNA TARDE DE VERANO

Con la pequeñez de tímido poblado, 
al abrigo de cierzos en suave ladera recostado, 
entre valles y encinares descansando, 
llenaste a rebosar el entrañable universo de mi infancia. 

Con el radiante sol del mediodía,
iluminaste el rinconcito de mi adolescencia, 
y con la luna de plata de tus noches,
saturaste de ensueños mis primeras aventuras juveniles. 

En la bóveda silenciosa de tu cielo, 
de la Ladera al Palomar, 
y desde el Río hasta el Rodillo y Chiviteras, 
reservados tengo una estrella y un lucero, 
desde donde contemplar puedo tu geográfica figura, 
la de ahora y la de antes.

El viejo Carrascal de intransitables calles,
en invierno barrizales y guijarros,
de ruinosos pajares y corrales,
rústicas paredes de cortinas y pajares, 
tenadas, tejados y muros agrietados, 
el viejo tejado y la antigua espadaña de la iglesia,
morada placentera en primaveras y veranos 
de golondrinas y gorriones a raudales, 
de tordos y vencejos a mansalva. 

En tu calle Larga, más bien corta,
desde el centenario pórtico de mi cuna (1836),
con el tránsito cotidiano de personas, 
carros y ganado, perros y gallinas, 
todos conviviendo en armoniosa compañía. 

Niños y jóvenes, entonces numerosos, 
adultos y ancianos,
cuyos nombres, rostros y modales, 
continúan mi memoria reanimando 
con pelos y señales, 
hoy día dignamente representados,
 como testigos de una época y de otros tiempos, 
por el dúo afortunado de Elvira, 
y su dulce y juvenil sonrisa como guía, 
y de Francisco, con nombre propio de calle ¡bien ganado! 
en emocionante e interminable abrazo siempre recordado. 

Hoy, en vísperas de Fiesta Grande, 
te admiro emocionado, 
convertido en pueblo nuevo y vivo, 
embellecido y transformado en refugio de descanso y festejos de verano, 
en nuevas y retocadas casas, mansiones modernas, por nuestra iglesia escoltadas, 
monumento histórico con puertas nuevas castellanas, 
y “mi” adorada escuela, edificio sin igual en comarca y provincia charras. 

¡Sueño de una tarde de verano! 
Despierto hoy, prosigo, Alberto admirado,
extasiado ante tu Aviario, seductor tesoro para el niño, 
hoy anciano, que soñaba, y continúa soñando, 
con nidos y con pájaros. 

Correteando persisto todavía como niño y jovenzuelo,
con amigos del alma, compañeros, 
en las sofocantes siestas veraniegas, 
por eriales, rastrojeras y barbechos,
persiguiendo a las perdices y sus polluelos.
Desde el Monte y por la Cueva,
hasta las Vegas y las márgenes del Río. 

Paisajes y personas desaparecidos,
por imperativo y tiranía de los tiempos. 
Pero no habéis muerto: 
¡Conmigo vais, en mi corazón os llevo! 

( (MJG 2013)

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