El
trienio 2013/14/15 registró comienzos estivales puñeteros. Los dos primeros con
situaciones, males y sustos personales monumentales. ¡Mejor no meneallo!
Gracias a Dios, como solíamos exclamar los viejos, exitosamente superados. Y el
inmisericorde 2015 actual que, por no quedarse atrás, comenzó poniendo punto
final a una dinastía canina, nacida en Algorta hace casi medio siglo, capitaneada
por Niebla I y finiquitada por el trío del encabezamiento, que cumplida la edad
reglamentaria, superada la quincena, nos decía adiós para siempre. Último eslabón
de una cadena compuesta por Tecla, la titular de La Colina, Morgan, el
alcarreño y Lira, la madrileña, animadores los tres de nuestras estancias en La
Colina con sus alegres y eufóricos saltos de bienvenida y sus ladridos
ensordecedores cuando menos te lo esperabas. Súbita e inesperadamente saltaban
en tropel aullando a coro y corriendo cual posesos hacia el camino al menor
ruido o movimiento de vehículos o transeúntes.
Le
cuesta al viejo bloguero imaginarse comidas o cenas en el porche sin la
compañía de los tres saltarines y mimosos bajo la mesa o entre las piernas - la
melindrosa Lira con el hociquito sobre mi pierna, esperando a escondidas mi
golosina, o el dormilón de Morgan acurrucadito sobre el felpudo, entorpeciendo
desde el anochecer la entrada al interior de la casa.
Numerosas
fueron las situaciones y momentos en los que ocuparon primacía y protagonismo.
Memorables algunas de las veladas nocturnas rompiendo el silencio de la noche, cuando
dormían en la recocina o a la luz de las estrellas. Mejor dicho cuando, caso Tecla,
ésta se pasaba horas y horas ladrando sin pausa en serenata torturadora a algún
gato que en la persecución había trepado hasta la copa de un árbol. No se le
quedaba corto Morgan cuando en las cenas y sobremesas, compitiendo con la
sinfonía de grillos y sapitos, organizaba conciertos sin fin ladrando al mínimo
ruido de vaquitas y ovejas que pernoctaban en parcelas de las cercanías.
Sentados obedientes a la espera del pedacito de pan |
Delicias
perrunas del trío era su compañía en nuestros paseos o excursiones en bicicleta
o a pie a la viña, a la parcela o a los huertos. Al instante, instintivamente,
olisqueaban y adivinaban nuestras intenciones y preparativos. Vernos con cayada
o bastón o con el manillar de la bici en la mano y ponerse a brincar o saltar,
enloquecidos y juguetones a nuestro alrededor como niños a la salida del
colegio era todo uno.
Gracias
al portentoso don de la memoria, estos guardianes temporales de La Colina continuarán
siendo mis fieles amigos desde la primera a la última hora de la jornada. Sirva
de ejemplo una escena familiar diaria, el estreno de la mañana, perpetuada en
esa tierna foto costumbrista: la jornada comenzaba cumpliendo meticulosamente
con mi papel de madrugador de la familia y el oficio de portero de los perritos
que, gimiendo y arañando a la puerta de la recocina, reclamaban salida al aire
libre. Lo habitual era la salida
atropellada de la jauría al abrirles la puerta para calmar sus
perentorias y urgentes necesidades: Morgan alzando la patita indefinidamente
sin olvidar un solo ailanto o acacia del entorno y madre e hija, - ¿ había
dicho que Lira era la hija de Tecla? Pues dicho queda - Tecla y Lira, féminas
más discretas y recatadas haciendo pis donde cuadrase, distanciándose entre los
tomillos y las jaras.
Contraviniendo
la normativa generalizada y la costumbre alimentaria de “al perro comida única
y al acostarse”, el viejo amigo era partidario de un frugal desayuno al
levantarse y disfrutaba como un niño soñando diariamente con la bella escena
rural que muestra la foto adjunta: ordenaba al trío - el día de la foto faltaba Morgan - sentados
obedientes y ensimismados en semicírculo en el pasillo de pizarra que lleva a
la pérgola, donde por riguroso orden de edad y categoría comenzaba por Tecla el
juego, consistente en coger al aire con la boca el pedacito de pan que iba
repartiendo. A veces el machista de Morgan se pasaba de listo, saltándose a la
torera las reglas de juego, e intentaba coger la ración de sus compañeras. Pero
entonces la dueña de la casa, la mandamás de Tecla, enseñándole los dientes,
conseguía poner orden, doblegándose sin
más el desobediente valentón esperando cabizbajo su turno.
Ante el cariño de Martín, Morgan se dejaba incluso utilizar de almohada sin rechistar |
El
perro es tal vez el animal que mejor entiende y sintoniza con el hombre. Y por
supuesto con los niños. “El
perro y el niño, donde le dan (o ven) cariño”. Prueba y demostración de ello
pueden dar todas nuestras nietas y nietos zalameros, con ellos encariñados, y
algunas de las numerosas fotos que podíamos brindar a nuestros lectores.
El
lenguaje de los perros, sus ladridos, aullidos o quejidos, la expresión de su
mirada, sus lamidos o besuqueos con su morrito, el movimiento de su cola, acercamientos
o desplantes, indescifrables a veces, son de fácil interpretación para quienes
les queremos. Cuando les hablas, ordenas o corriges, les acaricias o les riñes,
te escuchan embebidos prestándote más atención que la mayoría de los humanos. A
nuestros “silbos amorosos”, me estoy
dirigiendo a nuestros tres, - cuando se alejaban o distanciaban, o acercaban a
la carretera - en especial Lira, ¡el chulesco Morgan con frecuencia hacía oídos
sordos!- acudían veloces a nuestra vera
como mansos corderillos.
La
historia de su nacimiento o su llegada sería una historia interminable como la
de Michael Ende: Tecla, hija única de la última Niebla, nacida en la leñera una
noche cualquier de agosto. Siempre mimada y bien alimentada. Lira, a diferencia
de su madre, hija de parto prolífico. ¡Ocho churumbeles de una camada! Había Fox
Terrier para toda la familia: Adela y Paloma, tía Tina de Palacios, Carmen y
Paco de Logroño etc., etc. A la hora del reparto - tragedia al canto que
prefiero no recordar, apareció Morgan, abandonado por sus primeros dueños en la calle,
llegado de rebote, sustituyendo a Lira destinada para Adela en Cabanillas y que
pasaba a Madrid cedida para Paloma, que había quedado huérfana por la muerte
del ejemplar más lindo a ella destinado. Y sintonizando con aquel trance y,
puesto que de lo que quería tratar este capítulo era de adioses y despedidas,
creo que ha llegado el turno al adiós último a nuestro trío de homenajeados.
El
final de Lira y Morgan fue un final parejo. De urgencia, dado su lastimoso
estado de senectud. Pero bien programado y llevado a cabo por veterinarios,
profesionales ejemplares amantes de los animales: Lira en Villamayor (Salamanca)
y Morgan en Cabanillas. La separación de Tecla fue, sin embargo, inesperada. Tan sorpresiva
como trágica: regresábamos Palmira y yo de un paseíto en coche a la viña,
cuando al enfilar la cuestecita que lleva al cruce, distinguí a lo lejos un
perrito tendido muerto en el arcén izquierdo de la carretera. ¡Era Tecla!
Atropellada por un coche. Sin una sola herida. Un leve raspón en la cabeza.
Sorda y casi ciega, atemorizada y desorientada por la tormenta, habría salido
en nuestra búsqueda cuando ya ni salía de La Colina. Como el perrito de Neruda,
descansa a la sombra de un árbol, a la del gigantesco piñonero el epicentro del
pinar.
El
beso de despedida a Lira en el maletero
del coche - primero y último de mi vida a un animal - atestigua el amor
familiar a los perritos. El pobre animal
no quería - ¡es que no podía! - ni sentarse ni quedarse en el coche. Lo
interpreté como que no quería separarse de nosotros y dejar La Colina para
siempre, intuyendo el significado del último viaje. Me costó días volver a la
realidad y aceptar, con humildad y tristeza, que los animales que he mimado, los árboles
que he plantado, las flores que he regado y los pajaritos que he adorado son
mortales. Como todo lo que poseo y más quiero.
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All things I possess and love the most. from Paloma Martín on Vimeo.