La tormenta de Los Alpes
"Heute Abend wird der Teufel los" (¡La
que va a liar esta tarde el diablo!). Esta predicción del tiempo fue obra de
uno de tantos meteorólogos de la experiencia, pastores y hombres del campo como
el pastor del Gorbea o el Calendario zaragozano. El pronosticador fue esta vez
un campesino alemán, el Onkel Martin, dueño de la pradera- aparcamiento
provisional para los bañistas, que en los escasos días soleados estivales se
acercaban a refrescarse en uno de los numerosos lagos pantanosos prealpinos de
oscuras, pero finísimas, aguas fangosas medicinales. Protagonistas del baño y
receptores de la sentencia meteorológica fueron Ingrid, Rudi und Kinder,
anfitriones en Nesselwang, durante un fin de semana, de quien esto redacta,
becario entonces de investigación en la Staatsbibliothek
muniquesa.
El Onkel Martin basaba su pronóstico en la
aparición de un cúmulo nimbo que asomaba
tímido por el horizonte meridional de la cordillera alpina. Provocadora
nubecilla blanquecina en el límpido y nítido cielo azul de un mediodía de
agosto. A Mónica López, jefa de las/os chicas/os del tiempo de TV1 debo la
confirmación del adivino bávaro: "El seguimiento matinal de los cúmulos en
montaña es esencial para saber cuál va a ser la evolución de cara a la tarde"(V.
"El Libro del Tiempo").
Como a las cinco de la tarde, (las terribles
cinco de la tarde lorquianas), el pánico y el miedo invadieron el chalecito de la Omi Kühlewein , la
madre de Ingrid. Remedio único y defensa popular de las abuelitas de entonces
en circunstancias tormentosas tan dramáticas consistía en cerrar a cal y canto
puertas y ventanas, encender una velita a todos los santos caseros y echar mano
del rosario suplicando a la poderosa santa Bárbara liberarnos cuanto antes de
aquel castigo de madre naturaleza. La descripción detallada de tan impactante fenómeno meteorológico
sobrepasa mis limitaciones
escriturarias.
El espectáculo comenzó cuando los densos
nubarrones que habían ido desarrollándose en
los cerros que, hasta nublar el sol, circundaban el horizonte decidieron
ponerse en marcha, descendiendo vertiginosos hacia el pueblo y la llanura,
apilándose galopantes en parduzcos remolinos. Las colinas colindantes se
sumaron al cortejo. A la primera estruendosa explosión siguió el arrebato de
una granizada de época y la consiguiente descarga ininterrumpida de truenos y
relámpagos, acompañados de un torrencial diluvio. Para admirar la ensordecedora
y nunca vista escena, ante la oposición
suplicante de la asustada ama de casa, una jovencita, estudiante de magisterio,
invitada de la casa y el loco españolito de marras, desoyendo súplicas y negativas, salieron al balcón a observar el
desarrollo de la tormenta del Guinness de mi vida. Como en aquella década la
cámara fotográfica no era aún compañera de viaje, tenemos que conformarnos con
guardar esta vivencia en la recámara de la memoria. Pero, que conste, que por
mi amor a la Naturaleza
-donde nací y me crié- aún sin saberlo, compartía ya con Albert Barniol, actual
"hombre del tiempo" la teoría de que: "Una tormenta es una
combinación casi perfecta de belleza y peligro". Mi comportamiento
disparatado y mi actitud, "irracional" e incomprensible para muchos,
ante la tormenta continúa inexplicable. Aunque la explicación científica,
aparentemente facilona, tenga sus fundamentos lógicos, la tormenta continúa
siendo esa "combinación casi perfecta de belleza y peligro". Yo
añadiría: y casi misteriosa de relámpago y trueno.
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