Un falangista y un militar de pacotilla: instructor elemental y alférez de complemento
"La única batalla que se gana es la que se sabe evitar."
Preámbulo: Aun cuando en el índice de nuestro blog figuran dos capítulos sobre "La guerra desde la óptica de un niño", he
preferido dar prioridad a estas historietas autobiográficas y trascendentales en
esa triste década de los 40, archiconvencido con mi
Heinrich Böll, premio Nobel alemán, quien me enseñó que no hay mayor sinrazón e insensatez que la guerra: “Der Unsinn des Krieges”.
Si los tres años de guerra fueron trágicos
y duros, los de posguerra fueron también duros y sobre todo largos. En la zona
nacional que no sufrió directamente las
heridas y desastres de la contienda, los primeros años después de La
Victoria estuvieron marcados por la
hambruna, la miseria y la escasez. La única abundancia era la de los odios y venganzas. La inactividad
industrial, la paralización económica durante casi tres años, intentaron
suplirla y solucionarla con medidas, instituciones y disposiciones totalitarias
de tristísimo recuerdo. Inolvidables continúan:
las cartillas de racionamiento (aceite, azúcar, pan, tabaco y otras materias
primas racionadas o requisadas), lunes sin postre, silos (servicio nacional del
trigo), auxilio social, contrabando, estraperlo,…
Sin embargo la tragedia política de posguerra, la de los
procesos y juicios sumarísimos, la de las represiones, venganzas de los
vencedores, penalidades de los vencidos
y otros excesos del franquismo, pasó
desapercibida en aquellos años de
censura feroz, imperceptible para un adolescente que vivía en el aislamiento
de la aldea, o en el enclaustramiento
del seminario, sin prensa, radio ni información alguna del exterior.
El frío, mi mayor enemigo en el internado, las menguadas y pésimas comidas a principios de los cuarenta,
son los recuerdos más amargos. Las cenas de guisantes, duros como piedras, de la
abuela Meregilda, durante las vacaciones en Carrascal o el pan de maíz sin
corteza, sucedáneo de las hogazas de candeal, son recuerdos para olvidar.
Sin embargo, continuábamos
cantando y jugando, soñando y creyendo que los militares eran los salvadores y
defensores de la patria, y los mandamases de uniforme azul, los falangistas
de partido único, los redentores y artífices de la España “una, grande y libre”.
Su himno, el “Cara al sol con la camisa nueva”, las “Montañas nevadas, banderas
al viento”, y el nacional “Viva España, alzad los brazos hijos del pueblo español”, eran el
catecismo político que había que aprenderse de memoria, para concluir con ellos la jornada escolar y todo los actos oficiales
y públicos.
La mayoría de los niños de la ciudad,
alevines del partido, pertenecían a los Flechas o Pelayos o al Frente de
Juventudes y las chicas a la Sección Femenina. Casual y afortunadamente me
liberé de ese adiestramiento. Nunca simpaticé ni porté una camisa azul, ni presumí de boina roja, pero no me
liberé de pasar por las horcas caudinas del partido, aunque en realidad no pasé de ser un simple falangista de número, como todo hijo de vecino: falangista de pacotilla, poseedor del rimbombante título de “Instructor
elemental del Frente de Juventudes”. Tuve que convivir con el régimen y someterme en tres ocasiones que no pasaron de anecdóticas, y que conviene recordar para amenizar esta autobiografía y desdramatizar los capítulos oscuros de la España de guerra.
Primera vivencia: falangista de pacotilla, instructor elemental del Frente de Juventudes
Palacio de Piedrahita de los duques de Alba |
De formación del espíritu nacional… “rien de rien”. La “elemental instrucción” se reducía a una tabla diaria de
gimnasia, y a aprender de memoria el 1º de los 24 puntos de la falange joseantoniana: "Ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo”.
Curiosa y paradójicamente, incluso ni los jóvenes mandos falangistas se lo
creían y, para los flamantes y
aguerridos futuros “Instructores elementales”, más serio que ser español eran
las excursiones a la sierra, las amistades y los “donjuanescos” paseos con las jovencitas lugareñas por la
plaza, el parque o el río del pueblo.
Peña Negra, Sierra de Gredos |
Con el glorioso título de “Instructor
elemental” convertido ya en maestro “integral”, solicité interinidades en
Segovia y afortunadamente me concedieron
la escuela de niños de Vegas de Matute, pueblecito del Guadarrama segoviano, en
las inmediaciones de la Mujer Muerta.
Pero esa experiencia feliz y enriquecedora bien merecerá a su tiempo capítulo propio. Pues, en primer
lugar de la lista de espera reclama su entrada la 2ª aventura como “servidor” de la
patria, alférez provisional de complemento.