Historia de un Camino: “EL CARBAJO”
(Escrita en La Colina de Valmiguel y
dictada por los innumerables transeúntes y paseantes que confirieron carácter y
vida a un pueblo.)
La
seducción y el interés por la toponimia me han acompañado siempre inexorables
en mis viajes y lecturas. La llegada avasalladora y triunfante del
estructuralismo, acabó sepultando esta rama de la lingüística, dejando sin
respuesta tantas tentadoras interrogantes.
Una de las que todavía continúan
intrigándome es la del topónimo “Carbajo” en Palacios del Arzobispo. Nombre del
camino, calzada o ruta que, bordeando nuestra Colina de Valmiguel, conduce al
área de huertos, regadíos o minúsculos terrenos de jaras, carrascas o
minifundios de cultivo. Por fortuna, el diccionario de la RAE me dio una pista
al derivar “carbizo” del salmantinismo “carba= matorral bajo de carbizo”, raíz
ubérrima de la que derivan en gallego, portugués y castellano los abundantes
gentilicios y topónimos: Carballo, Carbajal, Carballino, Carballeira, Carbajosa,
Carballedo, Carballeda, etc., etc. Puede tratarse en nuestro caso de un
desaparecido robledal, o bosque de carbizos, a continuación del actual carrascal,
el encinar que seguiría a nuestro “Valmiguel” y a la ermita de “Santa Lucía”,
ubicados tal vez en el actual polígono de Valzamorano.
Bella y resplandeciente al primer fulgor de la mañana (Foto: Miguel A. García) |
Elegante y sombría al atardecer, engrandeciendo el paisaje otoñal (Foto: María J. Herrero) |
La carrera - todo, menos atlética - se reducía
a pasar cabalgando al trote, al galope o a la voluntad o facultades de la
cabalgadura, por debajo de la soga y decapitar al inocente plumífero
arrancándole la cabeza. Tarea nada sencilla, pues, dos jueces, parapetados a
uno y otro lado de la cuerda, la tensaban, subían o bajaban, cuando el jinete
intentaba atrapar la presa. Se sucedían escenas cómicas y divertidas, delicias
del público, cuando el inexperto “sancho”, queriendo atrapar el botín con
ambas manos, soltaba las riendas de su rocín viniendo a dar en tierra con su
humana naturaleza.
No
puedo (ni debo) pasar por alto mi participación, aunque indirecta, en uno de
esos festejos: como en aquellos duros años cincuenta de postguerra y prolongada
miseria abundaban en los pueblos las humildes familias obreras que no disponían
ni de un miserable rocín, presté mi caballo a uno de los quintos del año, al
rubito Emilio, hermano de Paco Garzón (1).
Salvado
este imborrable episodio de mis Memorias, retornemos a nuestro “Camino” y a su
trascendencia. Debo puntualizar que era un camino de baches, guijarros y
pedruscos a diestra y siniestra - tortura de mi Volkswagen y de nuestro primer
Opel Rekord. Como he insinuado con anterioridad, ésta - por supuesto todavía sin
asfaltar, al igual que la carretera - era una de las principales vías de
comunicación del municipio: este camino vecinal, además de llevar a la parada
del coche de línea, ubicada en la actual entrada del chalet Entrencinas, conducía
al “Extranjero”: a Santiz, a Peñausende, a La Izcalina, a Valdelosa, a Mayalde
y al Cubo, a toda la Tierra de Sayago y a la Tierra del Vino. Y por supuesto, a
la capital de Zamora, a Los Huertos del Saceino, a Los “Cerracines”, a Las
Fuenticas y al Carbajo. Camino pecuario y de carros que ha ido ensanchándose y cobrando
importancia, al convertirse con el desarrollo en paseo turístico obligatorio a Los
Molinos del parque eólico Teso Santo y a las onduladas y parduscas colinas de
los poblados pinares de los tesos, hoy goce deleitoso de una de las panorámicas
más bellas e impactantes de la llanura charra, enmarcada por las serranías de
Béjar y de la Peña de Francia y las primeras elevaciones de Gredos.
Nuestro “refugio vacacional” fue
levantado al borde de este camino, en “La Colina de Valmiguel”, etiquetación
topográfica al alzarse en un cruce de caminos, en un altozano que servía de
atalaya y minarete y servicio de intercomunicación con viandantes y variopintos
transeúntes.
Cruz y encina, hitos gemelos castellanos (Foto: Miguel A. García) |
Hasta
que llegó la modernidad, la industralización y la mecanización del campo. Y
todo empezó a cambiar, para bien y para mal - subrayemos lo primero. El asfalto sepultó
piedras, arenas, cantos rodados y barros. Y llegaron las bicicletas y las
“amotos”. Y los coches, camiones y tractores. Cosechadoras y gigantescas
excavadoras. Palas allanaterrenos y monstruos de ocho ruedas, “revientacaminos” y
“trituracarreteras”. En suma, que los caminos los hacen y deshacen los humanos,
secundados por las tormentas, los animales, los temporales, árboles y plantas. Pero,
lo más atractivo de este camino de carros o de herradura - que ambas acepciones
son válidas - y lo más apasionante de su historia, era el desfile diario y
permanente - auténtica “pasarela de modelos” y variopinto espectáculo - de
personajes que fueron transcribiendo su centenaria historia. Recordaré a su
tiempo a tantos y tantos protagonistas - actores que animaban y daban vida a La
Colina de Valmiguel, estación obligatoria de parada y mentidero para muchos de
ellos. Me
limitaré a una sucinta relación de nombres, sin orden ni concierto, con alguna
pincelada caracterológica de algunos de ellos. Pretendo que sea cual “espejo al
borde del camino”: “retrato de grupo” de unas gentes y una época fascinante,
cuyo recuerdo conservo grabado amorosamente en mi álbum palaciego. Pero mejor
será - porque se lo merecen - un capítulo a parte.