Cabizbajo, alicaído, con el alma a
los pies y el corazón en un puño, retornábamos al coche en la penúltima visita
a mi Carrascal. Un día cualquiera del otoño de 2012 se repetía la tradicional
visita y recorrido: de la escuela a la iglesia y viceversa. Ante nosotros un
pueblo semi-abandonado. Despoblado. Deshabitado. Ni una sola persona. Ni un
único animal. Sin pájaros ni flores. Puertas y ventanas cerradas. Como si todos
sus habitantes hubieran sido evacuados ante el riesgo peligroso de inminente
catástrofe.
Cambio de fecha y decorado. El mismo
escenario, redivivo como por arte de magia, en el penúltimo día del verano de 2013,
vísperas de la Fiesta. Los paisajes y los lugares se transforman y permanecen
vivos con nuevos ropaje de seductores colores. Éste era el Carrascal rescatado,
el de tan dulces recuerdos de mi infancia, adolescencia y primera juventud. Con
Palmira y nuestra hija Blancaluz como guía-organizadora, acompañados por
algunos de los primos Pedraz (¡Antonio te recordamos!), tan encariñados con
Zarapicos-Carrascal, y con Paloma como acompañante coorganizadora, nos
encontramos con un pueblo nuevo, poblado de nuevas generaciones alegres y
juveniles, tocado de fiesta, radiante de animación y vida, con tertulias y entretenidas
partidas de cartas y edificios históricos impecablemente restaurados.
Pero la mayor sorpresa e inesperada
alegría fue el conocer al nuevo alcalde del Ayuntamiento de San Pedro del Valle
- creo que el primer “carrascaleño” de la historia - Alberto Torres, nieto de
mis inolvidables y queridos Felicitas y Toño. Joven dinámico, entusiasta,
emprendedor y con geniales ideas como la creación de un Aviario propio. Dos estupendas
y extraordinarias realidades que bien merecen ser plasmadas en versos libres,
testimonio de mi vínculo y afecto a raíces profundas, alimentadas por nobles
recuerdos y sentimientos.
SUEÑO DE UNA TARDE DE VERANO
Con la pequeñez de tímido poblado,
al abrigo de cierzos en suave ladera recostado,
entre valles y encinares descansando,
llenaste a rebosar el entrañable universo de mi infancia.
Con el radiante sol del mediodía,
iluminaste el rinconcito de mi adolescencia,
y con la luna de plata de tus noches,
saturaste de ensueños mis primeras aventuras juveniles.
En la bóveda silenciosa de tu cielo,
de la Ladera al Palomar,
y desde el Río hasta el Rodillo y Chiviteras,
reservados tengo una estrella y un lucero,
desde donde contemplar puedo tu geográfica figura,
la de ahora y la de antes.
El viejo Carrascal de intransitables calles,
en invierno barrizales y guijarros,
de ruinosos pajares y corrales,
rústicas paredes de cortinas y pajares,
tenadas, tejados y muros agrietados,
el viejo tejado y la antigua espadaña de la iglesia,
morada placentera en primaveras y veranos
de golondrinas y gorriones a raudales,
de tordos y vencejos a mansalva.
En tu calle Larga, más bien corta,
desde el centenario pórtico de mi cuna (1836),
con el tránsito cotidiano de personas,
carros y ganado, perros y gallinas,
todos conviviendo en armoniosa compañía.
Niños y jóvenes, entonces numerosos,
adultos y ancianos,
cuyos nombres, rostros y modales,
continúan mi memoria reanimando
con pelos y señales,
hoy día dignamente representados,
como testigos de una época y de otros tiempos,
por el dúo afortunado de Elvira,
y su dulce y juvenil sonrisa como guía,
y de Francisco, con nombre propio de calle ¡bien ganado!
en emocionante e interminable abrazo siempre recordado.
Hoy, en vísperas de Fiesta Grande,
te admiro emocionado,
convertido en pueblo nuevo y vivo,
embellecido y transformado en refugio de descanso y festejos de verano,
en nuevas y retocadas casas, mansiones modernas, por nuestra iglesia escoltadas,
monumento histórico con puertas nuevas castellanas,
y “mi” adorada escuela, edificio sin igual en comarca y provincia charras.
¡Sueño de una tarde de verano!
Despierto hoy, prosigo, Alberto admirado,
extasiado ante tu Aviario, seductor tesoro para el niño,
hoy anciano, que soñaba, y continúa soñando,
con nidos y con pájaros.
Correteando persisto todavía como niño y jovenzuelo,
con amigos del alma, compañeros,
en las sofocantes siestas veraniegas,
por eriales, rastrojeras y barbechos,
persiguiendo a las perdices y sus polluelos.
Desde el Monte y por la Cueva,
hasta las Vegas y las márgenes del Río.
Paisajes y personas desaparecidos,
por imperativo y tiranía de los tiempos.
Pero no habéis muerto:
¡Conmigo vais, en mi corazón os llevo!
( (MJG 2013)
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