Desde el Cerro
La historia de
un chalet, bautizado según placa ilustrativa en su fachada “Colina de Valmiguel”,
es una maravillosa y larga, larguísima historia, que, como la de Michael Ende,
merece el calificativo de interminable.
La colina antes de su metamorfosis |
Expuesta a los
cuatro vientos y a las veleidades e inclemencias del tiempo, gélida en invierno
y tórrida en verano, excelente otoñada y vergel en primaveras, surgía, hace más
de medio siglo, perdida en una colina, una casa. De blanca y resplandeciente fachada,
largo y llamativo tejado rojizo, que ni era chalet ni casa de campo, pues tal
rango no alcanzaba, pero que con el tiempo se fue convirtiendo en nido
vacacional de una familia y en lugar de acogida y bienvenida de propios y
extraños.
La Colina, familiarmente
así apodada, me recuerda siempre a muchas personas y a muchísimas vivencias.
Como que es el mayor baúl de mis recuerdos. Más todavía. Es un arca más grande
que la de su pasillo. Casi un arca como la de Noé en la que todo cabe: casa,
bodega y garaje, pozos y casetas, pinos, encinas y frutales, besana y sembrado. La Colina es, además, un recuerdo largo y permanente. Largo y
ancho como el horizonte que la envuelve y rodea: largo como un río, me ha acompañado durante más de media
vida.
Superando el
medio siglo: tantos momentos, horas, días y años, tantas realidades y tantos
sueños con nuestras hijas y consortes, con nuestras nietas y nietos, con familiares
y amistades. Retahílas y desfiles interminables de tías/os, primas/os,
sobrinas/os, Herreradas y Pedrazadas... Amigos a mansalva: españoles y extranjeros.
Interminables sobremesas y veladas nocturnas. Siempre la música por compañera. Todos
los veranos en el recuerdo. Todas las vendimias y “espitaos”, casi todas las vacaciones:
de Navidad y de Semana Santa, todos los puentes y acueductos del calendario: el
Pilar, Los Santos, la Purísima y la Constitución, San José, el Dos de Mayo, San
Isidro…
Colina significa
también refugio en las escapadas de la urbe, respiro y descanso, espacio donde
aspirar a pulmón pleno, gozar en directo de las caricias del sol, de la brisa
del campo, de la lluvia, del azul del cielo y de los rosados atardeceres; del
deleite y contemplación de horizontes cercanos bordeados de pinos y robledales,
de trigales, encinares y jarales; y de las lejanías: grises y azuladas estribaciones
de Gredos, serranías de Béjar y de La Peña de Francia.
El abuelito Clemente en los prolegómenos del vergel |
Fantasía humana
alguna podría imaginarse semejante metamorfosis. Una insinuante ladera
tortuosa, un secarral de 9.000 pesetas, ¡qué
dispendio, qué locura! En veranos y tiempos de sequía reducida, según testifica
el día de la elección de la ubicación, a un pequeño terreno sembrado de
raquíticas algarrobas en el bajo colindante a la carretera (aún sin asfaltar),
cosecha de Daniel Herrero, convertida por obra, amor y celo de una familia entera,
y colaboración de casi medio pueblo de Palacios, en una de las salidas y
paisajes más hermosos del pueblo. Oportunamente aparecerá relación de
colaboradores y reportaje gráfico sobre la historia de La Colina.
Su romántico amanecer,
génesis, nacimiento de tan valioso “monumento” bien es que versos merezca:
DESDE EL CERRO
Los trigales eclipsaba
el amarillo amoroso
de tu vestido de fiesta.
El día de Sanjuanico
de un caluroso verano,
a la hora de la siesta
por la Cruz de la Calzada
trazando planos y planes,
camina joven pareja.
Las manos entrelazadas,
paso a paso transitando
el cordel de la Izcalina,
a la sombra de una encina
en
el borde del camino,
parada
del coche antaño,
en el aire castillos alzaron
donde sus hijas pudieran,
a sus anchas campeando,
en armonía -interior y exterior-
y vivir y convivir con la tierra…
y en el campo.
De vistas y paisaje prendados,
del altozano en el cerro
Santa Lucía apodado,
desde donde se divisan las primeras
casas del
pueblo allá abajo,
eligieron como espacio, que
nunca sueños soñaron,
largo rectángulo baldío,
después del cruce,
el camino de los
huertos bordeando.
Y aunque a paradoja suene,
el
lugar no es ni colina ni valle,
ni
Sta. Lucía ermita,
ni de migueles con valle
memoria alguna se tiene.
De Valmiguel La Colina
obra romántica fue
de familia precursora
de Algorta y
Frankfurt llegada;
albergue de paz y amistad,
verde resurgir de un pueblo,
moderno alborear de una comarca.
6 comentarios:
¡Qué capítulo más chulo! (sin desmerecer los anteriores)
Pero, ¿no has exagerado un poco la edad de vuestra Colina? Si a mí me faltan unos meses para cumplir el medio siglo, ¿cómo recuerdo nítidamente su construcción? Para mí que este octogenario ha usado una licencia literaria... o yo lo he soñado.
Un besote
Bueno bueno (voy a echarle un cable al autor de este escrito): lo del medio siglo es una licencia literaria, efectivamente. Porque el tiempo real, si no me falla la memoria, es de cuarenta y tres años. No obstante, ¡tu memoria es impresionante, Anabel! ¡Con lo pequeñita que eras!
Que bonito, tío Manolo!!
A mí se me ocurren muchas palabras cuando recuerdo la Colina:
El pilón, grosellas, la puerta de rueda de carro, la caseta del motor del pozo, el silencio que tío Manolo duerme la siesta, la piscina, la bici verde y la bici azul, Ingrid y Rudy ...
Muchos recuerdos. Que bonito que bonito!!
Qué regalo para la vista y que gozada para el corazón del viejo bloggero "afortunado" el comentario tan cariñoso como avispado de los Regalado Anuski y Javiluchi. Qué memoria tan prodigiosa la vuestra y qué fino hiláis ambos.
Agradecido y animado.
Sabéis cuál es mi primer recuerdo de la Colina, en el que no sé seguro qué parte es real y cuál construcción del tiempo-memoria? El abuelito explicándonos a Paloma y a mí, sobre el plano de la casa de la Colina ¿dibujado en el suelo?: "aqui a la derecha irá el salón, el comedor y la cocina" . Y nosotras jugando a las casitas sobre ese plano a escala 100:100
¡Qué lindo poema, Opa! ¡Y qué bonito descubrir vuestros recuerdos!
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