Homenaje a la Encina y al Cedro en “El Día
del Bosque”
"Recordándolos
vuelven a brotar los árboles que dieron vida a mil ilusiones". MJG
En el Día del Bosque del
presente año (un servidor ignoraba que existiera tal celebración
institucionalizada por la ONU en 2013 y fijada para el 21 de marzo, llegada del equinoccio
de primavera). Este Bloguero, asociándolo a mi Fiesta del Árbol y acompañado de
El Árbol (poema de R. Tagore), emprendió vuelo sentimental de retorno a los
argénteos años de la Infancia y se posó en la Encina del Pozo*, árbol centenario y significativo, a
tiro de piedra del pueblo, en la ladera del teso de El Palomar y a un paso del
pozo que le prestó apodo.
Foto de Adela Burgos |
Pues, este arbolito, con
la competidora compañera, nuestra Encina de Rudi en La colina de Valmiguel,
servirán de columnas jónicas de pórtico a los dos capítulos siguientes
dedicados a la Historia de mis relaciones con el Árbol. Comenzaré, a ritmo de
cuento, con el primero de ellos.
“Un amigo mío”- así suelen
comenzar muchos de los relatos de los humanos de a pie- uno de esos viejos y
verdaderos amigos, nacido allende los Pirineos, y residente actualmente en las Islas Afortunadas, nos
hizo, a mí y a mi familia, uno de los regalos más descabellados y sorprendentes: nos regaló una encina. Pero no una encina
cualquiera. Sino ¡una encina centenaria!, compitiendo con la Encina del Pozo de
mi Infancia. Centenario significa en este contexto, según la RAE, “una o más
centenas de años”. (En relación con “mis encinas” significa “varias”). Lo mismo
pueden ser tres que cinco.
Pues, la “Encina de Rudi”, así apodada por el nombre del donante, es
uno de los más preciados regalos de los que presume la familia
González en La Colina de Valmiguel. Regalo de gigantesco tamaño y de valor
incalculable como sus años. Tras una costosa limpieza generalizada (las zarzas
trepaban ramas arriba metros y metros y la maleza dificultaba el acceso y no permitía
ni ver el tronco), la Encina de Rudi es la joya y monumento de La Colina. Ideal préstamo de sombra y alegría para la vista y el paseíto.
Foto de Adela Burgos |
Otro regalo arbóreo
histórico es el Cedro del Líbano. Puedo presumir de haber disfrutado, muchos
años ha en un viaje a Israel, del conocimiento in situ de la histórica cuna del
legendario árbol bíblico. Tres fueron los enhiestos y esbeltos cedros que con
su copa piramidal, atalaya y escenario de cantos de paseriformes y columbáceas. Además, con sus horizontales brazos, expanden sombra y frescor al solárium de
la piscina. Posiblemente rondando la treintena (uno de ellos ya pasó a mejor
vida) fue un regalo especialísimo. Especial por su procedencia y las
características del donante: Facultad de Letras de la Complutense madrileña y
bedel de la planta de mi despacho. Sabida es mi devoción y pasión por plantas,
flores y árboles. También debo confesar que en mi ámbito profesional tanto
montaban los de abajo como los de arriba, y entre mis relaciones y amistades
figuraba el jardinero de la Facultad, aldeano emigrante de un pueblecito
abulense, con quien solía compartir charla y compañía. Pues éste amigo fue
quien un día me regaló, bien envuelto en un saco, con cepellón y todo, uno de
los cedritos que crecían alrededor de un hermoso ejemplar del jardín que
cuidaba con ejemplar esmero. Hoy convertidos en el dúo de esbeltos cedros de la foto, compitiendo en frondosidad con el dueto de piñoneros guardianes de una de las entradas de la colina.
Hay además otros
árboles-regalo, menos vistosos, compañeros de viaje en mi
deambular por el bosque de la vida, que nacieron, crecieron y murieron. Sin alcanzar, por tanto, talla ni valor de los
homenajeados. En el recuerdo perviven ailantos, acacias y prunos obsequio de
los abuelitos, Palmira, la Tante Lola y el Onkel Pepe, el año que el Bloguero
celebraba el medio siglo.
La plantación en La
Colina resultó tan exitosa y nuestra relación con el paisaje y el árbol ha sido
tan íntima, que además de “refugio amable de los pájaros” y “sombra bienhechora
que nos cobija”, parece como si Tagore hubiera puesto en sus acículas las
cariñosas palabras dirigidas a quienes los queremos y mimamos:
Tú que me plantaste con tu mano
y puedes llamarme hijo,
o que me has contemplado tantas veces,
mírame bien, pero…
no me hagas daño.
Y “quiéreme mucho” añade el Bloguero.
(Sigue un nuevo
capítulo dedicado a los árboles).
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* Redactado el capítulo y solicitando de mi amigo carrascalino Feli - hijo de mi querido e inolvidable vecino y compañero Fili - una foto de la Encina del Pozo, éste me comunicó que dicha encina había ya desaparecido. Lo que aumentó mi nostalgia y melancolía.
* Redactado el capítulo y solicitando de mi amigo carrascalino Feli - hijo de mi querido e inolvidable vecino y compañero Fili - una foto de la Encina del Pozo, éste me comunicó que dicha encina había ya desaparecido. Lo que aumentó mi nostalgia y melancolía.
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