“La vida sólo se entiende hacia atrás”
Con los títulos de Magisterio y Bachiller Superior en mi mochila podía empezar a convertir en realidad el sueño, durante años acallado y secreto: matricularme en la universidad. Pero, antes de enamorarme de “ANAYA”, quizás a algún lector curiosón se le ocurra preguntar: ¿a qué se debió o cuál fue el motivo o motivación principal que me arrastró a estudiar en la Universidad?
Con 22 años y una novia – podré notificarlo ahora, después de tantos años y sin sonrojarme - la“guapa” de Palacios y entorno ledesmino, había situaciones y alusiones que lastimaban mi amor propio juvenil. Todavía erosionan mi torpe oído senil los burlones ademanes como: “¡Hola maestrillo!, “Ahí viene el maestrillo”, entre otras socarronerías despectivas. Retintineo y altivez manifiesta por parte de estudiantillos y ricachuelos presuntuosos de tres al cuarto, que alardeaban de dinero y superioridad por estudiar medicina, derecho o veterinaria, carreras superiores, más lucrativas y pragmáticas, codiciadas por la neo-burguesía de entonces. Esa manifiesta prepotencia fue provocando en mi complejo de inferioridad una reacción de autoestima y superación (aunque me costó vencer la obsesiva preocupación de ser carga económica para mi padre y hermano).
Muchos años después, me tocó formar parte del Tribunal de una plaza de Profesor de Filología alemana de la UNED madrileña a la que opositaba un hijo de Ruipérez. Por fortuna, y para tranquilizar mi conciencia, Germán –éste era su nombre- no tuvo rivales y obtuvo la plaza por unanimidad.
Retornando a mis estudios, dada la excesiva prolongación del noviazgo y la avanzada edad del estudiante, para ir ganando tiempo al tiempo, solicité como maestro cumplir los seis meses de prácticas obligatorias como Alférez de Complemento. El 1 de marzo de 1952, cuando en Plasencia florecían ya las mimosas - perfume y flor hasta entonces desconocidos - me trasladé a la acogedora ciudad del Jerte para cumplir mis deberes patrios, pero entre junio y septiembre logré la heroicidad de acabar con los Comunes.
Pero no fue orégano todo el monte. Tropecé en Geografía, una de de mis favoritas, teniendo que negociar el aprobado con el Prof. Maluquer de Motes, prestigioso arqueólogo catalán, presentando, a posteriori, un trabajo sobre “El Rio Jerte”. Río extremeño que desde entonces, además de por sus cerezas, pasaría a ocupar lugar preeminente en mis intereses geográfico - turísticos - por el aprobado y por mi Alferezazgo.
(continuará)
1 comentario:
Saber, en parte, el final de la historia hace que alguna nieta, metida en estudios "minusvalorados en tiempos de crisis económica" continúe con gran entusiamo y ganas de seguir adelante! :)
Además de impaciente por leer la continuación de la historia.
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