Las sandías de la Noche de Ramos (Carrascal de Velambélez)
Para comprender y aceptar el siguiente episodio, se
recomienda un saltito de lejano
medio siglo en el pasado y compartir con el medieval poeta de Las Coplas
el nostálgico verso de… “¡Cualquier tiempo pasado fue mejor!” Y una vez metidos
en harina, el lector bloguero coincidirá también conmigo en que “Fiestas y
Pasado se celebran también recordándolos”.
Tal perogrullada viene a cuento al rememorar y
revivir la época de los “Melonares”. Aquellos tiempos en los que las orondas
sandías y los ovalados melones, en forma de ídem, alegraban las marchitas y
ocres campiñas castellanas, adornando con su verdor humedales y frescos “bajos”
de barbechos y besanas. Y, una más de las paradojas de la vida y de la toponimia,
invención de hablantes y lingüistas, nominábanse antaño melonares a ese
terrenito familiar que con frecuencia solo ofrecía sandías y calabazas. ¡Otro
ejemplo más de machismo en el lenguaje!
Lo que sí es cierto es que el “melonar” era en los
pueblos castellanos, terruño de presunción. Cuanto más potente el terrateniente,
más grande era el melonar. Y más las oportunidades que tenía el dueño de
alardear de amigos, caseros y foráneos, al invitarlos a “calar” y degustar las
sandías que fueran necesarias. Palmira recuerda, todavía con agrado, el paseo e
invitación veraniega al melonar de una amiga de Palacinos como una solemnidad y un acto
social honorífico por parte de los anfitriones.
También era frecuente en noches de ronda o corroblas
veraniegas, el asalto de los mozos a melonares propicios al jolgorio.
Precisamente una de esas aventurillas juveniles fue la siguiente odisea con las
sandías como protagonistas:
Fecha de actos: la víspera de la Fiesta Grande de
Carrascal. La fiesta de la Virgen de Septiembre, Nuestra Señora del Castillo,
primer domingo de dicho mes. El río, una vez más, escenario y plataforma de
nuestra juerga juvenil.
Bien conocida es por mis inolvidados y queridos lectores
de pueblo - mejor incluso por mis jóvenes lectoras - la tradicional “puesta de
ramos” a las mozas en la madrugada del día de las grandes fiestas. Las rejas de
la ventana de novias, amigas o vecinas, amanecían engalanadas con ramas -
apodadas ramos - del árbol más común en la zona, el clásico chopo: “el galgo
solitario” de la meseta, que diría Marañón. Con frecuencia, dicha corta solía acabar con polémica. Los
enamorados no solían ser expertos taladores y convertían en vandálica la
ancestral tradición provocando el enfado de dueños de choperas no muy contemporizadores.
Los mozos de Carrascal no solíamos tener obstáculo
ninguno en este sentido. El único problema era la distancia. Había que caminar una
media horita hasta alcanzar la chopera de La Narra, en la margen izquierda del
Tormes. Esta chopera, repetidas veces coprotagonista en “Mi Río…” era una
arboleda excepcional. Los centenares de chopos, algunos de gigantescas copas,
de robustos, enhiestos y esbeltos troncos, pertenecían al dueño de la finca. Un
tal Gabino Martín, solterón, tranquilote y bonachón, el pariente rico de los
Martines del pueblo, quien no ponía reparos a nuestras barbaries.
Una vez realizada la salvaje e inexperta tala de los ramos entre
cánticos y algarabías, y con incesantes “pases de la bota”, se le encendió una
lucecita a uno de los concurrentes: si mal no recuerdo, autor de tan feliz idea
fue Nicolás, o su hermano Isaac, conocedores del otro lado del río por
circunstancias que desconozco.
La genial propuesta fue aprobada entusiásticamente por unanimidad. Surgió,
sin embargo, una muralla difícil de expugnar: ¡La mayoría de los rondadores no
sabía nadar! ¡Para alcanzar el melonar, ubicado en la otra orilla del río, en
la fértil vega de Juzbado, era preciso cruzar una estrecha franja de río reservada para
nadadores: aguas remansadas y profundas de la orilla de la chopera. Un quinteto
de ellos - el cuarteto de la joven generación nadadora -: Manolo, Juanito, Oni
y Toño Torres - tal vez también el todavía imberbe Francisco - secundados por los
principiantes Fili y Nicolás como vigilantes, realizamos la proeza sin problema
alguno.
A la pálida y tenue lucecita de la luna menguante descollaban tentadoras, sobre el oscuro verdor del
emparrado, las orondas sandías. ¡De todos los tamaños! ¡Y de todas las
tonalidades!: Verdosas y amarillentas según la variedad. El saqueo fue
prudencial: rápido y limitado, sin pataleos ni destrozos. Cada nadador disponía
solamente de sus remos como vehículo de transporte: ¡las manos y los brazos!
Una piececita por barba era la cifra permitida, pues un brazo tenía que servir
de remo.
Con gran alborozo, y no menor alboroto, se recibió a
los heroicos exploradores. Pero como “el miedo guarda viñas”, no quisimos ver
repetida la conocida tragicomedia de los “Melocotones del Taponero” y veloces
pusimos los pies en polvorosa.
Cargados de ramos y sandías, alcanzado el monte,
hicimos un alto en el camino para tomar un respiro y degustar unas rajitas de
las frescas, jugosas y coloraditas sandías. He olvidado señalar que el grupito
de rondadores no sobrepasaba la docena, con lo cual el banquete fue regio al
tocar a media sandía por barba. También hay que reseñar que el episodio de las
sandías y el festejo de los Ramos, terminó felizmente, cuando “la del alba
sería!”…
Rompiendo el silencio de la noche con desafinadas voces
y algarabía resonaban las canciones populares- entre las que no podía faltar la
conocidísima ronda:
Levántate morenita, levántate resalada.
Levántate morenita
que ya viene la mañana, levántate.
¡ Qué ya es de día, que ya se ve!
¡Qué ya es la hora de venirte a ver!
Arrastrando los polvorientos ramos y a trompicones,
provocados por el excesivo empinar la bota, adornamos rejas de ventanas y
puertas de soñadoras dulcineas. Y cuando el lucero del alba anunciaba el nuevo
día, los intrépidos y fatigados rondadores se dispersaron en busca de la
almohada para descansar lo poquito habitual en esos festejos.
Afortunadamente ha tardado mucho - ¡muchiiií…simo
tiempo! - ¡como que ya no existe el melonar y el delito ha prescrito! - en
salir a luz pública la juvenil y festiva aventurilla de “Las sandías de la
Noche de Ramos”, con lo cual, supervivientes y herederos pueden dormir
tranquilos para placidez y regocijo de unos y otros.
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