viernes, 11 de noviembre de 2011

UNA GOLONDRINA SIN ALAS

LA VACA MAS APUESTA DE ZARAPICOS Y ALEDAÑO


Ilustración realizada por Irene Burgos Glez (iribú), nieta del octogenario romántico
La memoria para el hombre de la calle es el “baúl de los recuerdos” o el archivo donde se van acumulando los sucesos más reseñables. Abriendo ese baúl y husmeando ese museo aparece una de las páginas más bellas de mi infancia y adolescencia. Todavía resuenan en mis oídos los ecos de un cencerro capitaneando la vacada de los Sexmeros (1) y el tintineo de su tranquilo rumiar en la cuadra,  pared por medio con la alcoba donde dormía con los primos Benjamín y Antonio.

No hará falta desvelar que la "golondrina", que no podía ni sabía volar por falta de alas, era una vaquita.  No "una vaca cualquiera", la tontorrona y simplona de la canción que "daba leche merengada". Ésta era una fuera de serie. Era la vaca de los abuelitos de Zarapicos. Desconozco el motivo u origen de su poético nombre.

¡Lástima que la fotografía fuera todavía en aquellos años treinta y cuarenta del pasado siglo lujo exclusivo de unos cuantos privilegiados!  Me consuela el tenerle reservado a esta singular "golondrina" un espacio privilegiado en el Zoo de mi Memoria. Al lado de mi caballo andaluz de mi juventud - sin nombre-; junto a la Chiqui, primera de nuestra dinastía canina junto a Niebla, Tecla, Lucera, Simpli, y una larga retahíla de animales domésticos, amigos y compañeros queridos de viaje.

La "Golondrina" era una res sin divisa. Una vaca lechera mixta. Siempre bien nutrida y mimada. Hermosa, de pelo brillante. De color café claro con pintas blancas y negras. De cortos cuernos, enorme y sobresaliente panza. Mansa como un cordero. Mimosa como una niña, generosa como una madre. Tan espléndida que su leche -hasta 20 litros diarios- era parte capital de la economía del herrero del pueblo, el abuelo Cipriano.

La "Golondrina" formaba parte de la iguala de mi abuelito y tenía el privilegio de pastar y comer en las dehesas y prados de la vaquería del amo. Era la única vaca lechera del pueblo. En Carrascal no había ninguna otra de su raza. (Sirva esta referencia como testimonio del índice de subdesarrollo de la comarca). Hasta mediados del s. XX no llegaron las primeras holandesas y suizas, las lecheras blancas y negras, procedentes de la montaña santanderina de Torrelavega.

Volviendo a la historia de nuestra protagonista, las vivencias se agolpan y atropellan por querer aparecer en negro sobre blanco. Estampas rurales y campestres válidas para ilustración paisajista de aldea típica castellana.

Una de ellas era el retorno a casa de la boyada en primavera. Cuando, al atardecer, el cortejo bovino asomaba en tropel y concierto de bramidos y cencerros por la esquina del suntuoso ábside renacentista de la iglesia, la inconfundible figura de "Golondrina", capitaneando orgullosa la manada, cruzaba la plaza enfilando presurosa hacia la cuadra de sus dueños. Sabía que en el pesebre central del establo le esperaba su piensecito preferido.

Pero el momento más tierno y entrañable era el del ordeño. Una vez por la mañana y otra al anochecer, la pareja de ancianitos representaba todos los días este enternecedor espectáculo, digno de filmación: sentados cada uno en su minúsculo tajo rudimentario de tres patas, uno a cada lado de las ubres de la vaca, con una herrada de zinc debajo de las tetas, se repartían el oficio de extraer el blanco líquido generoso de la "Golondrina". El paciente animal, rumiando semiadormecido y aburrido movía de vez en cuando una patita, haciendo tambalear el preciado recipiente. El iracundo ordeñador gritaba enfurecido en su sordera, insultándola y propinándole algún puñetazo que otro en su oronda barriga.

La mayor parte de la rica cosecha estaba reservada para el lechero de Parada, que pasaba también por Carrascal a recoger la leche de las cabriadas de las dehesas de Torrecilla y de la Narra.


LA EXQUISITA LATA DE LECHE MIGADA

La "Golondrina", además de fuente de ingresos, como he dicho con anterioridad, era despensa de alimentación. A ella le debíamos la inolvidable cena del Zarapicos estival. En las larguísimas y tórridas tardes de verano  (la comida tenía lugar al mediodía, las 12 del sol, cuando caía la de Dios, como decían socarrones aldeanos), la merienda era sagrada y seria y la cena frugal y ligera. Pero la de la abuelita de Zarapicos era cena sui generis. Era un manjar exquisito. La escasez alcanzaba hasta el utillaje de cocina: el número de pucheros y cazuelas no pasaban de la media docena. Las clases humildes ahorraban por procedimientos inimaginables en el s. XXI. Las latas de sardinas en escabeche de un Kg. eran utilizadas como un utensilio más de cocina. Cuando en el verano la despensa, santuario de la matanza, estaba bajo mínimos, la sardina en escabeche era el sucedáneo de embutidos y reliquias del cerdo. La enorme despensa de los abuelos -tan larga y alta como deshabitada- ocupaba el último receptáculo oscuro de un largo pasillo que, en desnivel, partía de la cocina. Fresquísima en verano y siberiana en invierno, era escaparate de esa "lata de sardinas con leche migada" puesta a refrescar desde la mañana para la cena de los nietecillos. Las migas eran rebanadas finas de hogaza de candeal, bañadas con la leche hirviendo. Y como el producto de la "Golondrina" era leche pura, de primera, la migada formaba una capa de nata, codiciada delicia de los lechoncitos.

Un recuerdo muy grato de esa infancia con la "Golondrina" era también la "Chopera del abuelo": prado cercado de chopos, zarzales y maleza, alimentada por el arroyo de la Fuente los Brazos, que la bordeaba por la parte oriental del camino. A este pequeño vergel -hoy pasto del abandono- llevábamos en el mes de mayo a pastar a "Golondrina", donde pasaba todo el día, zampando a placer de la fresca y tierna hierba, y disfrutando de la reconfortante sombra de los chopos, cabeceando por liberarse del sofocante mosquerío. Pero tanto y mas que ella disfrutaba el feliz vaquerillo aficionado a las aventuras de los nidos de los pájaros. Porque la chopera del abuelito era un paraíso de ruiseñores, jilgueros, verderones y oropéndolas. Aunque, mis éxitos en estos predios quedaban eclipsados por la dificultosa y enmarañada maleza de la espesura.

Cuando hubo que desprenderse de la ancianita "Golondrina" -próxima ya a la veintena- un silencio y vacío sepulcral se apoderaron de la cuadra de los abuelitos. Sus dueños se sintieron viejos y sin oficio. Y sus nietos tristes y desolados, porque les faltaba el alegre tintineo y la compañía de "Golondrina". Y nunca más volvieron a disfrutar en las noches veraniegas de la "lata de leche migada" de la vaca de nuestros amores.

1 S = Sexmeros. a) Los Sexmeros eran los ricos de Zarapicos. Vivían en la Casa Grande. Eran dueños del 80% del término y tenían una vacada considerable. A diferencia de los “señores feudales” de la época, era ésta una familia numerosa muy caritativa, sencilla y estimada. Mi padre, Benjamín, era quinto del pequeño Camilo - solterón - de los Sexmeros y les unía una gran amistad. b) El sexmero, en la Edad Media, era el administrador de un sexmo (territorio formado por varios municipios. Ledesma, Arévalo, Madrigal, etc., fueron cabeza de un sexmo).

3 comentarios:

Adela B dijo...

Ooooh, qué tierna historia, me ha encantado esta singular "golondrina"! Y genial también la ilustración de Irene!

Anónimo dijo...

¡Me ha gustado muchísimo la historia y he disfrutado tanto leyéndola como ilustrándola! ¡Muchas gracias, Opa!
iribú.

Teresa dijo...

preciosa historia! tiernamente contada y llena de frescor veraniego. Al cerrar los ojos parece que podemos ver y oir a la "golondrina". Y felicito claro, también, a la ilustradora :)