(Nonagenario florido y hermoso y… aficionadillo a las letras y las flores)
“Nunca cantemos la vida de un mismo pueblo -ni la flor de un solo huerto- y que sean todos los pueblos y todos los huertos nuestros.” ¡Y todas las terrazas!
Plagiando al poeta zamorano León Felipe, inmortalizado en el archivo de mi memoria, la voz del poeta y el ritmo de sus versos perviven frecuentemente en el mundo de mi florida terraza de Majadahonda …
“¡Cuán veloz el tiempo pasa!…
todo fluye, todo pasa
el devenir marca la marcha.”
Debajo del cielo de mi realismo, la adorada terraza de mi idealismo. Mundos y lugares hay donde encuentran reposo los años, la edad y la memoria. No importa que los sueños mintiendo prosigan, ya que al fin y al cabo…
“Venturoso el que soñando muere
infeliz el que vive sin soñar”. ( Rosalía de Castro)
La primavera llega con su abril florido y hermoso. Abril abrilero no siempre es traicionero. Menos aún si es solemne y gozoso, como el de este cumpleañero de rango navegando placentero en ruta de los “ocho” con la centena como meta a sus espaldas.
“Mundos hay donde encuentran reposo los años”, repito. En los horizontes de mi terraza por ejemplo, sol radiante y cielo azul, nubes blancas, oscuras y brumosas, gigantescos cúmulos tormentosos en formación, aviones a mansalva -indescifrables destino, altura y procedencia- cruzando el cielo madrileño en todas direcciones.
Siempre acompañados, mañana y tarde, por mis inseparables amigos: los voladores - cantores, mis adorados amiguitos desde la infancia, los pajaritos: el canto del mirlo enamorado - el arrullo de mi tierna y adorada tortolica o paloma turca luciendo su media corbatita negra en su presumido cuello y acercándose, al atardecer, a limpiar los restos del “comedero” de los pícaros, esquivos y ladronzuelos gorrioncillos.
Y en plena primavera, en el mayo florido y hermoso, tanto si el cielo está claro como oscuro, encapotado como soleado, la terraza es libro abierto a la climatología y a la floristería. Archivo rememorativo de inolvidables vivencias de infancia y juventud a cielo abierto: escenario y fiesta de silbos, chirriante exhibición voladora y musical de los veloces vencejos, que en pequeñas bandadas - rozando con sus chirridos y acrobacias los aleros de los tejados, donde las hembras cuidan de sus polluelos, copiando a la ausente - golondrina becqueriana - ¡por mí tan añorada! - pasaba rozando los cristales de las ventanas de su amada. También añorado es el silbido mañanero del desaparecido estornino en las chimeneas del bloque de enfrente, si bien el esquivo mirlo ameniza los plácidos atardeceres con su regocijante canto.
Y sin renegar de la ciudad, buscando siempre los silencios de la sonora soledad de “mi terraza”, este afortunado nonagenario, volcado siempre al campo y a la naturaleza desde la infancia, es a su vez, repito, afortunado amigo diario de la TERRAZA con sus flores, sus plantas y sus pajaritos: sus vistas al cielo y a la montaña.
El tiempo parece detenerse en este cálido mundillo urbano, convertido por el patriarca de la familia en lugar de recreo y reencuentro familiar. La visita - e “inspección” de la terraza es tradición familiar obligatoria de Palmira e hijas. Y también mercadillo obligatorio de intercambio de tiestos, plantas y flores en sus visitas a Majadahonda. Sirva de ejemplo la siguiente foto, cierre testimonial de lo antedicho. Y testimonio de esta Terraza, libro abierto a la climatología, a la florería, a la fotografía y a la pajarería.