...que sabía más que el Doctor Bustillo
Nuestro
protagonista es un roedor que, en realidad, no se diferencia gran cosa de los
de su especie. Pues, es pequeñito como un ratón de campo y grisáceo y familiar
como un doméstico. Como uno más de la familia se caracteriza por los pícaros
ojuelos, los presumidos bigotitos, el largo rabillo juguetón y el puntiagudo
hociquito. Pero, en lo que es un crack, es en su olfato de perro perdiguero: no
hay queso ni producto alimentario que se le resista en despensas y cocinas, y
también insuperable en su pasmosa habilidad excavadora trazando túneles y
galerías subterráneas de camuflaje donde asentar su nido o su casita. Con
idéntica destreza se cuela y desliza furtivamente en armarios y cajones, aun
cerrados con siete llaves, en paneras, queseras y otros receptáculos.
Pero donde se mueve como pez en el agua, enseñoreándose y pavoneándose de sus saberes y decires, es en el amplio y docto recinto de la cultura, es decir: en bibliotecas, librerías y papelerías, en estantes y anaqueles poblados con libros, pergaminos y papelotes diversos. De ahí que pomposamente presuma del apodo “ratón de bibliotecas”. Hasta el punto de que, de tanto roer y roer y engullir, perforar y devorar páginas y páginas, ha acabado convertido en el ratoncito listejo más leído e instruido que conoce la historia. A tal altura y a tal grado asciende su culturón, que hasta ha aprendido poesía; las palabras y los versos le salen como rosquillas (su dulce favorito) por las orejas. Maestría y muestra de ello dio en el siguiente contratiempo que contaremos a continuación.
Aunque
“Speedy Gonzales” (tal era el apodo por el que era mundialmente conocido)
gozaba de una salud de hierro, cierta noche fue presa de tan insólito como
inesperado fuerte dolor de barriga que, su madre, alarmada, temiendo por su
vida, solicitó con urgencia la visita de un doctor en medicina. Y dicho y
hecho. En un santiamén hizo su aparición el Dr. Bustillo, médico de guardia de
la zona. El enfermito y quejica roedor se retorcía en la cama tumbado panza
arriba, hinchado como un sapo, gruñendo como gorrino en matadero. El Doctor,
suplicándole calma y tranquilidad, sacó su libreta de la cartera y, bolígrafo
en ristre, comenzó el habitual y consabido interrogatorio.
–
Vamos a ver. ¿Cómo te llamas chiquillo?
–
Yo no me llamo. Me llaman.
El
Dr. boquiabierto insiste:
–
Que cuál es tu nombre.
–
Yo no tengo nombre, soy sólo pronombre. Yo soy yo, y juego al
yoyó.
Lentamente
al galeno se le iba agotando la paciencia, al ver cómo el paciente “piripiaba”
desvergonzado y chulesco…
–
Pero, ¿tendrás un nombre de pila?, digo yo.
–
De la pila no me acuerdo. Me han dicho que me pusieron Calixto, por eso soy tan
listo.
–
Chulillo sí que eres. Irás al colegio.
–
No lo necesito. Además… me aburro, porque duermo de día, ya que soy
nocturno. Trabajo de noche, a la luz de la luna y de las estrellas… y me gustan
las pellas. ¡Ah! y también me gusta rechupar las paellas.
–
Algo raro me resultas, ratoncito, - puntualizó el Doctor -. Pero vayamos al
grano. Cambiemos de tema. Con que… dices que te duele la barriga.¿ Y te duele
mucho?...
La
respuesta fue un quejido, cual si lo estuvieran desollando. El doctor
recapacitó un instante y se preguntó cuál pudiera ser la causa. ¡A saber qué habría comido, el dichoso bichejo!
–
Dime muchacho ¿qué es lo que comes?
–
¿De noche o de día? – respondió la criatura.
–
¡Por cien mil diablos! ¡Contesta de una vez! – malhumorado insistió el galeno.
–
Como soy listillo, como lo que pillo. Y como soy ratón, de noche como melón. Si
es dulzón… Y de día como sandía, si es rica y está fría. También como soy
goloso, como bizcochos. Y pan y rosquillas, y otras muchas cosillas. Manzanas y
avellanas… si no están vanas.
–
¡Cuánta locura! ¡Y qué cosas dices!
–
¡Ah!... se me olvidaba. El queso… no puedo vivir sin eso.
–
No digas sandeces. Aunque bien pensado tonto no pareces. Pues hablas en verso y
haces pareados. Mas… cambiemos de tema: ¿dónde naciste?
–
Yo no nací. Al mundo me trajo mi madre a las orillas de un río… en Salamanca la
blanca, cortina verde.
–
¡Caramba! ¡Caramba! Te voy comprendiendo, y hasta casi sospecho que tu madre
fue una tal Celestina.
–
¡Esa vieja pelleja? No. Aunque sí la conozco, pues vine al mundo cerca de la
Peña así apodada, en las riberas del Tormes, cerca de la aceña donde vio luz
primera mi pariente y primo Lazarillo, el pícaro. “Pues, sepa vuesa merced,
ante todas cosas, que mi nombre”, perdón, mi apellido es González, el mismo que
el de Lázaro. Y no crea Usted que miento.
–
¡Caracoles! ¡Vaya! Me lo imaginaba. ¡Qué categoría! ¡Que hasta de memoria sabe
los comienzos del libro! Y me supongo que hasta por la famosa universidad de tu
cuna pasarías? ¡Bueno, suficiente muchacho! Tu caso está bien claro. El
diagnóstico es de manual: Indigestión al canto. Empacho de letras, palabras y
libros… ¡que hasta poesía rezumas! Eso se cura con una dieta estricta:
prohibición terminante de frecuentar lugares donde los libros abundan…
¡Cantando y bailando, y al fútbol jugando!
¡Caramba!
¡Qué hasta me has contagiado! ¡Ya en verso me salen las recetas médicas! Pues... perdona chiquillo:
¡Duerme a pierna suelta!
Disfruta
de lo lindo en estos dulces días de
fiesta.
Y
no te hagas caso de lo que dicen las viejas recetas:
come
con prudencia,
moderación
y ganas,
turrones
y bombones,
pastas
y polvorones,
mazapanes
y roscones
… y
si duele la barriga, y el dolor no es ¡muy, muy gordo!, no te apures por ello.
Y
si es grave y persiste, que llame tu madre al doctor Bustillo
que de ratones
mucho entiende
y se divierte a lo grande curando a los más listos.
Dedicado
con todo el cariño a Inés y sus amigas, a Martín, más piripi que el Opa, y a
sus amiguitas Ángela y Eva, que también lo son las mías… y a los lectores
entrados en años, pues, quien cuentos lea en edad avanzada vivirá siempre la
infancia dorada
¡¡¡
Feliz Navidad 2015 a todos !!! Os quiere el octogenario afortunado.