Si usted, querido lector, odia las
moscas como el novecientos noventa y nueve por mil de los mortales y le
horrorizan las arañas como a un porcentaje aún mayor de los humanos, le ruego
lea pausadamente estas rarezas, imperdonables, del que esto escribe, con el propósito
de superar prejuicios infundados, o al menos, muestren ligerísima comprensión y compasión de este anormal simpatizante de bichitos tan
menospreciados. Se recomienda salpimentar la lectura con ciertas dosis de humor,
no exenta de ironía.
No me cabe en la mollera (quizás
motivado por su estrechez) cómo puedan existir tantos humanos, mejor diría
inhumanos, que no pierden ocasión ni momento alguno para zaherir, escarnecer, aplastar,
envenenar y exterminar a estos fieles e inocentes voladores, apodados moscas.
Son tildadas, me estoy siempre refiriendo a las mosca
caseras o domésticas que gustan de convivir con el hombre, son acusadas de
transmitir enfermedades contagiosas, de contaminar aguas y alimentos, de provocar
con sus picaduras, infecciones contagiosas, etc., etc.
Pónganme un ejemplo o cítenme un caso de
tales improperios, y díganme si han visto en su vida una mosquita casera que
haya mordisqueado una nariz o una oreja, o haya perforado una frente o una
calva. Es cierto que ellas son tercas como una mula. No ha observado usted que
si las aleja con un despiadado manotazo ellas tornan a posarse una y otra vez
en sus lugares predilectos, en las zonas siempre aireadas y desvestidas.
Mosca disfrutando al sol de una sesión de esmaltado de Raku con la ayudante del autor |
La mayoría de los humanos las odia. Las
amas de casa sostienen con ellas una feroz y despiadada lucha. Cual si fueran
la peste cierran puertas y ventanas en obsesiva insistencia por mantener la
casa en oscuridad permanente, porque las moscas prefieren el reino de la luz al
de las tinieblas. La batalla aniquiladora llega a su cenit a comienzos del
otoño, cuando el enjambre de mosquitas busca refugio al calorcito de chimeneas y
ventanas y son expulsadas a escobazos y mandilazos, a golpetazo limpio por
puertas y ventanas. Se posan una y otra vez en la mano, en la calva o en la nariz.
No se ha percatado usted que si las aleja con un despiadado manotazo ellas
tornan a posarse una y otra vez en la misma superficie como signo de fidelidad
y querencia inseparables. Haga usted la prueba con un perro, un gato o un pájaro.
Si los ahuyentamos con una palabrota, un palo o una piedra no vuelven a
acercarse jamás al desalmado fustigador. La mosca, sin embargo, prosigue erre que
erre pegadita a su humana y carnal naturaleza ¡No hay derecho a trato tan
inhumano!
Aún recuerdo con tanta repugnancia como
pena aquellos pegajosos matamoscas, morgue de insectos, consistentes en largas
cintas amarillentas venenosas, colgadas del techo en cocinas y portales,
atiborradas de miles de moscas moribundas o fenecidas, auténticas necrópolis
mosquiteras de tiempos primitivos. Y qué decir de esa invención moderna, esa
paleta con rejilla de plástico verde, utilizada en la mayoría de los hogares
rurales, por la mater o el paterfamilias para despachurrar a las inocentes
criaturitas en mesas y camillas. Y el colmo del desatino son los “matamoscas” industriales:
azúcares envenenados, “sprays” químicos perfumados -paradojas de la vida- macabro
espectáculo otoñal cuando al refugiarse en el hogar para protegerse del frío invernal
e hibernar al amor del fuego o la calefacción, caen como lo que son envenenadas
y hacinadas. ¿No te conmueve, caritativo lector, el triste final de estos inocentes
animalitos, fieles acompañantes del hombre, tratados a manotazos y sombrerazos
como malignos malhechores?
Trato diferente merecen otras familias
de moscas mucho más pesadas y agresivas; vengativas, acosadoras y torturadoras
de personas y animales.
Algunos ejemplos:
Existe una mosquita campestre
solitaria, la “pijotera”, más pequeña que la doméstica descrita, grisácea, con
ligeras motitas negras que, en su ataque traicionero, perfora con su afilado
aguijón vestimentas y tejidos, agriando las plácidas siestas al aire libre a la
sombra de árboles o sombrillas.
Hay otra clase de mosca, vulgarmente denominada "jamonera", porque su afán es colarse hasta la oscura despensa en busca de los codiciados
jamones, donde depositar sus malignas huevas, futuras larvas; visible
principalmente en los días bochornosos de verano y fácilmente catalogable: es grande,
zumbona y esquiva y busca en los interiores frescor y presa.
En el mes de junio, especialmente en
dehesas y praderas, abunda una mosca especializada en équidos y bovinos,
conocida como “borriquera”, malvada fierecilla que, simplemente con su zumbido siembra
el pánico en bovinos y caballerías que huyen en desbocadas carreras para
escapar del malévolo enemigo.
Pero con cariño y simpatía recuerdo una
juguetona y enigmática voladora que en homenaje a mi hija Antje la he bautizado
de “bolillera”, pues convierte pasillos, antesalas, portales frescos y sombríos
en escenario de sus entrenamientos y exhibicionismos. En grupitos reducidos,
estas graciosas bailadoras se divierten horas y horas, volando incesantemente
como los vencejos jugando a perseguirse zigzagueando, cruzándose y entrecruzándose
en constante revoloteo, a veces en solitario, divirtiéndose flirteando en un
mágico subir y bajar, ir y venir, compitiendo en auténtico juego de encaje y
bolillos.
Solo
hay una mosca que molesta e intranquiliza sobremanera: la mosquita “tempranera”
o despertador indeseado. Cuando más plácido y placentero es el sueño, cuando la
claridad irrumpe en la oscuridad de la noche, un zumbido agudo próximo al oído,
un cosquilleo en la frente o la nariz nos despierta y enfurece sobresaltados.
Manotazo va y espantadita viene, pero la picaruela, risueña, atrevida y pertinaz
mosca que vuelve y se revuelve. Rara vez pica o muerde. Su insistencia y
testarudez tiene por objetivo el obligarte a despertar, anunciando el comienzo
de la jornada y pregonando insistentemente la irresponsabilidad de continuar
obscenamente en brazos de Morfeo.
A
pesar de todo y por todo… ¡qué vivan las moscas caseras! Pero sin pasarse de
raya. Y para unos y otras, para defensores y detractores un consejo a este
respecto:
“no
te hagas miel porque… te pueden comer las moscas”
... y para evitar menores males camina y
corre “con la boca cerrada”
(es práctica aconsejable para que no se metan donde
no deben).
1 comentario:
Jajajajaja, esta entrada se la tenías que haber dedicado al abuelito Clemente ¿Os acordais de su pericia matando moscas con el periódico cuando, aparentemente, dormía plácidamente la siesta en su sillón orejero? ¡Zas! y a continuación: ris,ris, risss... (para arrastrar el cadáver hasta el borde de la mesa)
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