Heidelberg |
“Ich hab mein Herz in
Heidelberg verloren” (He perdido mi corazón en Heidelberg)
Prohibido interpretar
literalmente el subtítulo del primer capítulo de una larga serie en la que
Alemania figura como life motiv. Para evitar celos y recelos debo aclarar que
se trata del primer verso de una popularísima canción estudiantil alemana. La primera
que aprendían los estudiantes extranjeros que llegaban a Heidelberg. El
enamoramiento solía ser recíproco. Heidelberg ofrecía a mediados del siglo
pasado el don del hechizo, de la conquista y seducción "bis über
beiden Ohren" (hasta las dos orejas, cont. la canción), de quienes de sus
"apacibles" noches de verano "habían gozado". En su haber,
a demás de ser el primer lugar donde pisé tierra alemana, figuraban la
fascinación y exotismo de las piedras bermejas de su castillo, su universidad y
su río: el cálido y cordial ambiente, el embrujo estudiantil , los paseos
románticos por el "Filosophenweg" y los sombríos senderos de sus
verdes colinas. Todos ellos, y mucho más, fueron repentinamente cautivando mi
entusiasmo e inclinación hacia una cultura, una historia, una música, una
lengua y un país que fue para el provinciano charro como el descubrimiento de
las Américas para los primeros conquistadores.
La venturosa
Heidelberg conservaba privilegiadamente la secular pátina del tiempo, lo que
realzaba su hechizo y valor histórico. Heidelberg fue la única ciudad alemana
que se liberó de la cruel devastación de los aliados en la segunda guerra
mundial, merced a la venia del general americano que capitaneaba las tropas de
ocupación, cuyos antepasados procedían de la afamada ciudad universitaria.
En torno a su
universidad se fraguó la amistad de quienes convirtieron la poesía, la
literatura y la filosofía alemanas en foco cultural romántico europeo:
los HH Brentano (Bettina y Clemens), sus amigos Achim von Arnim,
Caroline Günderode, Kreuzer y Görres, como nombres más
sobresalientes. Eichendorff, uno de los grandes poetas de la época,
prendado de la naturaleza y belleza de la “cuna del romanticismo”
exclamaba : "Como en sueño te me apareciste y una segunda patria me donaste".
La importancia y
trascendencia de Heidelberg, en el caso de nuestro “semblancista”, trascendían
del simple objetivo de progresar en los incipientes estudios de
Germanística. Una mañana plácida del agosto alemán de hace más de medio siglo
(¡de l954!), el neo- romántico proveniente de las hispanias se
sumaba a la interminable nómina de estudiantes extranjeros que acudían en
verano a la ciudad del Neckar a refrescar o ampliar sus conocimientos de
idiomas. Tras un maratoniano y azaroso viaje desde Barcelona, sin parada ni
fonda, cual sardinas en banasta, una modesta furgoneta aparcaba a las puertas
de la “Universitas Heidelbergensis” con una docena de estudiantes españoles de
la más diversa procedencia.
Nuestro "self made
man", el hoy afortunado octogenario a perpetuidad, llegaba a Alemania, su
futura "Zweite Heimat", para asistir como becado a uno de los cursos
de Lengua Alemana para Extranjeros. Mas, no fueron ni aulas ni enseñanzas
y aprendizajes lingüísticos lo verdaderamente recordable de mi primera estancia
en Alemania, sino el ambiente estudiantil internacional imperante. En un chalet
del Schlossweg (camino del Castillo), todavía con recordaciones de la guerra,
convivíamos un francés y dos italianas, en tertulia permanente con un
mejicano y unas nórdicas de la vecindad. El deambular por las estrechas
calles y callejuelas del recinto histórico, los paseos por la rivera izquierda
del Neckar, en las barquichuelas con remos de sus aguas o por la histórica y
romántica Senda de los Filósofos, las invitaciones, bailes y reuniones en los
típicos y tradicionales locales de las asociaciones estudiantiles
(Studentenverbindungen) harían interminable la crónica de mi breve pero emotiva
estancia en Alemania. Conténtese el lector con la narración de unas ingenuas
anécdotas, recreación nostálgica de tiempos tan lejanos.
¡¡¡Mensch Máaaanulo!!! –
La verdadera Amistad nunca muere
Transcurridos varios
años, Heidelberg ya lejano y semiolvidado, casados y residentes en Frankfurt,
un domingo soleado de primavera, salíamos Palmira y yo, pausada y solemnemente
de la misa de la catedral, cuando en plena explanada del “Dom”(catedral) se nos
enfrenta exultante, con los brazos abiertos, un individuo gritando ¡ Mensch
Máaanulo…!. Confieso que ha sido uno de los abrazos más efusivos, cariñosos y
cálidos que conservo. Era el reencuentro de dos amigos de Heidelberg -de Manolo
y Erhardt, mi inseparable lazarillo y compañero- que volvían a reencontrarse y…
separarse para siempre. Hoy, al recordar y revivir tan enternecedora escena,
puedo testimoniar que con el corazón también se ve cuando la amistad es
verdadera.
Sprechen wir Lateinisch!
Retornemos de nuevo a la
salmántica alemana. También Heidelberg, como la universidad charra, era en el
mes de agosto hervidero de estudiantes extranjeros en los cursos de verano.
Pero, a diferencia de España, en Alemania eran numerosos los estudiantes
alemanes de diferentes confesiones y asociaciones que acudían a prestar
información y ayuda a los indefensos extranjeros. Nuestro parvulillo Manolo
figuraba en esa lista. Un estudiante de Derecho, el bueno de Erhardt, se me
acercó tímido brindándome ayuda a la hora de matriculación. Ante la
imposibilidad de comprensión, al preguntarme qué estudiaba, y no
atreverme, avergonzado, a confesar que estudiaba Germanística, contesté que
estudiaba Clásicas. ¡Tierra trágame! "Macht nichts. Sprechen wir Lateinisch" fue su
lacónica respuesta. Sin
comentario. Únicamente debo aclarar que sabía mas latín que yo pues, en aquel
entonces, existía en Alemania el Instituto de Humanidades (Humanistisches
Gymnasium), donde estudiaba latín y griego como lenguas vivas la élite de los
futuros médicos, juristas y farmacéuticos alemanes.
Primera excursión a los
Alpes. Fortuito alojamiento en Nesselwang.
Nesselwang (imagen tomada de meinestadt.de) |
En el diario de mi
memoria figura en rojo y subrayado mi primera relación directa con Los Alpes.
Entre los amiguetes del curso se encontraba el mejicano Rodolfo, mulato apuesto
y elegante, cordial y campechano. Hijo de familia adinerada vinculada a los
carburantes, disponía de VW gratis y depósito libre en todas las gasolineras.
Al proponerme en cierta ocasión un fin de semana a los Alpes, acepté sin
titubeos. Lo que no recuerdo es cómo y por qué se nos anexionaron dos catalanes
ajenos al curso, a quienes estuvimos a punto de apear en plena autopista ante
la descortesía de parlar entre sí exclusivamente en catalán. La majestuosa y
embriagadora grandeza de los Alpes nevados, sobrevolándolos en vuelo
inolvidable de Praga a Madrid proveniente del Berlín de la antigua DDR (Rep. Democr.
Alemana), es una de las imágenes perdurables. Los Alpes alemanes, austriacos o
suizos aparecerán más de una vez en estas Memorias. Inmortalizada
continúa "Una tormenta en los Alpes", precisamente en el pueblecito
que muestra la fotografía adjunta, lugar donde pernoctamos los dos amigos de
Heidelberg, y de donde, con el paso de los años, aparecerían en Algorta como
vecinos, Ingrid y Rudi, amigos inseparables para siempre. Gracias a su amistad
perdono al reloj de la monumental iglesia de Nesselwang la serenata nocturna de
sus campanadas que me impidieron pegar el ojo en toda la noche.
"Eine kleine
Nacht Musik" (Mozart)
La música, Mozart y el
Castillo contribuyeron conjuntamente a mi enamoramiento de Heidelberg y
de Alemania. La imponente fortaleza del castillo, vigilante secular en lo
alto de la ciudad, además de la atracción turística de la cuba de su sótano,
más de 200 mil litros de capacidad, era, y continuará siéndolo, su patio,
escenario insuperable para conciertos estivales nocturnos al aire libre.
Inolvidable fue el organizado por la Universidad para
los estudiantes extranjeros de los cursos de verano. Wolfgang Amadeus Mozart en
primera línea del repertorio. Las dulces, románticas y armoniosas notas
de su "Kleine Nachtmusik" continúan alegrando mis oídos. Desde
entonces el maestro de Salzburg ocupa lugar preeminente en la
nómina de compositores universales.