“Literatura no es
objeto de saber, por consiguiente, ni se estudia ni se aprende, sino que se
disfruta, se siente, se vive”, solía aconsejar mi compañero y estimado pedagogo
de la Complutense, Jesús Cantera.
¡Aquellos días azules! - ¡Aquel sol de la infancia! (parodiando
a Antonio Machado)… Y en un principio fue la Palabra... La Palabra rimada, la
palabra hecha música y regocijo… coplas y cantares. Mi primer contacto con la
Poesía (el arte de la Palabra) fue a través de la Música, la que según Cervantes
“no es solo algo muy bello, sino la expresión de la más alta Poesía”.
Y precisamente con la poesía cantada (canciones religiosas y
patrióticas, de iglesia y de escuela): villancicos y cánticos a la Virgen en el
mes de las flores, el mes de mayo, y canciones patrioteras en tristes tiempos
escolares de guerra. Pero también alegres y lindas tonadillas de arada y de
siega, coplas de ciego, cantares de ronda y de taberna, nanas y canciones de
cuna. Letras y melodías populares en el más estricto significado del calificativo.
Aprendidas todas ellas de oído y de memoria (el libro era rara avis en aquellos
tiempos, en aquellas pequeñas, perdidas y lejanas latitudes charras). Patrimonio
único popular -hoy arrinconado y casi perdido- en costumbres, ceremonias y
festejos de aldea. Inolvidables letras y melodías que perviven perpetuadas en
el santuario de los recuerdos infantiles. Canciones que mantienen fresco el
olor y el sabor a juegos y juguetes, a risoteos y carcajadas, a fiestas y
alegrías.
Mas, mis primeros
contactos con los Libros y la Literatura fueron pausados y tardíos. El proceso
de acercamiento y afición al Libro y a la Lectura fue irregular y lento. En
solitario y en soledad. Con altibajos.
Indeciso y desorientado cursé un Magisterio por libre dos
años desde mi pueblo, y una Licenciatura de Filología Moderna durante cinco años
teóricamente en Salamanca, con sucesivas interrupciones en Plasencia (Cáceres),
Vegas de Matute (Segovia) y Frankfurt (Alemania).
Llegué con retraso -como casi siempre- a todas las
estaciones. Especialmente a la de la Pluma. Curiosamente, comenzando por la de
la Poesía. Tal vez mi comunicación directa con la Naturaleza desde mi infancia
y adolescencia de aldea, mi afición a los colores y sabores del campo, al
espectáculo diario de las nubes, las dulces alboradas y los nostálgicos
atardeceres, a la vivencia plena de primaveras y veranos, mis relaciones
cordiales con animales, flores y plantas fueran embajadores y forjadores “culpables”
de mi incipiente admiración y devoción por Bécquer, Juan Ramón Jiménez, Antonio
Machado, Lorca, Alberti, Gerardo Diego, etc. Nombres que aparecieron en el
horizonte de un bachillerato a la antigua, sin pena ni gloria. Historicismo y
memorismo a ultranza con la aburrida “Preceptiva Literaria” de retruécanos y
sinécdoques como única fuente de saberes técnicos literarios.
El paso -aunque
a puntillas, según referencia anterior- por la universidad salmantina y la
germanística, la empatía con los románticos alemanes, Heine y Hölderlin, Schiller
y Goethe a la cabeza, Las Rimas y ritmos de Bécquer (todavía resonando
melódicos en mi memoria), los Chopos y Álamos del Duero machadianos, con sus
ramas de ruiseñores llenos, los cantes de los gitanos de García Lorca, El Azul
del Mediterráneo y la bahía de Cádiz de Alberti, por citar algunos de los más
populares, incluso mis recitales y fiestas de la poesía escolares , donde no
podían faltar “El dos de Mayo”, “La Canción del Pirata”, “Volverán las oscuras
golondrinas”, “La princesa está triste” -entre otras tantas muestras
emblemáticas- fueron jardín de las delicias y terreno abonado para mis
incipientes y felices pasatiempos literarios.
Resulta difícil al artista vivir sin Romanticismo. Si no lo
pone en su obra, lo pone en su vida, si no lo pone en su vida, lo pone en sus
sueños” (Pierre Reverdy). Habilidosa y circunstancialmente este romántico pura
sangre pudo -y supo- compaginar vida y sueños. Coordinar profesión y
devoción. ¡Y amistad! Nunca me faltaron consejeros y amigos en Salamanca, en
Alemania, en Bilbao o Madrid. Sirva este capítulo de público agradecimiento a
los profesores salmantinos (todos ellos como es lógico fallecidos): Don Fernando
Lázaro Carreter, mi profesor de Crítica Literaria (Director que fue de la Real
Academia de la Lengua), Don César Real de la Riva (Director de mi Tesis
doctoral), el Doktor Weidt (Universidad de Münster), Don Emilio Lorenzo (Académico
de la Lengua, afectuoso y queridísimo compañero, paisano paternal, de
Puerto Seguro, Salamanca) y Hans Juretschke (catedrático de La Universidad Complutense
y director del Departamento de Filología Alemana), al Padre Ignacio Elizalde ,
profesor de literatura española y Director de la revista Estudios de Deusto, en
la Universidad de Deust, Bilbao).
A todos ellos debo el empujoncito profesional, el
ejemplo y el fervor al arte de la docencia y la palabra. Ellos fueron quienes
alimentaron mis ilusiones estudiantiles, mi inclinación a la docencia
universitaria, me marcaron el camino, alimentaron mis sueños y mi afición a la
Lectura, a la Escritura, a la Traducción y a la Crítica e Investigación
literarias. Y a ellos debo las primeras publicaciones y ediciones.
Apartado este último al
que irá dedicado el próximo capítulo y en el que merece especial dedicatoria un
editor de Dortmund: el director de la editorial “Lensing Verlag”. El
inolvidable y querido amigo Herr Lorson. Sin su ayuda y dirección, sin su
aparición mesiánica y sorpresiva, un día cualquiera en Frankfurt, brindándome
colaboración en la revista pedagógica “PRAXIS des neusprachlichen
Unterrichts", probablemente hubiera sobrado este capítulo en mis Semblanzas
Románticas. Y en blanco figuraría en el Archivo de Amistades la figura de este
garrido y atlético germano, arquetipo de honradez profesional y relaciones
humanas. En el recuerdo perduran las recíprocas invitaciones familiares en
Dortmund y Algorta, después de nuestro definitivo retorno a España, cuando en
realidad empieza virtualmente mi vida académica -¡nunca academicista!- y
literaria de aficionado sin pretensiones.
Casual o afortunadamente supe o pude coordinar profesión y
devoción. Conllevar y poder desarrollar Literatura en su doble vertiente:
Lectura y Escritura, Poesía y Prosa, Crítica e Investigación literarias. El paisanaje
con algunos de los grandes Pícaros y Celestinas españoles puso el broche de
oro. La simpatía de los Lazarillos, Buscones, Estebanillos, Guzmanes y Justinas
cabecillas de la picaresca europea y la empatía con los alemanes Simplicissimus
y Courage, entre otros, se vieron premiadas con estudios, becas,
investigaciones, traducciones y publicaciones en el campo de la comparatística.
A la Novela Picaresca
y al Renacimiento dedicaría especial tiempo y lugar incentivado por la Tesis
Doctoral “Antonio de Guevara en Alemania y su influencia en el Simplicius
Simplicissimus”. El Romanticismo -la lírica en primer plano- y la Novela
contemporánea tanto la española como la alemana, con mi adorado Delibes y los premio
Nobel Hermann Hesse y Heinrich Böll -entonces estrellas de moda- como santos
de mi especial devoción, fueron fieles y asiduos compañeros de viaje en mi
deambular por los entreverados vericuetos de las Letras. De “Las Opiniones de
un Payaso” de Böll llevé a la práctica el lema de que “para aprender a escribir
hay que aprender a sentir estímulos sensoriales: Hay que aprender a oír, ver y
oler”.
Testimonio de lo antedicho -¡obras son amores!- ofreceremos
en el siguiente capítulo relación de mi obra escrita e impresa. Sirvan de
presentación y representación las fotos de la primera y última de ellas : años
1962- 2016 respectivamente.