sábado, 12 de enero de 2013

LAS NUBES II: Nubes que hicieron historia


La tormenta de Los Alpes


"Heute Abend wird der Teufel los" (¡La que va a liar esta tarde el diablo!). Esta predicción del tiempo fue obra de uno de tantos meteorólogos de la experiencia, pastores y hombres del campo como el pastor del Gorbea o el Calendario zaragozano. El pronosticador fue esta vez un campesino alemán, el Onkel Martin, dueño de la pradera- aparcamiento provisional para los bañistas, que en los escasos días soleados estivales se acercaban a refrescarse en uno de los numerosos lagos pantanosos prealpinos de oscuras, pero finísimas, aguas fangosas medicinales. Protagonistas del baño y receptores de la sentencia meteorológica fueron Ingrid, Rudi und Kinder, anfitriones en Nesselwang, durante un fin de semana, de quien esto redacta, becario entonces de investigación en la Staatsbibliothek muniquesa.

El Onkel Martin basaba su pronóstico en la aparición de un cúmulo nimbo que asomaba tímido por el horizonte meridional de la cordillera alpina. Provocadora nubecilla blanquecina en el límpido y nítido cielo azul de un mediodía de agosto. A Mónica López, jefa de las/os chicas/os del tiempo de TV1 debo la confirmación del adivino bávaro: "El seguimiento matinal de los cúmulos en montaña es esencial para saber cuál va a ser la evolución de cara a la tarde"(V. "El Libro del Tiempo").

Como a las cinco de la tarde, (las terribles cinco de la tarde lorquianas), el pánico y el miedo invadieron el chalecito de la Omi Kühlewein, la madre de Ingrid. Remedio único y defensa popular de las abuelitas de entonces en circunstancias tormentosas tan dramáticas consistía en cerrar a cal y canto puertas y ventanas, encender una velita a todos los santos caseros y echar mano del rosario suplicando a la poderosa santa Bárbara liberarnos cuanto antes de aquel castigo de madre naturaleza. La descripción detallada  de tan impactante fenómeno meteorológico sobrepasa  mis limitaciones escriturarias.

El espectáculo comenzó cuando los densos nubarrones que habían ido desarrollándose en  los cerros que, hasta nublar el sol, circundaban el horizonte decidieron ponerse en marcha, descendiendo vertiginosos hacia el pueblo y la llanura, apilándose galopantes en parduzcos remolinos. Las colinas colindantes se sumaron al cortejo. A la primera estruendosa explosión siguió el arrebato de una granizada de época y la consiguiente descarga ininterrumpida de truenos y relámpagos, acompañados de un torrencial diluvio. Para admirar la ensordecedora y nunca vista escena, ante la oposición  suplicante de la asustada ama de casa, una jovencita, estudiante de magisterio, invitada de la casa y el loco españolito de marras, desoyendo súplicas y negativas, salieron al balcón a observar el desarrollo de la tormenta del Guinness de mi vida. Como en aquella década la cámara fotográfica no era aún compañera de viaje, tenemos que conformarnos con guardar esta vivencia en la recámara de la memoria. Pero, que conste, que por mi amor a la Naturaleza -donde nací y me crié- aún sin saberlo, compartía ya con Albert Barniol, actual "hombre del tiempo" la teoría de que: "Una tormenta es una combinación casi perfecta de belleza y peligro". Mi comportamiento disparatado y mi actitud, "irracional" e incomprensible para muchos, ante la tormenta continúa inexplicable. Aunque la explicación científica, aparentemente facilona, tenga sus fundamentos lógicos, la tormenta continúa siendo esa "combinación casi perfecta de belleza y peligro". Yo añadiría: y casi misteriosa de relámpago y trueno.

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