Retomando la tónica y consejas del capítulo anterior y
consciente del principio de que “Los libros se ofenden si los dejas de lado”,
acabo de releer algunos de mis libros más viejos y olvidados. Volúmenes
empolvados y envejecidos que apenas sobrepasan la docena y que guardo cual oro
en paño, en nuestras bibliotecas. Vanidosamente, sin alarde alguno de erudición
ni sapiencia, podemos presumir de más de 3.000 ejemplares.
Los comienzos de la historia de mi relación con los libros
fueron tan tardíos y anómalos como el arranque de cada una de las etapas de mi
vida. Hasta los ocho o nueve años no habían pasado por mis manos más libros(?)
que la Cartilla Rayas y el Catón. La enseñanza obligatoria en tiempos de la II República
y de la famosa Cruzada nacional no comenzaba hasta los seis años y en los
primeros años se reducía al monótono y aburrido aprender a escribir “trazando
renglones”, a leer “deletreando la “m” con la “a” = “ma”, a memorizar las
cuatro reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir, y… poco más. La
Enciclopedia Álvarez fue el primer libro “gordo” que cayó en mis manos,
muchísimo antes de que algunos nostálgicos “fuesen a la EGB”. En aquellos
lejanísimos tiempos de tradiciones y costumbres seculares, de miseria global y supino
retraso cultural, en la viviendas humildes, sin luz eléctrica ni agua
corriente, en una escuela como la de mi aldea (con una escasa veintena de vecinos),
no había cabida para balda con libros, ni revistero con periódicos o revistas de
actualidad; incluso en la escuela mixta (entonces símbolo de matrícula mínima y
población atrasada e incomunicada que tod@ maestr@ evitaba) únicamente existía
un destartalado armario con apenas una veintena de libros viejos para la
lectura de “los mayores”. De ellos solo recuerdo, con nostalgia y agridulce
sabor, mi adorable y entrañable Amicis “Corazón: diario de un niño”, del que podía
recitar casi de memoria el Cuento Mensual: “De los Apeninos a los Andes”, inmortalizado
gracias al cine y a nuestro amigo Marco. Podría describir con pelos y señales algunos
de los escolares protagonistas que perviven aún en mi memoria: Garrón, Crosi, Derosi…
Vaguísimo es el recuerdo de lecturas o libros durante mi
adolescencia o primera juventud. La didáctica imperante de aquel entonces, que
en la que prevalecía el memorismo y el historicismo, sin acceder directamente a
las fuentes, sumados a los “apuntes”, sucedáneos del libro de texto (inaccesible
a todos los bolsillos), fueron los culpables de mi tardío y dificultoso acceso
al libro y la literatura. Afortunadamente presumo de excepción a la sentencia
de Edmundo de Amicis: “el destino de muchos hombres dependió de haber o no
haber una biblioteca en la casa paterna “. Como no hay regla sin excepción mi caso pudiera sumarse a
una de ellas.
Mi recorrido por el universo del libro dio comienzo con una
docena aproximada de libros usados adquiridos en las rebajas
de un célebre anticuario del Corrillo salmantino durante los años de
universidad.
Iniciada la andadura profesional y la consiguiente autonomía
económica, mi pasión por el libro y la lectura fue in crescendo, se incrementó al ver convertido en realidad el
sueño de nuestra primera biblioteca en
Frankfurt, y al mismo tiempo con mi contacto directo con la literatura en alemán y otras lenguas. Aportación significativa llegó de la célebre Frankfurter Buchmesse (Feria del Libro de Frankfurt). Mis trabajos variopintos me permitieron ejercer de relaciones públicas: a través de la docencia (alumnado de élite), la traducción y la corresponsalía de una prestigiosa revista española y el carnet de periodista que granjeaba acceso libre a manifestaciones culturales y artísticas.
Frankfurt, y al mismo tiempo con mi contacto directo con la literatura en alemán y otras lenguas. Aportación significativa llegó de la célebre Frankfurter Buchmesse (Feria del Libro de Frankfurt). Mis trabajos variopintos me permitieron ejercer de relaciones públicas: a través de la docencia (alumnado de élite), la traducción y la corresponsalía de una prestigiosa revista española y el carnet de periodista que granjeaba acceso libre a manifestaciones culturales y artísticas.
En la Feria
del Libro de Frankfurt conocí a directores de prestigiosas editoriales españolas
y a algunos de sus afamados autores firmando ejemplares, quienes amables y generosos
ponían a mi disposición, el día de clausura, los libros de su stand. Fácil será
imaginar cómo nuestras estanterías en varios años hicieron su otoño, y no
precisamente porque la Feria del Libro de Frankfurt se celebrara en la estación
más generosa del año. Pasaron los años con la ligereza que pasan las nubes, los
meses y los días y nuestras librerías fueron creciendo y creciendo en Algorta, y en Majadahonda.
Pero mi objetivo era hablar del Libro del pasado… y de mis Primeros y Viejos Amigos Los Libros. Sirva de botón de muestra los tres autores más vinculados a mi corazón literario.
Como “obras son amores” y testimonio del valor del libro (“¡quien mucho lee acabará escribiendo!”), quiero rendir homenaje a algunos de mis maestros, Azorín, Juan Ramón Jiménez, Baroja... y en capítulo separado brindaré mi carta necrológica desde Bilbao publicada en la revista alemana PRAXIS con motivo de la muerte de Azorín.
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