EL DÍA DE LA BODA
Como en todos los grandes festejos y solemnidades la
celebración suele comenzar las vísperas: llegada de forasteros e invitados, retoques
en vestuario y estética, últimos detalles y preparativos nupciales. Y centrándonos
en el caso que nos ocupa: último paseo en solitario de los novios y despedida
de soltero del protagonista. La novia, al no haber conseguido todavía la mujer
la igualdad de sexos, tuvo que contentarse con esperar nerviosa, pero
ilusionada, el amanecer del día tan soñado.
El último y memorable
paseo de solteros, Cabarrús arriba,
bordeando la cerca de la huerta de las Salesas y la plaza de toros, fronteriza
al campo, donde la ciudad perdía su nombre, fue “brevesito” y testimonial, como
exigían costumbres y circunstancias. Unos besitos y un abrazo de
despedida.
Otro cantar
fue la despedida de soltero. El día de
nuestra boda – la de Palmira y la mía – amaneció excesivamente temprano
para el dormilón del contrayente. Aquel
2 de Agosto de 1956 el alba se anunció apenas acostado el novio, quien fue
víctima de una de las tradiciones de la época. La broma consistía en raptar al
novio y llevárselo de copas hasta las tantas de la madrugada. Causantes del
estropicio: Emilio, el hermano de la novia, su primo Virgilio, llegado de
Sevilla, mi primo Benjamín y pandilla de Cabarrús, Pepe Regalado y el otro
Pepe, Pepe Mediero, su amigo del alma, entre los más señalados. Para acabar de
rematar la fiesta, la inquisitorial normativa del catecismo antediluviano del Padre
Astete dictaba ir a comulgar en ayunas: "sin
haber comido ni bebido cosa alguna desde las doce de la noche en adelante".
Como la solemnidad religiosa solía celebrarse a las doce, los pretendientes tenían
que ir a comulgar a primera hora de la mañana para evitar posibles desmayos en
el momento de la ceremonia.
Ese día el
alba se equivocó de horario y amaneció antes de lo reglamentario. El novio,
entre la trasnochada y el nerviosismo, apenas pegó el ojo. La celebración se
celebraría en la iglesia del Carmen de la Plazuela los Bandos. La mañana estaba
fresquita en consonancia con el mes de “el frío al rostro”. Apacible y
luminosa. Los últimos vencejos se
despedían en cortejo de su temporada veraniega. La plaza olía a riego
tempranero, a flores y rosas de temporada.
En el aire se respiraban ambiente festivo, amores nupciales y ensueños
maduros. El recuerdo retorna con tonos vivos. La novia llegaba exultante. De
largo y blanco tocada de azul. ”Blanca y radiante” como rezaba la canción
popular. Puntual – caso infrecuente en
el gremio. El novio de media etiqueta: chaqueta negra y corbata y pantalón gris
a rayas, como muestra alguna de las fotografías del acto. Los invitados, de gala
y de estreno, según prescribían los cánones: atuendos alegres, festivos y
espectaculares. Festival de sonrisas, esperanzas, reencuentros y colores.
La ceremonia religiosa resultó normal
y sencilla. En consonancia con la iglesia anodina de mediados del siglo XX.
Párroco desconocido y mayor y en edad de jubilación. Ni acordes de órgano, ni
música de ninguna clase. Sin lecturas, ni palabras de familiares o contrayentes.
Sin olor a cirios ni aromas de flores, incienso o solemnidad. Suple esas frías
deficiencias el pensar, simplemente, cómo la habrían organizado hoy mis hijas y
yernos, mis nietas/os, mis sobrinas/os, todos ellos tan musicales, coristas e intérpretes, polifacéticos y polifónicos. Quiero llamar la atención
sobre la internacionalidad y multiculturalidad del acto: en imágenes de archivo aparece un joven, devoto y ensimismado, que fue uno de
mis alumnos del Instituto Goethe de Frankfurt, quien circunstancialmente pasaba
un par de días en Salamanca.
La asistencia no fue multitudinaria como solía
ser lo habitual en aquellos, y en los sucesivos tiempos. No ascendía, ni con
mucho, al centenar. Sin presumir de progresía, ya entonces no compartíamos el
gusto por esas celebraciones ostentosas. Enemigos también de la oficialidad de
fotógrafos, nos horrorizaban las horrendas y carísimas fotos de estudio. Pero
en este tema tuvimos que entrar por el aro. El mejor recuerdo de la ceremonia
religiosa y el que, con tonos más vivos, pervive en nuestro álbum de bodas, es
la alegría y cordialidad de los invitados más próximos y por supuesto la alegría
de los contrayentes al momento de estampar la firma, como demuestran algunas de
las fotografías.
El
“Banquete” fue de segunda. En el Regio de la Plaza Mayor. La “high society”
celebraba el fausto acontecimiento en los jardines y salones de lujo del
Hotel Regio en la carretera de Madrid.
Como mi memoria culinaria y mis intereses gastronómicos distan de ser excelentes (no suelo recordar
ni la cena de la noche última), no puedo
recordar el menú del banquete. Solamente puedo referir que no debieron faltar
los mariscos, ni un plato de carne y otro de pescado como exigía el guión.
Debió ser de beneplácito general, según muestra el semblante satisfactorio de
los novios en foto del balcón del restaurante, con la Plaza Mayor como testigo.
También pintoresco
resultó el tradicional momento final del Respigo (1) y el desfile de los invitados por la mesa de los novios. Como
la pareja de recién casados iba a residir en Alemania, sin vivienda o domicilio
fijos, la ofrenda solía ser dineraria. Me
falla la memoria a la hora de recordar el montante de la ofrenda. Las finanzas
no han sido nunca mi plato fuerte.
Una
lamparita, sin embargo, continúa resplandeciente en la noche de los
tiempos. No pudo faltar “El baile de la
Boda” en uno de los reputados salones de baile salmantinos, el Moderno que, en
honor a la verdad, tenía de todo menos
de modernidad. Pero insustituible en el protocolo de los festejos nupciales.
Los novios, ninguno de los dos expertos bailones, cumplieron a la perfección con
el protocolo, marcándose el inicial vals de rigor. El resto fue continuidad de
plácemes y parabienes y flecos del tradicional mencionado respigo.
Una vez
caldeado el ambiente y animada la fiesta, la” parejita”, haciéndose los suecos,
inadvertidamente, hizo mutis por el foro y en el taxi que esperaba a la puerta
del local, enfiló veloz a refugiarse en la
calle Fray Luis de Granada, en la casa de Aurora y Delfín. Un breve respiro, el
suficiente para cambiar la vestimenta de ceremonia por la ropa de calle, y con
una maleta de fin de semana, emprendió el taxi el “Viaje de Novios” más
insólito y extravagante de su carrera. No tomaría el habitual rumbo a
aeropuertos o estaciones internacionales de ferrocarril, generalizado punto de partida de “Lunas de Miel”.
Todo dispuesto y ordenado por el cuñado Nacho,
el coche, con los dos tortolicos arrullándose
en los asientos traseros, tomó rumbo a la sierra salmantina, cruzando, por carretera provincial, dehesas de sombríos
encinares hábitat de ganaderías charras de toros bravos. El viaje se hizo muy
corto. A la caída de la luz, cada vez más tenue del sol poniente, arribaba la feliz pareja - ¡al fin solos y juntitos
para siempre! – al lugar más original, insospechado e imprevisto para una “Luna
de Miel”. Si algún lector curiosillo quisiera localizarlo en el mapa, le
recomiendo que no deje de leer el próximo capítulo sobre la luna de miel.
1 comentario:
Gracias por compartir tus recuerdos. Eres un cofre de sorpresas. María José
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