sábado, 31 de diciembre de 2011

E S T U D I O S II: UN BACHILLARATO de Infarto y una Locura de REVALIDA

1. UN BACHILLARATO de Infarto

El Bachillerato de hoy se parece al de hace medio siglo como el día a la noche. No sería descabellado calificarlo de desatino o dislate. Y siendo más moderado y realista el mío podría catalogarse de Bachillerato sin libros o Bachillerato de pacotilla. Cualquiera de ellos, incluido el del enunciado del capítulo, le sentaría como anillo al dedo. Su proceso discurrió entre lo irracional y lo inhumano.

La única lógica sostenible fue la del Ministerio de Educación al convalidarme única y exclusivamente los cuatro primeros años del seminario, debido a la escasa coincidencia de los planes de estudios de ambos centros. Como el Bachillerato superior constaba de siete años mas Reválida, para obtener el título me quedaba como salida única examinarme de los tres cursos restantes. El papá Estado me concedió, muy generosamente, la opción de poder matricularme libre de los tres en una sola convocatoria. Ni corto ni perezoso me eché la manta a la cabeza y tomé la descabellada decisión de examinarme de los tres en una sola tacada. Las asignaturas troncales como se dice hoy día, eran las consabidas de Lengua española y extranjera (Alemán - ¡vivir para verlo!),  Latín y Griego, Filosofía, Historia de España y… el punto flaco en mi penoso batallar curricular: Matemáticas, Física y Química.

Para tan osado reto me fui a “preparar” a Salamanca. La casa de mi hermana Aurora, siempre con las puertas abiertas de par en par, me sirvió de parada y fonda, de estímulo y compañía durante todos los años de carrera. En el barrio de mi hermana vivía un estudiante de Ciencias, Crisantos Albarrán, una eminencia en Matemáticas. Muy popular y admirado como profesor de clases particulares. Durante un par de meses intentó adiestrarme en el campo de las Mate y las Ciencias. La preparación de las asignaturas restantes corría a cargo de mi propia cuenta y riesgo. ¡Allá te las arregles cómo puedas!  Sin libros. Sin método. Sin orden ni concierto. Me incentivaba y transmitía ligera tranquilidad el dominio de las asignaturas cursadas en el seminario.

Lo inconcebible y tragicómico de la odisea faltaba por llegar. Una retahíla de incesantes, casi simultáneos exámenes, mañana y tarde. Auténtica olimpiada, ¡como si los osados sufridores fuésemos una máquina de fabricar churros! ¡Dos días completos! Los dos primeros obstáculos – quinto y sexto- fueron coser y cantar. Faltaba el rabo por desollar como se dice por tierras ganaderas. Y nunca mejor utilizado el dicho. Porque restaba el temible séptimo. Al fin fue también salvado, aunque “dejando los pelos en la gatera “, según viejo proverbio charro. Un 3 en filosofía: “Filosofía de los peripatéticos y El método de la razón de Descartes” fue la pregunta en el examen oral. ¡Qué atrocidad! En matemáticas un 4. Las fieles compañeras de por vida– Lenguas y Letras me salvaron de la quema y sirviéndome en la media de tabla de salvación a la que me así como naufrago con el agua al cuello.

2. Una REVÁLIDA de MUERTE

Si el Bachillerato fue una operación de Infarto, la Reválida fue un trance de Muerte. Antes del invento de las LOGSES, LOES, Exámenes de Estado y otras tantas de esas maravillosas siglas o zarandajas, invento de la sesera de los magníficos políticos que no engendran más que estos abortos, los bravos bachilleres que soñaban con estudiar en la Universidad, tenían que sufrir, nunca mejor dicho, un examen de las asignaturas básicas del Bachillerato ante un tribunal integrado exclusivamente por catedráticos de Universidad.  Mayor y mayúscula aberración, impensables. Era como pretender hermanar un riachuelo con un océano o una pulga con un elefante.

Una vez más la tortura de siempre elevada a la enésima potencia: ¡Matemáticas, Física y Química a la vista! Menos mal que también puntuaban los latines, geografías, historias, lenguas y letras. Aprobé a la primera, ¡qué heroicidad! Un amiguete de Villarmayor, pueblo salmantino de la cuñada Chon, tiró la toalla después de ocho suspensos consecutivos. Los compañeros de Apemes (v. Capítulo “Una Academia cum laude”), Palmira (aún libre de trabas amorosas ), su hermana Tina y el amigo Juanito Martín, aprobaron a la segunda, muy de celebrar en aquellos tiempos de tragedias estudiantiles a la orden del día. El resultado del examen se hacía público en la prensa local y en el tablón de anuncios de la Universidad. Cada examinando, como si de presidarios se tratase, tenía el numerito correspondiente. En convocatorias normales la cifra solía rebasar el millar. Solamente recuerdo que el mío era un setecientos y algo. La ausencia de tu número en el tablón de marras solía provocar escenas de tragedia helénica: profusión de lágrimas, lloriqueos y hasta algún que otro desmayo.

Pero dejemos a un lado la razón de la sinrazón, e inmortalicemos tanta locura con dos anécdotas para amenizar el capítulo:

Universidad de Salamanca
La primera es el recuerdo, hoy grotesco, del examen de Geografía. Profesor examinador el Decano de la Facultad de Filosofía y Letras, Ramos los Certales, Catedrático de Historia, eminencia en la materia. Su pregunta sobre Geografía fue la siguiente: “ Hábleme Ud. de la orografía e hidrografía de Francia”. El examinando muy tranquilito, al ser geografía una de sus predilectas, comenzó soltando de carrerilla la lista de los principales ríos galos: “el Rin, el Ródano, el Loira y el Garona”. Cuál no sería, sin embargo, su sorpresa al ser interrumpido bruscamente, en tono doctoral, con la siguiente rectificación:  “ ¿Ha entendido Ud. bien mi pregunta?”  “Si, señor”- respondí. –“ ¿Qué le he preguntado?”- insistió, (esta vez alzando más la voz y en tono inquisitorial). - “Que le hable de la orografía e hidrografía de Francia.” Terco continuó: ”¿Sabe usted qué es orografía? Pues responda Ud. ordenadamente”. Pienso hoy día que, en aquel instante, ni la más ducha enfermera hubiera encontrado una sola gota de sangre en mis venas. Salí airoso del trance porque también supe algunas de las montañas francesas. La pregunta de historia fue de juzgado de guardia según terminología del derecho penal popular. “Hábleme del reino de Aragón por el 1040” –fue la malvada y malintencionada pregunta. La respuesta fue calco de la anterior. Comencé hablándole de Alfonso VI, rey de Castilla por aquellos años y de sus relaciones con El Cid. Como le convencí de que una ligera idea tenía del tema, “generosamente” me insinuó le hablase de Pedro I de Aragón., quien también tuvo alguna vinculación con El Cid. La única referencia que tenia del susodicho Pedro. Pero arañando de acá y de allá me aseguré, el aprobadillo. Una vez jubilado me he distraído leyendo e informándome sobre literatura e historia de la oscura y denostada Edad Media. Hoy me atrevería hasta con nota.


Con gran estupor logré también el pase en Ciencias, ante uno de los ogros, ¿otro más?, del tribunal, el profesor Teresa. Joven catedrático catalán, estiradillo y engreído. Uno más a los que en su deambular de La Plaza Mayor a la Universidad, Rúa arriba y abajo, había que dejarles expedita la acera con reverencia incluida.

Entre sustos y temores transcurrió la serie oral, apareciendo al fin el setecientos y pico, mi numerito de marras, en el tablón de anuncios de la Universidad. Pero, ¿dónde aparecen esos momentos mortales anunciados en el título del Capítulo? Como suele ocurrir en muchas películas y novelas el relato empieza por el final y concluye con el principio. Este es nuestro caso. Aquellas memorables y fatídicas Reválidas, como todavía recordarán los afortunados supervivientes de aquellas odiseas, se dividían en dos fases, una escrita y otra oral. A esta última pertenecen las dos anécdotas reseñadas. El examen escrito constaba de tres partes: Traducción de un texto latino, una Redacción de tema libre y un problema de Matemáticas o Geometría.

La famosa "rana"
Emerge con cierta nitidez en mi memoria el primero de ellos: Traducción del Latín. Escenario histórico : la galería de la planta superior de la Universidad , habilitada como aula con hileras interminables de pupitres individuales , en una de cuyas esquinas había que colocar, bien visible, la papeleta de examen. Como suele ocurrir en estos trances, nunca puede faltar el despistadillo de turno. ¡Oh, cielos! En esta maldita ocasión el olvidadizo del imprescindible documento fue quien esto redacta. Se me autorizó ir rápidamente por él a casa, pero no se me reservaba el tiempo perdido. Volaba más que corría el convaleciente atleta, recién salido de la enfermedad juvenil de postguerra, la consabida pleura, combatible con buena alimentación y reposo. Desde el edificio de la rana, hasta la Avda. de Italia, residencia de mi hermana, el trayecto superaba el cuarto de hora, sin embargo el maratoniano estudiante, desfallecido consiguió reducirlo a la mitad. A trancas y barrancas y con la lengua fuera ,como perro perdiguero, superé el último peldaño de la renacentista y emblemática escalera que daba acceso a la primera planta de la universidad, donde me esperaba mi pupitre reservado. En contra de lo esperado, el caritativo vigilante de zona tranquilizó al exhausto y jadeante examinando aconsejándole tranquilidad y calma. La accesibilidad del texto atenuó la gravedad del susto que puede calificarse de mortal.

La Redacción, un tema de actualidad, no ofreció dificultad alguna al bachiller que empezaba a exteriorizar su tendencia literaria. Entre pitos y flautas y a trancas y barrancas, salvados sustos y escollos, vi abiertas y franqueables las puertas de la Salmantica que “docet”, según su presuntuoso lema histórico.

Pero previo a ese paso transcurrirá un largo interregno de un par de años. Años de estudios, prácticas primarias y docencia primera: Estudios de Magisterio y estreno profesional en Vegas de Matute (Segovia). Ambos merecen capítulo aparte.

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