sábado, 15 de octubre de 2011

El niño que soñaba con nidos y… quería aprender a volar

"Los sueños son tan necesarios como el aire"
Los pájaros 1 han ocupado siempre un lugar preeminente a lo largo y ancho de mi dilatado caminar. Desde la infancia a la senectud, siempre fueron centro de atracción y seducción. Motivo de observación y admiración. Compañeros de viaje y de reposo. Objeto de devoción preferida en mis cuentos, sueños y canciones infantiles.

Pájaro que vas volando
   Y en el pico llevas hilo, 
Dámelo para coser
   Tu corazón con el mío

rezaba una canción popular amorosa de aquellos tiempos, en los que el corazón del niño estaba prendido al del pajarillo.

En mi Carrascal -o doquiera que fuera, estuviera o estoy- los pájaros eran, y continúan siendo, mis huéspedes e invitados. Amigos inseparables e insustituibles. Si uno de los sentidos más desarrollados en las aves es la vista (pensemos en las rapaces y paseriformes), mirándolas y observándolas aprendí a conocerlas y quererlas. No se quiere lo que no se conoce.

Imitarlas en su vuelo era mi obsesión y deporte favorito. Al saltar arroyuelos, peñascales y paredes, al ejercitar carreras en eras y prados, batiendo los brazos, extendiéndolos como alas remeras,   mi apasionante entretenimiento era aprender a volar como los pájaros.

Desde muy niño aprendí a leer e interpretar el mensaje de sus cantos y trinos, a comprender el significado de sus movimientos y comportamientos, a identificarlos por el plumaje, por la configuración de la cola, del pico o de las alas. De los pájaros aprendí a soñar con la cabeza escondida bajo la almohada, a la par que ahuyentaba los miedos. Para mi fantasía infantil, cuando un pajarito duerme con la cabeza escondida bajo las alas, es que está soñando. Yo, sin embargo, soñaba con ellos hasta despierto.

El nido era entonces para mí la casita de los pájaros. Después aprendería que las aves, seres errantes en su mayoría, utilizan, por lo general, el nido como residencia veraniega temporal, para la puesta de huevos y la cría de sus polluelos.

Pero antes de presentaros “Algunos nidos que hicieron historia”, una doble pregunta con respuesta puede que servir de orientación a algún curioso lector interesado en la materia: ¿Quién me enseñó a conocer y amar a los pájaros? ¿Quién me convirtió en “el pajarero”, el niño que más nidos “sabía” del pueblo?2

Cada primavera, los gorriones se alojan en su casita junto a la nuestra.
¡La escuela de la vida! ¡Leyendo en el libro siempre abierto de la Naturaleza! Trepando por los árboles de la curiosidad, con las antenas siempre puestas, y los sentidos afilados. Agazapado tras paredes, árboles y escondrijos. O con cara descubierta, al aire libre, sin cristales de aumento, ni anteojos. Con el sol, la lluvia y el viento, despiadados a veces, acariciadores otras, como únicos guías y acompañantes. Acechando siempre la “ribalba”3. Sabría decir de carrerilla cuál era el hábitat particular de cada uno de ellos: dónde anidaban las golondrinas, los gorriones, los jilgueros, los ruiseñores, las alondras, las trigueras, las tórtolas, las palomas, las perdices, las abubillas y … muchísimos etcéteras. Yéndolos siguiendo, con sólo una mirada, localizaba el hueco o la rama del árbol preferido, las grietas o agujeros de muros o paredes, los zarzales, rastrojeras o tomillares, praderas, eriales o pedregales, dormitorios y dominios habituales.

En suma, la explicación y respuesta única pudiera ser: una sensibilidad innata hacia los secretos misteriosos y seductores de los voladores. Ante todo, quizás, la atracción de su belleza, su inteligencia o instinto, su lenguaje (el canto), su comportamiento y movimientos, la maravilla de la nidificación: el proceso de construcción de sus nidos, la cría y adiestramiento de sus hijuelos.

Este capítulo de ornitología podría abarcar páginas y páginas de estas Memorias. Pero como mi hija primogénita, heredera de esta gratificante curiosidad, sabe ya “casi” tanto como yo de la materia, ¡orgullo exculpable de padre y maestro!, me voy a limitar a algunas vivencias memorables con nidos y pájaros, recopiladas en el epigrafiado siguiente: “Nidos que hicieron historia”.(El nido del Ruiseñor, el de la Urraca, el del Abejaruco, el del “Chichipán”o Herrerillo y los de la Golondrina). El lector que no soporte la pesadez del tema, que “pinche” otro capítulo.

Soy consciente -por experiencia propia- como Cervantes o Don Quijote, tanto monta, de que “en los nidos de antaño no hay pájaros hogaño”, y que el soñador podrá envejecer, pero no los sueños. 

Y que el memorialista precisa de los pájaros como el aire y los sueños. Y si no que lo testifique trinando nuestro canario Pikín, comparsa imprescindible e insustituible en nuestro salón de Algorta a Majadahonda. Quien siempre, a nuestra llegada, nos recibe con un concierto, saltarín y jubiloso.

1 En mi infancia, y hasta que la lectura fue introduciéndome en la ornitología, todas las aves eran pájaros.
2 En argot popular infantil, “me sé un nido” significaba saber el lugar donde estaba el nido.

2 comentarios:

Adela B dijo...

Precioso homenaje a los pájaros, esos que siempre me recordarán a ti, con tus explicaciones y tus "silbidos". Y también bonita metáfora con los soñadores y los que, en general, queremos aprender a volar!

Anónimo dijo...

Pero Adela, si tu siempre has vivido en una nube! Bonita fotografia de otra alma soñadora.